Motifs et justifications sáles

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—Mhmm, SeulGiie...—la castaña abrió sus ojos saliendo de repente de ese cálido y caliente escenario, pero cuando los abrió, no era su esposa, era la otra. Frunció su ceño mientras bajaba la pierna de su hombro, y dejó salir aire, riendo. Se había atrevido a decir ese apodo cariñoso que sólo su mujer podía decir, podía usar. Hasta se le hizo una falta de respeto, mientras ella tenía la pierna de su secretaria en su hombro y su polla dentro de ella. Habló.

—No vuelvas a decirme así, SunJin, en tu vida vuelvas a decirme así... yo... vete.

¿Le removió, en lo más profundo? Le revolvió todo, cada forma de pensamiento, le removió el corazón, hasta el hígado, y ahí se preguntó, ¿Qué carajos estaba haciendo? Salió de su secretaria mientras recogía el vestido que ella misma le había quitado, reconociendo lo que era: Uno que había ordenado para su esposa. Se lo tiró, evitando verla. Ignoró lo que le decía.

—Pero-

—Tira ese vestido, si te atreviste a ordenar doble de otros también tíralos—unas manos que comenzaron a acariciar su torso, masajeando sus pechos, y cerró sus ojos, suspirando—vete a llamar a Son, no te quiero volver a ver en lo que resta del día, ¿Entendiste? Sólo... lárgate.

SunJin sólo asintió, limpiando una lágrima que cayó y salió del despacho directo al baño, ganándose una que otra mirada juzgona de los demás. Ahí se permitió llorar.

¿Por qué eligió ser la otra mujer, y ser tratada así? SunJin sólo agarró papel, limpiando sus lágrimas y después salió a verse en el espejo, tratando de sonreír.
Para empezar, ¿Cuándo dejó de admirar la relación de su jefa y su esposa, a querer ser la esposa? No sabe, a lo mejor hace un año, cuando estaba recogiendo unos papeles en la oficina de SeulGi y en lugar de suspirar enamorada viendo la foto de la boda, se imaginó en el cuerpo de la pelinegra.

La que era besada de forma suave, la que los otros brazos fuertes y posesivos la sostenían, la responsable de esa sonrisa enamorada.
La que poseía el perfume que hacía a la jefa cerrar sus ojos e inhalar en el aire, diciendo que ese era su perfume favorito y que le encantaba su oficina lleno de él.

Ahora que lo recuerda, así fue como cayó. Después de cafés más dulces, vestidos pequeños, pequeñas caricias que parecían más que un 'felicidades por haber cerrado el contrato', pequeños roces y quedarse hasta tarde esperando, diciendo que su bus todavía no pasaba para que su jefa de forma amable se ofreciera a llevarla a casa, para al final, con ese perfume.

Cuando en el carro, afuera de su casa, cerró sus ojos, inhalando, pero SunJin sólo la besó. Un beso que su jefa no correspondió al instante, pero el día siguiente, en la oficina, no dijo nada referente a un despido.
¿Tenía oportunidad? Ese fue un empujón.

A lo mejor así terminó con las piernas abiertas y su jefa en ella mientras llamaba a su esposa diciendo que no iba ir a comer por un papeleo que la tenía muerta para después colgar, suspirando, quitando su corbata y camisa mientras se acercaba a la rubia y sostenía su rostro, chasqueando.

—De nuevo te pusiste labial—por lo que no recibía besos en los labios, besos cariñosos que sabía que al final de la noche, iban a la esposa dulce y cariñosa.

SunJin sólo se acostaba en la cama, abrazando una almohada, dejando escapar una lágrima en ella mientras suspiraba e intentaba dormir. ¿Por qué llegó a eso?
Pero cuando su jefa la llama y la besa, acaricia sus muslos y cuando una vez se quedó recostada en su pecho, agotada, cosa que aprovechó la rubia para acariciar sus cabellos castaños, la hacía volver.

De todos modos iba a ser lo poco feliz que podía ser por desgraciarle la vida a la esposa.

Ahí sonrió, coqueta, porque lo nuevo reemplaza lo viejo.
Pasó del suspiro enamorado al gemido y a la mirada juzgona, viendo a la mujer pelinegra llegar. Ríe, pero después del trato de SeulGi, vuelve a su realidad.

A la de la otra mujer.

Como ahora. Apenas salió vio cómo la pelinegra era besada suavemente, su cadera acariciada y una sonrisa verdadera. Nunca sería ella.

JooHyun vio desinteresada a la rubia que se acomodaba el vestido como podía y volvía a su asiento, afuera de la oficina de la castaña, donde intentaba sonreír falsa a la esposa.
A la que envidiaba completamente.

¿Qué podía envidiar lo nuevo de lo viejo? El amor acumulado, pero de todos modos, la envidia era más grande de lo viejo.
De lo sucio, viejo, malgastado que se siente. Cómo lo nuevo brilla más y llama la atención de cualquier manera.

Porque para JooHyun, SunJin no tiene nada, pero nada de qué quejarse.
Ella no espera ciegamente a su esposa todas las noches, con la casa limpia, la cena, y sus pijamas compartidas en la cama para que sólo llegue y se acueste a abrazarla por unas horas.
¿Qué le cuesta hacerla feliz, máximo, una hora por día?

Absolutamente. Nada.
Tal vez sólo aguantar ese 'mal humor', pero nada más.

Ella no se privó, no malgastó más de 10 años esmerándose en hacer feliz a su esposa a punta de su propia felicidad, 10 años de matrimonio que fueron a la basura, y lo peor de todo, es que JooHyun se culpa a sí misma.
Por no ser ese tacto, por no ser, más 'caliente'. Ahora la pelinegra, es la que envidia, la que culpa a lo nuevo.

Ahora ella sólo se sienta, tomando una copa de vino, esperando a su esposa que llegó y le hizo el amor en el sillón para levantarse, atender una llamada furiosa, y frunció el ceño cuando escuchó 'SunJin, ¿Qué?'

Pero más, cuando vio esos rasguños nuevos en la espalda y una marca de labial en su nuca.

Ahí JooHyun se aseguró, de lo que le dijo SooYoung, dos días antes.

Iba a dejar a SeulGi, y si lo haría, la iba a destrozar en cada aspecto.

Por lo que ahora, el mensaje de 'no sé qué hacer' se convirtió en un '¿puedes venir a mi casa?'

The Other WomanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora