Parte 1 - Capítulo 4: El Devorador de Montañas

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Descendieron por el túnel que se dirigía al corazón de la montaña. Se sentían repuestos; Zinket había saciado su sed y el enano había descubierto que sus heridas aún frescas, estaban sanando a buen ritmo.

Avanzando entre la penumbra llegaron a una apertura en la pared izquierda del túnel que se abría al cavernoso y hueco interior de la montaña, desde allí podían asomarse y admirar el abismo subterráneo. Al hacerlo, admiraron un espectáculo impresionante, una criatura gigantesca, similar a un yadak pero de proporciones descomunales: el Padre de los Devoradores de Piedras. Cubierto de un grueso pelaje negro con pedazos de rocas filosas incrustadas, se sujetaba a las paredes con sus garras y patas. No se trataba de un yadak del tamaño de un árbol o una gran roca; era casi tan grande como la montaña misma.

Sobre él correteaban yadaks comunes de un lado para otro, utilizando el cuerpo de su padre como puente entre las paredes. Grizmot y Zinket contuvieron el aliento unos segundos, ahogando un grito de asombro ante la magnitud de aquella bestia abrumadora. Un devorador de piedras común ya era un problema, pero ¿Uno gigante? Ni todo el acero enano podría detenerlo si decidía arrasar con la montaña entera.

El enano observaba petrificado aquella criatura devastadora y de repente, toda su búsqueda por una salida de las minas pareció irrelevante. ¿Cuánto tiempo habrían permanecido los Bogóras ignorantes si él no hubiese caído dentro de la montaña para observar este monstruo con sus propios ojos? Quizás hubiera sido cuestión de un par años para que aquella bestia colosal surgiera desde las entrañas de Góra y devorara a todo y a todos en la Ciudad de Piedra.

De repente, una sacudida lo sacó de su trance: Zinket intentaba decirle con señas que regresaran por donde habían venido. Así lo hicieron al principio, retrocediendo despacio, con cautela e intentando no hacer ruido. Entonces, el enano decidió que antes de irse debía asomarse sobre el abismo una vez más para ver en dónde terminaba el cuerpo de aquella bestia gigante y poder hacerse una idea de cuán lejos estaba el monstruo de su ciudad. Sin embargo, el vértigo lo hizo tambalearse y terminó apoyándose torpemente sobre la frágil columna de piedra a su izquierda. La piedra de la columna cedió levemente y algunos escombros rodaron hacia las tinieblas que envolvían el cuerpo del Gran Yadak, haciendo suficiente ruido para alertar a todas las criaturas del recinto.

Abandonando el sigilo, el enano y el goblin corrieron con todas sus fuerzas de regreso a la encrucijada. Una vez allí, tomaron el sendero ascendente sin detenerse ni un instante y corrieron con dificultad por la ruta que los llevaría lejos de allí. A pesar de tener renovados alientos y de sentirse descansados, la horda furiosa de yadaks los seguía tan de cerca que pronto tuvieron que exigirle a sus piernas más fuerzas de las que en verdad tenían. Largo rato corrieron desesperados en las tinieblas, rogando en silencio que la pendiente dejara de ascender y que sus piernas no cedieran ante la fatiga.

El estruendo amenazante de los yadaks azotando la tierra tras ellos los perturbaba mientras la extensa longitud de la pendiente comenzaba a minar sus esperanzas. Sentían que pronto caerían rendidos por el cansancio y las bestias les darían alcance y los devorarían.

Fue entonces, en la hora más oscura, cuando el camino comenzó a iluminarse tenuemente: una luz blanca llegaba desde algún lugar lejano, había una salida al final de la pendiente por donde se filtraban los plateados rayos de la luna. El enano y el goblin se miraron entre jadeos, mientras el fuego de la esperanza ardía en sus ojos. Ambos adivinaron lo que el otro pensaba: "¡Podemos salvarnos!".

Zinket dejó atrás a su compañero, quien se quedaba rezagado exhausto por la extensa persecución. El goblin avistó la luz al final del túnel y se dirigió hacia lo que antaño solía ser la entrada de la mina inferior de la montaña. Haciendo un esfuerzo descomunal, aceleró la marcha y cuando tuvo el umbral a su alcance, saltó hacia él y aterrizó en el suave y reconfortante césped húmedo del exterior.

EL ENANO Y EL GOBLINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora