VII: En busca del culpable

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Abrí los ojos. Tonta, tonta y mil veces tonta. ¡La única que estaba conmigo a todas horas y me conocía mejor que nadie era nada más y nada menos que mi novia!

Digo, exnovia. Aún no me acostumbro.

¿Pero de verdad ella había tenido algo que ver en haber ido informando a Eddie? Y en caso afirmativo, ¿por qué lo habría hecho?

—Joder —aparté la vista con incredulidad.

—¿Qué pasa?

—Es Becky, sólo se lo dije a ella... —reconocí—. No, no, olvídalo. Es imposible —rectifiqué, tratando de reparar en alguna otra persona, pero no recordaba a nadie más excepto por mi madre, quien no tenía ni idea sobre nada de lo que me pasaba con Eddie.

Bueno, más bien, no quería tener idea. Si estaba en esa prestigiosa escuela era por algo, y todas esas intervenciones eran de "pura envidia". Algo que compartía con el resto de mi familia era que todos pensaban que era una exagerada.

Quiero decir, excepto por Isaac, que era un ángel caído del cielo. Pero un niño pequeño no podía hacer nada contra una chica de, actualmente, unos dieciocho años.

Observé cómo volvía a colgar el mismo letrero de antes, por el lado contrario. Esta vez, la palabra "abierto" figuraba en color verde.

—No, sí que importa —rebatió, regresando hacia donde me encontraba—. Tiene que haber sido ella la que...

—No ha sido ella —corté.

Ella jugaba en mi equipo, no contra mí. Me sentía incapaz de procesarlo.

—Samara...

—No ha sido ella —repetí, sonando cortante—. Se habrá enterado de otra forma.

Suspiró hondo mientras sacaba un delantal verde oscuro de un armario bajo.

—No tienes ni idea; me acabas de conocer —persistí.

¿Después de todo ese tiempo y siempre recordándome lo mucho que me quería? No tenía sentido.

—¿Y si no fue ella, entonces quién le decía tus horarios a Eddie? —dijo atándose la prenda.

—¡No lo sé! —exclamé, fuera de mí— ¡Pero esa persona lo ha arruinado todo! ¡Y yo...! —me detuve un instante—. Yo también...

Era literalmente inimaginable. Becky siempre había estado ahí para mí, y ya me había demostrado lo poco que confiaba en esa zorra.

Levantó la vista. Yo me senté en una de las banquetas de la barra, donde había estado apoyada. Mi campo de visión se basaba en el suelo de entarimado de ajedrez. Esta vez reprimí las lágrimas.

<<Los fuertes no lloran>> me regañaba <<, y Samara no es una cobarde >> eso solía decirme Becky para darme ánimos, cuando aún podíamos vernos todos los días.

Me llevé una mano al cuello de la sudadera, que me oprimía el pecho. ¿Por qué el universo entero estaba contra mí?

Le di la espalda a Iván y repasé el contorno de las mesas y las sillas, las ventanas y las plantas colgantes. Ahora mismo no estaría viendo nada de aquello si me hubiera quedado con ella.

Y ojalá lo hubiera hecho.

Entonces noté movimiento tras de mí.

—No. No es culpa tuya que se fuera.

Me giré y lo vi sentado en la butaca de al lado.

—Sí que lo es —musité deprimida—. Fui demasiado intensa y se cansó de mí.

Un paso en falsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora