Capítulo 6
DESPUÉS de dos días de arrastrarse con muletas, Anna estaba a punto de gritar de frustración.
-¿Es sólo la pierna lo que te ha vuelto tan desagradable? -preguntó su madre después de sufrir otro de los arrebatos de su hija-. ¿O es sólo la excusa conveniente?
-¿Qué quieres decir?
Anna sabía que estaba siendo imposible y se sentía culpable por ello, pero no podía evitarlo.
-¿Adam Deacon?
Beth miró con ojos cargados de simpatía hacia su hija, que se había sonrojado con violencia antes de ponerse pálida.
-Adam Deacon no tiene nada que ver conmigo.
Por la expresión de su madre, Anna podría haber negado que sus ojos eran marrones y le hubiera hecho el mismo caso. Beth esbozó una sonrisa y se sacudió la harina de las manos en el mandil.
-Si tú lo dices, cariño. Siempre creí que eras más luchadora.
-¿Luchadora? Por si te has olvidado, madre, Adam es un hombre casi casado.
Tuvo que apretar los dientes para contener un gemido de frustración.
-Casi.
-¡Madre!
-A veces el destino tiene una sincronización fatal, hija.
-¿De verdad que es tan evidente? -preguntó Anna abandonando las apariencias.
-Para él quizá no. ¿He dicho algo raro? -preguntó cuando Anna empezó a temblar con una carcajada histérica.
-Eso es exactamente lo que Adam debió pensar cuando me conoció. Y no le he dado muchos motivos para cambiar de opinión.
Esa tarde, Simón la llevó en coche al pequeño consultorio que tenía alquilado en el pueblo. Al menos podría poner al día con el papeleo, ya que había tenido que cancelar todas las citas de la semana.
Cuando recogió lo que había ido a buscar, lo encontró examinando la sala con curiosidad. Anna se había hecho una pequeña pero creciente clientela, y los médicos locales le enviaban a pacientes que podían beneficiarse de su tratamiento.
-Ya veo que estás enganchada a la música -observó Simón al ver los altavoces empotrados en varias paredes.
-La música y el ambiente correcto son muy importantes -explicó ella con una sonrisa.
-Podría probarlo -dijo Simón flexionando los hombros.
-A ti te lo haría en la casa.
Aquel nuevo Simón no tenía nada que ver con el chico desenfadado y natural de su juventud. Pero ya no era un chico, recordó.
-Será mejor que nos vayamos.
La forma en que la estaba mirando le hacía sentirse incómoda. Y pensar que en otra época hubiera dado el mundo porque Simón la mirara de aquella manera. Con un suspiro empezó a bajar con cuidado los escalones de piedra. Simón la sujetaba por el codo sin dejar de darle consejos y sermoneándola constantemente para que tuviera cuidado. Anna no recibió su preocupación con gratitud. Sólo sentía cada vez más irritación.
-¡Eh, hola! -por un momento, los ojos verdes paralizaron a Anna-. No sé si te acuerdas de nosotros.
-Sí, por supuesto -dijo buscando con la mirada algún rastro de Adam sin encontrarlo-. Este es Simón.
Jake asintió con naturalidad en la dirección de su acompañante, pero sin apartar la atención de Anna. Pero a ella no le ofendió su evidente curiosidad. Había algo muy conmovedor en aquel chico.