XIV: Oportunidades e injusticias

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La biblioteca había sido una buena excusa, pues nadie había sospechado nada. Imaginaba que aquel sería mi plan de ahora en adelante.

Me encontraba observando el exterior por la ventanilla del coche, sin mucho ánimo de ir a la escuela. No noté la mirada de Harry puesta en mí hasta que habló.

—¿En qué piensas? —Preguntó.

Me encogí de hombros sin apartar la vista.

—En nada.

—¿En lo bien que estarías pirando clase, por casualidad?

Sí. Claramente sí.

—No —resoplé—. En lo bien que estaría yendo en bus ahora mismo —contraataqué.

—Tampoco es que fuera decisión mía llevarte —finalmente se dignó a mirarme—, así que deja de quejarte.

—Tú preguntaste —rebatí.

Continuamos recorriendo las calles en un silencio que duró menos de lo que me habría gustado.

—¿Qué tal con tu novia? —Me espetó.

—¿No tienes otro tema de conversación? —Murmuré—. ¿Y a ti qué te importa? —añadí en voz alta.

—Claro que me importa lo que le suceda a mi hermanita —contestó con retintín.

—Pero si lo que me pase a mí con Becky no te influye en nada —sostuve, ya bastante irritada.

—No hablo de Becky.

¿Qué?

¿Cómo que no?

<<¿Acaso sabe lo de Iván?>> Me preguntaba, con un notable cambio en mi expresión.

Estaba casi cien por cien segura de que se había quedado espiándome cuando me había llevado a la biblioteca aquel día. ¡Debía de haberlo sabido!

—¿De quién hablas, entonces? —Traté de aparentar normalidad.

—De lo que subiste a Instagram.

̶¡̶A̶G̶H̶!̶

Se me hizo uno de la garganta y maldije para mis adentros el no haberlo bloqueado.

—¿Creías que no me daría cuenta?

—Por favor, si eres la persona más metomentodo que conozco.

Esperaba a que llegásemos con ansias. ¿Podía dejar de quedarme sin habla cada vez que inventaba excusas?

—Sabes que a mamá no le va a gustar —esquivó mi comentario—. Y a papá tampoco.

No se equivocaba. Por mucho que se hubieran acostumbrado a Becky, era perfectamente consciente de que preferían que nada me distrajera.

Yo y Becky, Becky y yo. Sonaba tan bien como para dejarlo atrás...

—Me da igual, porque esa es una foto antigua con Becky —discurrí.

—Sí, claro, y yo soy el rey del mundo —pude ver que levantaba las cejas por el espejo retrovisor.

—A veces sí que piensas que lo eres —me crucé de brazos—. Aunque te falte más que la corona...

—¿No me vas a decir quién es la de la foto?

¿Para que se lo contara a mis padres? No, gracias.

—Ya te lo he dicho —me negué, tajante.

—No sé si te ha quedado claro que yo sí tengo cerebro, Samarita.

—¿En serio? Vaya, primera noticia.

Un paso en falsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora