Parte 1 - Capítulo 2: Garras en la Oscuridad

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El impacto de la caída bajo tierra resultó ser de alguna manera más dolorosa que la del balcón, pero Grizmot se sentía agradecido de estar esta vez a merced de la tierra y el polvo y no de la lluvia y los riscos afilados de la montaña.

El aire seco y polvoriento lo revitalizaba, y sus ojos se adaptaban mejor a las tinieblas que a la luz. Vio al goblin tendido en el suelo, aturdido por el dolor. Lo tomó por el cuello de la capa y se preparó para asestarle otro puñetazo, entonces vio la sangre. Su cabeza vendada cubriendo una herida previa que manaba una sangre verde y espesa, manchando su rostro. El Bogóra lo dejó en el suelo, no tenía caso. Se sacudió la tierra del cuerpo y estiró sus músculos, luego se internó en los pasillos cavernosos de aquella ruta subterránea en busca de una manera de regresar a la superficie.

A medida que se adentraba en los pasadizos, recapitulaba en su cabeza todos los sucesos recientes: su caída, el dolor, el enfrentamiento con el goblin y la segunda caída. Había sido la primera vez que peleaba con alguien pues Grizmot nunca había sido conflictivo ni violento. El derechazo que le acertó a su rival era algo que le había visto hacer a los centinelas de Skalomir durante sus entrenamientos pues los centinelas de la ciudad, los Straznik, debían ser diestros a la hora de pelear. Pero él nunca había puesto en práctica aquellas técnicas de combate.

Este era sin duda un día de primeras veces: su primera vez fuera de la montaña y su primera vez peleando contra un enemigo. Aun así en ningún momento se le pasó por la cabeza matar al goblin. No podría hacerlo aunque lo intentara porque jamás había quitado una vida y esperaba nunca tener que hacerlo. Por lo tanto era un gran alivio que el goblin hubiese quedado fuera de combate y no fuese más su problema.

Tras caminar un poco en la penumbra polvorienta de rieles oxidados, estructuras desmoronadas y picos rotos, se dio cuenta de que se encontraba en una mina abandonada, una antigua ruta que quizás había sido clausurada hace siglos. La caída había sido profunda por lo que no podía escalar por donde había descendido. Su mejor opción era encontrar algún pasadizo que lo condujera a una salida en la base de la montaña.

Caminó a buen ritmo durante un rato, sintiendo cómo el dolor y el cansancio se disipaban lentamente de su cuerpo. Estar entre la roca y la tierra le reponía las fuerzas. Poco alcanzaría a avanzar antes de escuchar un ruido extraño, similar a garras escarbando en la tierra. El sonido provenía de un lugar a sus espaldas de modo que se dio la vuelta esperando encontrarse con el goblin, pero la realidad era mucho peor: se trataba de un Devorador de Piedras, un Yadak como lo llamaban en su lengua. Era una bestia rechoncha de medio metro de alto, con un largo hocico rematado en apéndices delgados que parecían dedos. Se erguía sobre dos cortas y musculosas patas traseras, agitando en el aire un par de garras filosas y alargadas. Su pelaje negro brillaba, parecía tener incrustados fragmentos de minerales afilados que le daban un singular brillo, perceptible incluso en la oscuridad. En muchas formas, se asemejaba a un topo, excepto que los topos comunes no tenían garras y dientes capaces de destrozar las rocas como si fueran hortalizas.

No era la primera vez que veía un Devorador de Piedras; a veces aparecían en los túneles de Skalomir, sobre todo en los más profundos, pero eran repelidos por los centinelas con sus escudos y pesadas lanzas. Bastaba con mostrarles la ineficacia de sus dientes y garras frente al acero Bogóra para que terminaran huyendo. Sin embargo, Grizmot no llevaba acero encima, y aunque su piel era gruesa y fuerte como la roca, frente a esta criatura era tan vulnerable como cualquier hombre desnudo ante una espada afilada.

El Bogóra sabía que el resultado se decidiría rápidamente y optó por tomar la iniciativa: dar el primer golpe mientras su cuerpo aún no había sido dañado por las garras y colmillos de la bestia. Su puño derecho se clavó con fuerza en la base de la mandíbula inferior del yadak, lanzándolo por los aires de espaldas al suelo. Los fragmentos de granito del pelaje de la bestia se habían incrustado en los nudillos de Grizmot y lo hacían sangrar, pero no era tiempo de preocuparse por el dolor; la pelea recién empezaba.

EL ENANO Y EL GOBLINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora