dos años y medio antes II

56 7 5
                                    

Mis padres se mostraron interesados por mi primer día durante la cena. Yo removía mi comida con el tenedor, pensando en la clase de Literatura.

Y en las personas que había en el salón.

—¿Alguien interesante que hayas conocido hoy? —siguió presionando mi madre.

—Lottie está pensando —dijo Mickey, apartando las judías verdes de lo que sí comería del plato—. Está pensando —repitió, divagando.

Sonreí, mirándolo. Estiré la mano para acariciarle la cabeza, pero él se encogió, evitando mi contacto. No insistí; él odiaba que lo hiciera.

—¿En el primer día de clases? —continuó mamá.

—Déjala ya. Está enfadada con nosotros —gruñó mi padre—. Cómete eso, Michelangelo.

Mickey gimoteó, presionando sus puños contra sus ojos.

—No entiendo por qué. Está estudiando en una universidad muy prestigiosa. He escuchado que el claustro de profesores es de lo más respetado del país —masculló mamá, pero el desgaste en su voz me convencía de que no intentaba animarme.

—Lottie no quería ir a esa universidad. Ella quiere estar en Edimburgo. Nos lo dijo a todos —continuó Mickey, con la mirada perdida.

Mi hermano de nueve años era lo mejor de mi vida. Sobre todo, porque veía todo aquello que nadie hacía, escuchaba como nadie y se daba cuenta de cosas que los demás pasaban por alto. Le miré, enternecida, y otra vez tuve que frenarme de rodearlo en un abrazo. Tenía que recordarme que Mickey no daba ni recibía cariño de la forma en que todos nosotros lo hacíamos. Él tenía su manera única de hacerme sentir querida. Y yo siempre tenía que recordarme que el contacto físico no entraba dentro de su lenguaje.

—Pues Lottie es una malagradecida —soltó mi padre. Nunca duraba dos frases seguidas sin enfadarse; normalmente con mamá o conmigo—. En esa universidad vas a hacer muy buenas conexiones. Ya cedimos suficiente con haberte consentido esa carrera sin sentido. Al menos ahora puedes hacerte de buenos contactos y ayudar a la familia.

—Está bien, papá —accedí. No tenía ganas de discutir con él esa noche, aunque era casi inevitable en aquella mesa—. De hecho, mamá tiene razón: hay profesores buenísimos. Por ejemplo, mi profesor de Literatura es un gran exponente del gremio. Tiene una trayectoria impecable y aunque, sinceramente, algo recargada puesto que es muy joven, ha tenido de mentor al decano, y dicen que no ha hecho eso desde hace veinte años. Entrenar a un novato, me refiero.

Mi padre respondió con un gruñido. Lo di por válido.

—Joven, ¿dices? —se interesó mi madre, mientras rellenaba la copa de mi padre. Él alzó la mano para detenerla—. ¿Qué edad tiene?

Miré el techo.

—Ni idea —mentí—. En sus... —Mejor ni decirlo—. Está recién graduado de la maestría. Quizá persiga una al acabar.

—¿Maestría? ¿En enseñanza?

Asentí mientras robaba un puñado de judías del plato de Mickey. Él miró la mesa, sonriendo para sí mismo.

—De hecho, nos ha dejado deberes y tengo que subir a encargarme de eso —sugerí, haciendo ademán de levantarme.

—Paulette —masculló mi padre en tono hostil—. La cena no ha terminado. Ten un poco más de respeto por esta familia.

Me miré las manos, cohibida otra vez.

—¡Voy a buscar el postre! —dijo mamá, ignorando por completo el ambiente que se acababa de crear.

Memorias: Paulette (Niña Mal, #3.1) [Abi Lí]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora