IV: Rollercoaster

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Había algo en aquella noche que me impedía dormir. No podía apartar la vista de aquel maldito armario. Mis ojos se posaban en aquella pequeña abertura en la puerta. Notaba una presencia. Era como si pudiera percibir el aura del mueble, a pesar de tratarse de un objeto inanimado.

Mi respiración se cortó en el instante en que escuché un repiqueteo en la madera del mismo. Asomé la cabeza por encima de las sábanas y esperé a ver si el ruido persistía.

Creí por un momento que tan sólo había sido producto de mi imaginación, o tal vez llovía en el patio exterior, pero entonces sonó aún más fuerte y seguido.

Traté de convencerme a mí misma de que nada de aquello era real, pero no lograba distinguir si estaba sucediendo verdaderamente.

El sonido cesó y me encontré ligeramente más calmada. Entonces reparé en que tal vez algo estaba chocando con la bisagra y por eso se producía. Aún no muy conforme, abandoné el edredón y me dispuse a comprobar de qué se trataba todo aquello, y si quizá todo era una simple broma de alguno de mis hermanos.

<<No le bastaba con exponerme ayer, que ahora Harry también pretende asustarme>> bufé internamente.

Con un par de zapatillas y mi pijama a cuadros, me acerqué sigilosamente al clóset y deslicé la puerta de golpe.

No pasó nada.

<<Madura, Samara, madura>> me dije negando con la cabeza.

Me di la vuelta y caminaba de nuevo rumbo a mi cama, cuando noté una rasca corriente de aire recorrerme la espalda.

Me giré con brusquedad nuevamente y me mantuve de pie frente a las puertas, con visible frustración plasmada en mi cara.

Podía escuchar mi respiración y el sonido de mis propios pensamientos, produciendo un imponente eco.

Abrí una de ellas de golpe y volví a contemplar el inmenso vacío, debajo de varias perchas.

Satisfecha, la cerré en mis narices y sonreí para adentro en señal de victoria.

—No te tengo miedo, estúpido armario —declaré poniendo las manos en jarras con gesto triunfal—. Ya no soy una niña pequeña.

Pero seguía teniendo esa sensación de constante observación. Volvió a revelarse un pequeño hueco por el que se podía ver a través.

Escuché un lamento. Al menos yo estaba completamente segura de ello.

Sentí una creciente presión en el pecho y me llevé una mano al pecho, notando mi pulso acelerarse cada vez más. De repente, volvía a no reunir el coraje suficiente como para mirar dentro nuevamente, así que me quedé allí, petrificada, viendo como esta continuaba entreabriéndose lentamente.

Las quejas aumentaban y resonaban en mis oídos. El ambiente se volvía más pesado. Deseaba poder ser más valiente y dar unos pasos atrás hacia mi cama para que aquel evento terminara, o al menos para refugiarme sin tener que confrontarlo.

Me asomé hacia el interior del mueble sin apenas mirar. Una corriente de aire por detrás me empujaba hacia el soporte inferior.

Rápidamente, dos manos de tez pálida me sujetaron con firmeza, cubriéndome la boca, mientras las puertas se cerraban, dejándome atónita y sin aliento. Contuve las ganas de gritar. Me encontraba paralizada y era incapaz de mustiar una sola palabra.

Apenas había podido distinguir qué o quién me acechaba. Lo único que sabía era que tenía que zafarme como fuera. Era curioso que hasta hacía unos segundos había querido descubrir que aguardaba el clóset, pero ahora me estuviera muriendo por salir.

Un paso en falsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora