𝟎𝟏| 𝙴𝚕 𝚂𝚊𝚋𝚘𝚛 𝙰𝚖𝚊𝚛𝚐𝚘 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚂𝚘𝚕𝚎𝚍𝚊𝚍

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El corazón lo tenía hecho trizas, a simple vista parecía una chilladera de cachos, una chilladera de traición, una puñalada por la espalda o una decepción. Para Bill no lo era, para un joven que había crecido sin ser escuchado, que había crecido sin ser amado correctamente, para alguien que sólo recibía migajas tras migajas, era volver a la misma mierda de siempre. ¿Para qué encontrar un amor si tarde o temprano te lastimara?

—Bill ¿No piensas comer de nuevo?¿Vas a quedarte allí encerrado toda tu vida?—Decía Gordon

Pero como siempre no recibió una respuesta, nadie absolutamente se había detenido a preguntarle como se había sentido, si de verdad le dolía el corazón  o si solo estaba decepcionado. La respuesta era clara, buscaba amor entre la gente pero el único amor leal era la comida, ese helado de chocolate que era tan dulce y perfecto para olvidar los momentos amargos y concentrarse en el sabor y pensar si realmente era mejor el chocolate o era mejor la vainilla o la fresa o las papas fritas, o las galletas de oreo, o la pizza, o la pizza de carnes frías, ¡Oh la nevera completa!

—¿Has hablado con tu hermano?—preguntó Gordon. Al bajar las escaleras y encontrarse con su otro hijastro saliendo del baño y a su vez limpiándose la nariz

Sabía que Tom consumía sustancias que dañaban su cuerpo, pero fingía no saberlo, Gordon sabía que sus hijastros solamente lo consideraban como el novio de mamá, y eso significaba que aún no era aceptado en la familia y probablemente nunca lo sería, porque en realidad nadie pensaba en ello. Simone era una madre que pasa toda la semana internada por haberse hecho adicta a las pastillas para dormir. Jorg era un padre que trabaja todo el día, dormía en el trabajo si le era posible, ambos se habían divorciado cuando sus hijos estaban cursando el preescolar

—Tengo mejores cosas que andar escuchando como lloriquea Gordon, ¿O que?¿Tu jamás lloraste por unos cachos? ya se le pasara—

—Si, y también necesitaba a un hermano para llorar en su hombro—

Tom rodeo los ojos, tomó las llaves de casa y terminó yéndose sin decir más. Tom y Bill no eran unos hermanos que convivieran mucho, de hecho en su niñez se la pasaban divididos en sus habitaciones mientras escuchaban los gritos de sus padres al discutir. Gordon bufo cuando vio a su pareja en el comedor aun con la pijama a las dos de la tarde, con el pelo revuelto como si de un estropajo se tratara

—¿No vas a meterte a duchar?—Simone negó mientras se llevaba la taza de café a los labios—Deberías hablar con Bill, creo que necesita a su madre—

—Lo haré Gordon, lo haré—Decía para evitar el tema

Gordon era como aquella guitarra que permanecía arrumbada en la casa, estaba allí pero nadie le hacía caso, nadie se detenía a admirar las hermosas cuerdas, o el mango largo, o el olor del barniz, o qué tan grande tenía la boca o si estaba desafinada.

Gordo terminó por irse, a veces le frustraba ver a una familia sin futuro, una familia vacía de amor, un hogar con cadenas y candados sin llaves, difíciles de encontrar. Simone tomó las píldoras que había escondido en la alacena junto a los cereales, y no dudo en subir a su habitación y tomarse dos, o  tal vez tres o cuatro. Para cuando llegó la noche Simone ya estaba perdida en un sueño profundo que tal vez no despertaría hasta el día siguiente por la tarde. Simone estaba tan sumida en su propio mundo, tan hipnotizada por su propio dolor que no podía prestar atención en alguno de sus hijos.

La puerta se abrió con lentitud para que no rechinara y así no despertar a nadie aunque Bill sabía que eso no pasaría. Pues suponía que su madre dormía y su hermano seguramente no estaba en casa, bajo a la cocina con los pies descalzos, sin encender las luces, al abrir la nevera la luz chocó contra sus pupilas que lo hicieron brillar de puro gusto. Simone solía llenar la nevera con mucha comida preparada, para que sus hijos no pudieran molestarla. Bill tomó el bote de helado de chocolate, se sentó en el suelo y empezó a comerlo sin condiciones, tras algunos segundos la luces se encendieron dejando ver el rostro de su hermano

𝗔𝗹𝗺𝗮𝘀 𝗥𝗼𝘁𝗮𝘀;  Bill and Tom Kaulitz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora