capitulo 2

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Capítulo 2

LA LLUVIA había estado cayendo sin cesar toda la mañana. El pequeño grupo de manifestantes se había ido dispersando y sólo quedaban una pa­reja de ancianos y Anna. Le dolían los brazos de sujetar la pancarta y al mirar a las caras de la pareja, vio que ellos también estaban cansados.

-¿Lo dejamos por hoy? -preguntó la mujer de pelo blanco.

-Gracias por tu entusiasmo, Ruth -dijo Anna con una sonrisa-. Pero no tiene mucho sentido seguir aquí si nadie nos ve. No ha salido ni entrado nadie del edificio desde hace una hora. Volveremos a organizar otra estra­tegia la semana que viene.

Algo más espectacular, pensó Anna con obstinación. Algo para hacer que aquellos farsantes de las oficinas los escucharan. Que tiraran una manzana de casas victorianas para hacer un aparcamiento y otro supermer­cado le hacía hervir la sangre.

-Si piensas eso, Anna, querida -dijo George Thomp­son con alivio-, creo que nos iremos a casa. ¿Quieres que te llevemos?

-No, gracias. Tomaré un atajo por el parque.

Los Thompson vivían en el extremo opuesto del pueblo y el ejercicio le ayudaría a aliviar un poco la frustración.

Se caló un poco más la capucha, agachó la cabeza contra la lluvia y apretó el paso por el camino de tierra. Ella pertenecía a la asociación de senderistas locales y conocía todos los caminos de tierra de memoria; ellamisma había contribuido a mantener muchos de ellos abiertos.

La ruta que había elegido para llegar a la granja de sus padres pasaba por el viejo Rectorado.

Moviéndose con cautela por el camino que bordeaba el jardín abandonado, notó con alivio que no había señales de ocupación en la larga fachada victoriana. Con sus ventanas desconchadas y la invasión de hiedra por sus paredes, la casa parecía desierta.

Se relajó un poco, pero siguió avanzando de forma furtiva por el camino cubierto de musgo. Su encuentro con Adam Deacon había sacudido su impenitente opti­mismo más de lo que estaba dispuesta a admitir, por no mencionar la confianza en su propio juicio.

Cuando Lindy había mencionado de forma casual sus responsabilidades familiares de Adam, Anna no se había dejado engañar y se había mantenido muy fría.

-¿Te refieres a su familia?

Por una vez, Anna no se sintió preparada para ha­blar de sus errores delante de sus hermanas. Ya no le extrañaba que Lindy se hubiera sentido preocupada si había sabido que Adam era un hombre casado y con fa­milia. Ahora tendría que soportar la humillación de ha­berse acercado a él con la sutileza de un martillo eléc­trico.

Adam probablemente habría imaginado que ella se comportaba así con todos los hombres con los que se cruzaba. Lo que no iba a saber era que nunca le había atraído ninguno, al menos desde hacía mucho tiempo, se corrigió a sí misma.

-¡Te pillé! -el gruñido de triunfo junto con el brazo que la asió por la garganta la hicieron encogerse del susto antes de verse levantada del suelo-. No forcejees o lo sentirás.

Ella ignoró el siniestro consejo. Sin esperar a escu­char más amenazas, blandió la pancarta contra él con ludas sus fuerzas y perdió pie al instante. Escuchó el gemido de dolor de su asaltante al caer con ella por la co­lina rodando hacia el arroyo.

Escupiendo y jadeando, Anna salió del agua glacial agarrándose a lo primero que encontró a mano.

Se apartó de la figura oscura tendida buscando con frenesí el camino más rápido para escapar de allí. Se es­tremeció al ver que el nombre se movía y blandió la roca que tenía en la mano con gesto amenazador.

Salvaje y ArdienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora