Huyendo de la nieve

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Lori y Lincoln se quedaron cuatro días en la casa. Fue el tiempo que les llevó agotar completamente las provisiones y recuperarse lo suficiente para continuar el viaje.

El frasco resultó contener mermelada de albaricoque de muy buena calidad. Junto con los dátiles y las nueces que halló Lincoln, fueron un delicioso y energético alimento mientras duraron.

Desde el principio decidieron no racionar la comida. Estaban demasiado débiles, y tuvieron la sensación de que era mejor que se recuperarán todo lo posible. Tenían que recobrar los ánimos y la energía para salir y encontrar lo poco que pudieran. Racionar sus comidas los dejaría tan débiles que no podrían repeler un ataque o estar atentos para encontrar otro sitio promisorio.

Pasaron los días comiendo y durmiendo. Trancaron las puertas, y tuvieron la suerte de encontrar otro garrafón de agua limpia en el establo. El descanso absoluto les vino muy bien; y cuando tomaron el camino nuevamente, el estado de ánimo de los dos había mejorado mucho; por más que su situación siguiera siendo desesperada.

El mismo día en que salieron de la casa terminaron el camino ascendente, y se encontraron en una extensa altiplanicie con muchos troncos de árbol pelados. En sus tiempos, aquello debió ser un valle muy fértil y productivo. La abundancia de pequeñas granjas y pueblos les dio alguna esperanza de encontrar lo necesario para sobrevivir.

Por desgracia, casi todas las granjas estaban saqueadas. Los pueblos mostraban grandes barricadas, cubiertas con carteles llenos de amenazas y maldiciones para los que se pensaran en entrar; pero Lincoln y Lori se dieron cuenta de inmediato que ya no había amenaza alguna. Muchos de aquellos letreros estaban casi borrados por el paso del tiempo.

Debido a eso, se atrevieron a entrar en los pueblitos. Muchos de ellos tenían huellas de antiguas batallas: cadáveres, vidrios rotos y agujeros de bala en los restos de los vehículos y edificios. La devastación y las batallas habían terminado hacía años. Los cadáveres eran viejos, sus ropas estaban desgarradas y gastadas. Ya no había huellas de vehículos ni personas.

Sin embargo, encontraron algunas cosas para comer y mantenerse. Seguían teniendo hambre todo el tiempo, pero ahora su mayor enemigo era la nieve. En cuanto entraron en la altiplanicie comenzaron las nevadas diarias; y aunque todavía no llegaban las ventiscas, algunos días caían varios centímetros de nieve. Si alguna de esas nevadas los hubiera sorprendido en un descampado, quizá no hubieran sobrevivido; pero por suerte los pueblitos y las granjas no estaban muy distantes unos de otros. No tuvieron que dormir a la intemperie ningún día.

Tras diez días, habían logrado recorrer unos 150 kilómetros. Se empeñaban en ascender un pesadísimo camino secundario, estrecho y con una pendiente constante de más de diez grados. El día anterior no había encontrado casi nada qué comer, y estaban tan debilitados que tenían que detenerse a tomar aliento cada pocos metros. Dos días antes dejaron atrás el altiplano y sus magras riquezas ocultas. Ese nuevo ascenso estaba acabando con ellos.

Por fin, haciendo un gran esfuerzo, terminaron de ascender y se encontraron con un espectáculo impresionante. Una nueva altiplanicie extensa, y en lontananza se divisaba el pico de una montaña más alta que las demás.

- Es el monte Spruce, Linky... Ya lo tenemos a la vista -dijo Lori, entre dos bocanadas de aire.

- ¿Estás segura? -respondió el chico, jadeando.

- ¡Claro que sí! Es la montaña más alta de la Cordillera de Los Apalaches. Allí está nuestro destino.

- ¡Cielos! Se ve tan cerca...

- No te dejes llevar por las ilusiones, corazón -dijo Lori-. Aún está como a 180 kilómetros de distancia.

- Tan cerca, y tan lejos -suspiró Lincoln-. Y luego, a buscar lo que haya por ahí, ¿verdad?

- Es cierto, pero no perdamos la esperanza. Mi abuelo me habló de ese sitio, así que debe quedar algo. Vamos, Linky.

Los muchachos se internaron en la altiplanicie. Llevaban caminando cerca de media hora, cuando los copos de nieve comenzaron a caer sobre ellos. Los dos se dieron cuenta de que esa nevada no era como las anteriores. Los copos eran más grandes y la tempestad más tupida.

- ¡Oh, grandioso! -se quejó Lori -. Hoy va a nevar como los mil demonios.

- Tenemos que tratar de llegar a aquel pueblito -dijo Lincoln, señalando un grupo de casas que se veía un kilómetro y medio más adelante-. Si no, la nieve nos va a enterrar.

- Estoy tan cansada, Linky... pero hay que intentarlo. Si no lo logramos, quizá hoy mismo termine todo para nosotros.

- Ánimo, Linda. El monte Spruce está frente a nosotros. ¡No podemos rendirnos ahora!

Lori suspiró. Tomó dos bocanadas de aire, agarró a Lincoln de la mano y empezó a caminar tan rápido como pudo.

- Es cierto, cariño -dijo-. No podemos rendirnos. Al menos, debemos dormir bajo techo. Aunque no encontremos nada para comer.

***

El kilómetro y medio que los separaba del pueblo fue una verdadera ordalía. Los caminos se tupieron rápidamente, y pronto tuvieron que caminar levantando los pies. La capa de nieve quizá tenía quince centímetros de grosor; pero sus pies, agotados por el esfuerzo, sentían que la nieve los atrapaba y los sumergía. Cada paso era una batalla por escapar. Tuvieron que recurrir a sus últimas fuerzas; al último resto de determinación que les quedaba para no darse por vencidos.

¡Qué fácil hubiera sido rendirse! ¡Qué tranquilidad hubieran experimentado si cedían al cansancio, se acostaban a dormir, y la nieve los cubría; arrebatándoles el calor y la vida para siempre! Sería una muerte tranquila en un mundo destrozado y cruel; con sus esperanzas abstractas y la única garantía de un sufrimiento tras otro.

Pero la chispa de la vida seguía iluminando sus corazones. Otra vez, Lincoln se encargó de demostrar que estaba hecho de un material muy duro. En él, la llama de la vida ardía con una fuerza inusitada. El muchachito se encargó de que Lori no flaqueara, de que no se desesperara y se entregara al frío abrazo de la muerte. Como pudo, consiguió arrastrarla por la nieve y llegar al pórtico de una de las primeras casas. Las puertas estaban cerradas, pero consiguieron entrar por una ventana.

El interior estaba en completo desorden, pero eso no les importó. Estaba casi seco, y varios grados de temperatura por arriba del exterior.

Eso les bastó. Ni siquiera se preocuparon por limpiar. Sacaron sus impermeables, se abrazaron, y se durmieron de inmediato.

The Loud House: SobreviviremosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora