𝐃𝐎𝐒 𝚮𝐎𝐑𝚨𝐒 𝚨𝚴𝐓𝐄𝐒

52 9 0
                                    

Los golpes en la puerta me sacan de mi ensoñación. Solo entonces me doy cuenta de que el teléfono ha dejado de vibras. Me quedo callada, rezándole a las estrellas que me hagan invisible. Más golpes. Esta vez más urgidos.

—Sé que estás ahí —me dice una voz a través de la puerta. Lo dice con ternura, pero es un sonido que de todas formas aborrezco. Su voz me enlaza con aquellos recuerdos. Todos los días que estuve con él escuché esta voz. Esa voz me animó a hacer todo aquello que yo quería pero no me atrevía—Cariño, por favor. He estado llamándote por horas.

Hundo mi rostro en mis rodillas. Quizás así logre desaparecer de esta tenebrosa realidad. Sabía que tenía que haberme ido lejos, donde nadie me encontrara, y no lo hice. Porque soy una ilusa, porque aún queda en mí pinceladas de aquella inocencia que alguna vez tuve y que me fue arrebatada a cambio de esta infinita amargura.

La puerta se abre, como sabía que haría. No me molesté en ponerle llave.

—Lottie —susurra esa voz otra vez—. Sé que quieres estar sola, pero necesito saber que estás bien. No levanto la mirada. No puedo—. Te he traído una tarta de queso.

Levanto la cabeza de golpe y busco dicha tarta con la mirada. Al pie de la puerta esta mi pelirroja y desenfrenada amiga, sonriéndome con tanta pena como cautela. Alza con las manos una bolsa de papel de mi pastelería favorita, pero no se mueve. Está siendo cuidadosa, muy impropio de ella. Seguro me veo horrible. No hay otro motivo que explique que Jadesy sienta compasión por un ser humano.

Mi amistad pudo romper sus barreras. El cariño que siente por mí puede más que su dura coraza de insensibilidad. Creía que el amor que sentía mi profesor de primer semestre de Literatura tendría un efecto parecido. Claramente, la realidad es otra.

—¿Y café? —digo, y mi voz sale extraña y ronca.

Jadesy rebusca en la bolsa y saca, satisfecha de su suficiencia, una base de cartón que sostiene dos vasos de mi bebida caliente favorita. Ya más segura de sí misma, se acerca y se sienta frente a mí. Me entrega el café y abre la cajita que contiene el pastel. También saca un tenedor y, luego de arrancarla un trozo a la tarta, me lo acerca a los labios. Niego con la cabeza, derrotada, pero abro la boca.

—Hay que subir tus niveles de dopamina, aunque sea a cambio de una diabetes tipo 2. —Coge otro trozo de tarta y se lo lleva a su propia boca—. Bebe el café, que se enfría.

Me llevo el vaso a los labios y agradezco el calor de la bebida. Me siento destemplada, pero como si llevase el frío por dentro. La sensación se asemeja a una bajada de defensas; a que tu cuerpo te avise que estás a punto de enfermarte.

—Pensaba que estarías con tu madre —comento, y ella hace un gesto horrorizado.

—¿Estás bien de ahí arriba? —me pregunta, rozando mi frente con sus dedos—. Estoy aquí. Siempre estaré aquí. —Baja la mirada al libro que yace a mi lado—. ¿Qué estabas leyendo? —pregunta, cogiendo el volumen en sus manos. En cuanto lee el título, se arrepiente de haberlo mencionado—. Oh, Lottie. ¿Es...?

Asiento mientras le pego un sorbo gigante a mi café.

—Es curioso. Era mi favorito y ahora lo odio —admito con una sonrisa amarga—. ¿Recuerdas ese día?

Jadesy deposita su mano en mi rodilla y le da un apretón.

—Sí, pero tú no deberías hacerlo. No hoy.

Sacudo la cabeza.

—Precisamente hoy es el día que tengo derecho a hacerlo. Mañana ya no tendrá sentido —le digo, y de algún modo la convenzo de que mis palabras tienen sentido.

—Está bien —accede—. Son recuerdos felices para ti y quiero escucharlos. Cuéntame, ¿cómo supiste que este era el libro de tu vida?

Miro el libro en sus manos, entrando en el recuerdo de aquella noche.

Memorias: Paulette (Niña Mal, #3.1) [Abi Lí]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora