𝐃𝐎𝐒 𝚮𝐎𝐑𝚨𝐒 𝐘 𝚳𝐄𝐃𝐈𝚨 𝚨𝚴𝐓𝐄𝐒

69 10 1
                                    

Quisiera apagar ese infernal aparato. Sus vibraciones me agobian, pero a la vez es lo único que me mantiene con un pie en este mundo. Si lo desconectase o lo lanzase por el balcón como he barajado varias veces hacer, quizá yo ya no estaría aquí, sino en esa iglesia, aunque no estoy muy segura de qué haría ahí. ¿Mirar? ¿Interrumpirla?

Me recuerdo de adolescente, tonta y enamoradiza, y lo peor de todo es que de un personaje irreal. Me imaginaba esas intensas escenas donde el héroe aparece en mitad de una ceremonia matrimonial y grita ante todos los invitados la ferocidad del amor que compartió junto a su amada durante frenéticos e intensos meses, esos que no se pueden borrar con un apellido nuevo y una recepción de ciento cincuenta invitados. La novia se conmovería, aliviada por no tener que fingir ni un segundo más que aquel amor no la carcomía en cuerpo y alma, y que todo lo que había deseado desde la puerta de la iglesia hasta el altar era escuchar la voz del amor de su vida impidiendo que se atara a un hombre despreciable, que no la quería y del que no podría escapar nunca.

Ambos salían corriendo, una vestida de novia y otro en ropas casuales, envueltos en risas y llantos, en deseos de empezar una vida lejos, dispuestos a borrar cada letra de su historia pasada y reescribir nuevas promesas. Cumplirlas día a día. Fundirse en un amor interminable.

Pero ni yo soy una heroína ni tengo el valor para presentarme en una boda donde está tanta gente que conozco. Acabaría humillada, agredida, destrozada por completo. Y todo porque no me llevaría a mi amante. No saldría corriendo, vistiendo mi abrigo rojo mientras le cogía a él, en tuxedo. No borraría nuestra historia ni habría nuevas promesas para cumplir. Aquel amor se ha terminado.

Solo quedo yo en mi cama, con mi camisón. Con mis rodillas recogidas y mis brazos envolviéndolas. Miro fijamente el abrigo rojo del perchero, esta vez intacto. No se ha movido de ahí en meses. Recolecta polvo, así como ilusiones. «Y desilusiones», añade el nudo de mi garganta. Se ha quedado ahí esperando otra llamada, una que no entrará nunca, por más que vibre mi teléfono. Nunca será él.

La insistencia de su determinación me destroza. Acabó conmigo desde el primer momento, y cuando creí que no podía hacerse peor, llegó el vacío. No de sentimientos ni de pensamientos. Físicamente, un vacío que va desde mis clavículas hasta mi vientre. Es como si me hubiesen arrancado los órganos y viviese a base de simples reflejos cerebrales. Aunque tampoco creo que disponga de ese órgano. Al contario, fue uno de los primeros en irse en cuanto apareció él, en cuanto cruzó el umbral de aquella puerta.

Memorias: Paulette (Niña Mal, #3.1) [Abi Lí]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora