𝟎𝟓| 𝙲𝚘𝚗𝚎𝚡𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜 𝙸𝚗𝚚𝚞𝚎𝚋𝚛𝚊𝚗𝚝𝚊𝚋𝚕𝚎𝚜

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La madrugada envolvía la casa en un silencio profundo, interrumpido solo por el leve zumbido del refrigerador. Bill estaba en la cocina, la luz tenue del lugar proyectando sombras suaves en las paredes. Se sentía atrapado en un ciclo que no podía romper, acompañado por la comida que no podía controlar.

Bill se sentó en una silla, mirando fijamente el desorden frente a él. Sentía una mezcla de culpa y desesperación, sabiendo que estaba usando la comida como un escape, una forma de llenar el vacío que sentía en su interior.

Cada bocado era un intento de silenciar los pensamientos que lo atormentaban, de llenar el hueco que la tristeza y la soledad habían dejado. Pero, al mismo tiempo, cada bocado también era un recordatorio de su falta de control, de cómo la comida se había convertido en una especie de consuelo tóxico.

Bill se quedó sentado en la mesa, su cuerpo agotado por la lucha interna que había estado librando. Las lágrimas seguían cayendo silenciosamente por sus mejillas, mezclándose con los restos de comida que lo rodeaba

A medida que los minutos pasaban, el cansancio comenzó a apoderarse de él. Sus párpados se volvían cada vez más pesados, y su respiración se hizo más lenta y profunda.

El sonido de pasos suaves lo sacó de sus pensamientos. Levantó la mirada y vio a Tom en la entrada de la cocina, su expresión era una mezcla de preocupación y comprensión. Sin decir una palabra, Tom se acercó y se sentó junto a Bill, colocando una mano reconfortante en su hombro.

—No tienes que hacer esto solo, Bill— dijo Tom, su voz suave pero firme. —Estoy aquí para ti, siempre.—

Bill abrió los ojos lentamente, parpadeando para despejar la neblina del sueño. Se encontró en el umbral de la puerta de la cocina, mirando hacia la sala. La luz tenue de la madrugada iluminaba el espacio, revelando una sala vacía y silenciosa.

Por un momento, Bill se sintió desorientado. Había esperado ver a Tom allí, de pie, frente a él, mirándolo con comprensión. Pero no había nadie. La cocina estaba desierta, y el silencio era casi ensordecedor.

Se frotó los ojos, tratando de aclarar su mente. ¿Había sido todo un sueño? ¿Había imaginado la presencia reconfortante de su hermano? La sensación de soledad se hizo más intensa, y Bill sintió un nudo formarse en su garganta. Con pasos lentos y pesados, se dirigió hacia la habitación de Tom. Cada paso resonaba en el silencio de la casa, el eco de sus propios pensamientos acompañándolo en su camino.

Al llegar a la puerta de la habitación de Tom, Bill extendió una mano temblorosa y tomó la manija. El frío metal bajo sus dedos le envió un escalofrío por la espalda. Se quedó allí, inmóvil, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Bill cerró los ojos, respirando profundamente. Podía sentir la presencia de Tom al otro lado de la puerta, pero no se atrevía a cruzar ese umbral. Se quedó de pie, su mano aún en la manija, luchando contra la mezcla de emociones que lo abrumaban.

Bill se llevó los dedos a los labios, su mente inundada por el recuerdo del beso con su hermano. Sentía una mezcla de confusión y culpa, sabiendo que lo que había sucedido no era algo que pudiera entender fácilmente. El contacto de sus dedos con sus labios era un recordatorio tangible de ese momento, un eco que resonaba en su mente.

Sabía que esto era algo que muchos considerarían incorrecto, algo que no encajaba en las normas de la sociedad. Pero en ese instante, lo único que sentía era una profunda conexión con Tom, una necesidad de cercanía que iba más allá de las palabras.

𝗔𝗹𝗺𝗮𝘀 𝗥𝗼𝘁𝗮𝘀;  Bill and Tom Kaulitz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora