𝐔𝚴𝚨 𝚮𝐎𝐑𝚨 𝐘 𝚳𝐄𝐃𝐈𝚨 𝚨𝚴𝐓𝐄𝐒

55 8 1
                                    

El recuerdo hizo resurgir las lágrimas. Mi libro estaba empapado de lágrimas, antiguas y recientes. El sonido de mis sollozos era como una música repetitiva. Estaba cansada de ellos, pero simplemente no podía pararlos. Los brazos de mi mejor amiga me sostenían con fuerza, conteniendo las sacudidas de mi cuerpo. Casi la sentía romperse de impotencia.

—Ese maldito proyecto —rengué en mitad de mi llanto. Jadesy me siseó, pero no había nada que pudiera apaciguar el carbón ardiendo que arrasaba con mi corazón, con lo poco que quedaba en mi interior. Me sentía hueca, apenas móvil. Mis mejillas estaban empapadas por interminables cortinas de lágrimas. Quizá por eso me sentía tan vacía, porque cada órgano de mi cuerpo se había convertido en agua salada, drenándose a través de mis ojos.

No importaba si cerraba los ojos o los mantenía abiertos. En cada parpadeo, ciento de imágenes, recuerdos, me derribaban por completo cada vez que intentaba recogerme. Le veía a él, riendo a carcajadas. Recordaba sus hoyuelos, esos que me gustaban tanto. Cada movimiento, hasta el más mínimo, que había hecho en mi presencia, me atacaba la memoria. La vez que alzó sus ojos hacia los míos, cuando se había arrodillado a quitarme los zapatos, para luego desprenderme de toda mi ropa. Muy lentamente, poco a poco, como si yo estuviese hecha de cristal. Recordaba el calor de sus labios contra la sensibilidad de mi piel. La delicadeza de sus dedos deslizándose por mis piernas. El tacto de su pelo entre mis dedos cuando su boca buscaba desesperadamente mis pechos...

—Sé que lo último que quieres es escucharme insultándole, pero te juro que no quiero hacer otra cosa —masculló Jadesy, con la voz rota.

Cerré los ojos y negué con la cabeza. Sabía que, aunque intentara hablar, de mi garganta no iba a salir nada.

Jadesy tenía razón, tenía que odiarlo, que despotricar contra él y estar contenta de haberme librado de alguien como él. Pero, en mi mente, era imposible. Si algo quedaba dentro de mí era amor, uno fulminante y frenético. En mi cabeza, él seguía idealizado. Aún creía que había perdido al hombre de mi vida, y que nunca sentiría lo mismo con nadie más. Era imposible. Aquello era algo que solo él me daba. No importaba cuántos billones que personas hubiese en el mundo, ninguno era él. Y todos serían como piezas de rompecabezas que jamás calzarían en mí. Todos, aunque no los conociera, me parecían despreciables. Poca cosa. Insignificantes.

Pensamientos impropios de mí se apoderaban de mi mente. La desesperación susurraba a mi oído. Me decía que nada era más importante que recuperarlo, que hacer que volviera a amarme. Necesitaba como al aire volver a sentir su mirada de amor sobre mí. Si tan solo volviese a susurrarme que me amaba al oído, yo sería feliz por el resto de mi vida. No quería nada más. Lo hubiese abandonado todo por recuperarlo. Haría cualquier cosa. Dejaría la moral, los principios e incluso a mí misma, entera, por regresar el tiempo y no dejarlo ir nunca. Me sentí capaz de cosas profanas y despreciables. No me importaba a quién lastimara. Me sentía capaz de romperle el corazón a todos por recuperar al suyo. El de todos. De mis padres. De Jadesy. De cualquiera que se atreviera a amarme. Nadie era más importante.

Me ahogaba.

Me hundía en dolor y desesperación. Solo pensar que ella lo disfrutaría cada noche, que sería ella quien recibiera sus caricias mientras yo me convertía en lágrimas en mi cama.

Me lo imaginé preparándose frente al espejo. ¿Estaría nervioso? ¿Contento? ¿Pensaría en mí durante un instante? ¿Tendría dudas? No, no. Claro que no tenía dudas. Él se había encargado de dejármelo claro. Me había roto el corazón trozo a trozo, con el pretexto de ser sincero. Sus palabras se me habían marcado en la piel, ardiendo como brasas. «No hay una vida en la que no la elegiría», me había dicho, y su voz seguía haciendo eco en mi cabeza, arrasando con mi cordura cada vez.

Mi cara estaba hundida en la almohada mientras gritaba con toda la potencia de mis pulmones. Mi cuerpo, aunque físico, parecía estar en otra realidad. Deseaba con todas sus fuerzas estarlo. En una donde estábamos juntos. Pero él me había jurado que eso no pasaría en ninguna realidad. Ni aunque me la inventara.

—Lottie, tienes que calmarte —me siseaba Jadesy, acariciando mi cabello.

—Vete —grité contra la almohada.

Pero ella no lo hizo. Al contrario, se recostó a mi lado y se aferró a mi cuerpo, sujetándome una vez más.

Quería sentirme culpable por haber pensado que sería capaz de romper su corazón. Jadesy, que siempre fue leal y entregada a nuestra amistad. Jadesy, mi hermana. El resultado de una tragedia turbia. La hubiese entregado en bandeja por un hombre que me había abandonado una y otra vez, que no había cumplido ninguna de sus promesas y que me había reemplazado sin remordimientos.

Era la persona más despreciable del mundo. Me daba asco en quien me había convertido por él. Ni rastros quedaba de aquella chica inocente y benévola de la que él se había aprovechado. Me odiaba tanto a mí misma. Sobre todo porque me odiaba más a mí de lo que le odiaba a él.

Nada. A él no le odiaba enabsoluto. Lo idolatraba. Era consciente de ello. Así como también eraconsciente de que ese era el mayor error que había cometido nunca. Y aun así nopodía dejar de hacerlo. No desde aquel día en que habló conmigo por primera vezfuera del salón de clases. Cuando el barco empezó a hundirse sin que ninguno delos tripulantes se diera cuenta.

Memorias: Paulette (Niña Mal, #3.1) [Abi Lí]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora