Parte 1 - Capítulo 5: La Ciudad de Piedra

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No les tomó mucho tiempo llegar a las escalinatas de piedra en la cara norte de la montaña. Comenzaron a subir por el zigzagueante camino y tuvieron que detenerse a descansar en un par de ocasiones, pues la ruta era larga, la ladera inclinada y el sol había empezado a calentar con fuerza. Ahora compartían el agua, y aunque intentaban racionarla, el cansancio y el calor los obligaban a tomar grandes sorbos, lo que hizo que en poco tiempo se quedaran sin reserva alguna.

Fue durante aquella travesía que Grizmot comprendió lo diferente que eran los seres vivos de los Bogóras de la montaña y lo gratificante que era caminar con su amigo en comparación con la vida solitaria que había llevado encerrado en su solitaria ciudad durante tantos años.

Finalmente subieron los últimos escalones y llegaron a un risco plano y amplio donde se alzaban fuertes e imponentes las puertas de Skalomir, forjadas en acero Bogóra y esculpidas con lemas y símbolos en Lahz Gomah. Para entonces, Grizmot se apoyaba sobre el goblin para no caer al suelo, pues aunque había bebido agua y comido por primera vez, seguía recuperándose del cansancio y las heridas. Sabía que necesitaría mucha más comida, agua y descanso para reponerse completamente después de su aventura.

A punto de desfallecer, el enano vio cómo las puertas dobles de acero se abrían lenta y parcialmente, deteniéndose a una distancia suficiente para ser cruzadas sin que se filtre demasiada luz solar en el interior. Tras cruzar el umbral y adentrarse en la antesala de la ciudad, las puertas se cerraron y de entre las sombras surgió un grupo de centinelas Straznik con escudos y lanzas negras. Rodearon al goblin amenazándolo con el filo de sus armas. Éste no tuvo más opción que soltar al enano y mientras Grizmot caía al suelo a punto de desmayarse, veía entre borrones a Valta, la anciana del Cabildo de Skalomir, de pie entre los centinelas.

. . .

Al despertar descubrió que seguía en la antesala de la ciudad, aún no se acostumbraba a abrir los ojos de nuevo al mundo luego de estar inerte e inconsciente. Su boca estaba seca y sentía un dolor palpitante en la cabeza, como si martillos aporrearan sus sienes de manera constante. Estaba oscuro, apenas podía ver. Tras enderezarse escuchó el rumor del riachuelo que corría bajo el puente que conectaba la bóveda con el interior de la ciudad.

Avanzando a gatas en la oscuridad, Grizmot persiguió el sonido de la corriente vigorosa mientras los demás Bogóras observaban anonadados aquel inusual espectáculo. Tanteando torpemente el camino hacia el puente, resbaló por la ladera rocosa que descendía hacia el río gélido y poco profundo. Una vez allí, bebió largamente, sumergiendo su boca en el agua como un animal sediento al que no le importa empapar su cuerpo. Escuchó exclamaciones de indignación y sorpresa entre su gente, pero no le importó, el agua lo imbuía de tal vigor y alegría que lo único que sentía frente a las miradas acusatorias era libertad.

– ¡Zinket! –Exclamó de pronto recordando a su compañero– ¿Dónde está el goblin con el que llegué a la ciudad?

– ¿El goblin? Encarcelado, por supuesto –respondió de repente una voz fría y clara. Desde la cornisa del puente lo observaba una silueta familiar. Rígida como un pilar, erguida como una lanza, de cabellos plateados y ojos pálidos y severos.

Valta miraba a Grizmot desde lo alto del puente, con aires de suficiencia. El enano se irguió firme en medio del río subterráneo, mojado de pies a cabeza y con la ropa llena de barro, y supo de inmediato a quién se dirigía ahora. Por primera vez, encontró el coraje para mantener la cabeza en alto y sostenerle la mirada con dignidad.

– ¡Ha habido un error! –Protestó el enano con vehemencia–. El goblin no es un enemigo, ha sido mi leal compañero en una aventura plagada de peligros. Él me ayudó a regresar a Skalomir sano y salvo. ¡Deben liberarlo cuanto antes, mi señora!

EL ENANO Y EL GOBLINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora