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Kihyun vomitó violentamente casi inmediatamente después de disparar. A continuación, se confinó en el sótano, ya que le daría una vivienda adecuada si las cosas se ponían peores. Alimentos estaban almacenados en la despensa, algunos de los cuales tendría que comerlos de inmediato y algunos no tendrían uso si se iba la electricidad.

Se lavó en la bañera y mientras veía el remolino de sangre irse por el desagüe, estaba seguro que todo eso pertenecía a su mamá y papá.

Si hubiera sido mordido… estaría en serios problemas. Pero si ese hubiera sido el caso, habría muerto ya. Seguramente habría muerto.

Y él volvería.

Aun así, sintió la necesidad de comprobarse a sí mismo por completo para estar absolutamente seguro. Cuando no encontró ninguna marca, se sintió aliviado, no porque no fuera a morir, sino porque no iba a volver como una de esas… cosas.

«Deben estar por todas partes», pensó.
Pero, siempre y cuando sus puertas permanecieran cerradas, y estuviera sellado en el sótano, él estaría bien. Se dijo una y otra vez.

Cerró los grifos, cogió una toalla y se secó. ¿Cuánta agua caliente -o agua potable, que para el caso era lo mismo- tendría?
Era tan buena pregunta al igual que la que se hizo sobre la electricidad. Por lo tanto, decidió conservar el agua tanto como pudiera.

Afortunadamente, el sótano estaba totalmente amueblado y no tenía que preocuparse por tener que revolcarse en alguna cueva húmeda hasta Dios sabe cuándo. Se dejó caer en el sillón, encendió la televisión y se encontró con más de lo mismo. Zombie muerde a hombre, el hombre muere y regresa como un zombie. Zombie muerde a otro hombre y...

Espuma, enjuague, repita.

Al caer la noche, del primer día, las cabezas parlantes de la televisión  siguieron instando a los espectadores a quedarse en casa y blindar sus puertas y ventanas. Kihyun había dado ya el primer paso, pero no tenía ni idea de dónde encontrar tablas y clavos para dar el paso dos.

Tan seguro como su sótano parecía, podrían irrumpir los zombies y devorarlo, pero tendría que correr ese riesgo.

No era que él no quisiera vivir. Al contrario. Pero no veía que valiera la pena correr riesgos innecesarios, ya que al hacerlo podría poner fin a su vida con mayor rapidez.

El apocalipsis, como las cabezas parlantes lo llamaban, tendría que terminar tarde o temprano. Los zombies no podrían vivir para siempre y él se quedaría para enfrentar las consecuencias.

El pasado era el pasado ahora.

Debido a que el mundo estaba en proceso de tal cambio, sabía que no podía detenerse en lo que solía ser. Sólo podía pensar en el actual y futuro mundo y en cómo él se adaptaría.

Aunque la televisión sólo mostraba carnicería y fatalidad, las voces le trajeron consuelo. No podía conversar con las cabezas parlantes, pero al menos no se sentía solo. Estaba seguro de que otros seres humanos todavía existían y que el mundo de alguna manera iba a continuar.

Se metió un puñado de galletas a la boca y se las tragó con un sorbo de leche. Era hora de reducir la velocidad, se dijo a sí mismo, pero sabían tan bien. Racionamiento de comida era algo de lo que había oído hablar en la escuela, pero le había parecido tan ridículo aplicarlo a su propia vida. Uno podría morir de hambre con una dieta como esa.
Pero esta era su vida ahora. Claro, podría morir de hambre, pero no era nada que un montón de otros antes que él no hubieran hecho.
Tendría que conformarse, eso era todo.
Mordisqueó su siguiente galleta, pero no quiso racionar la leche, ya que expiraría en poco tiempo.

Después, corrió escaleras arriba y sacó de los gabinetes de la cocina todos los recipientes y vasijas, incluso los floreros, y los llenó de agua.
Uno no podía jugar demasiado seguro cuando del agua potable se trataba y comprendió que pronto tendría que sostenerse con ella. Una vez que la mesa y el contador estuvieron llenos de jarras, buscó más contenedores, pero no encontró ninguno.
Cubrió la parte superior de cada jarra con papel plástico de envoltura  para mantenerla libre de bacterias.
Cuando terminó, dio un paso atrás y se dio cuenta de que la experiencia lo había dejado sin aliento. Nunca antes había trabajado en algo que no fuera hacer espuma o llevando algo, pero estaba seguro de que había ido bien.

¿Qué otro chico habría tenido la compostura para abastecerse de agua?

Llevaba un vaso de agua en todo momento para mantenerse hidratado. Ya en el sótano, un dolor de cabeza golpeó su cráneo y se tragó un par de Tylenol para curarlo. Realmente, estaba sorprendido de que un dolor de cabeza no le hubiera dado antes, pero pensó que toda la agitación que lo consumió le había dejado poco tiempo para sentir el dolor físico. Por primera vez desde que todo el infierno se había desatado, se relajó y dejó ir todo.

Cuando cerraba los ojos, rezó para que pudiera dormir, y dejó que las voces se lo llevaran al país de los sueños. En ese momento, las conversaciones de las cabezas parlantes fueron cortadas, como una guadaña cortando una mata de hierba.

Kihyun salió bruscamente de su sueño y vio que la habitación estaba completamente negra.
Entonces había comenzado. La oscuridad le dolía, pero el silencio le daba ganas de llorar. No había tiempo para la tristeza. Si no era fuerte, nunca sobreviviría al terror.

Para momentos como este debería ya estar preparado, y se alegraba de que ya lo hubiera calculado. Había tomado hasta las cosas más simples por sentado y comprendió que tenía que aprender a vivir sin ellas. En lo que a él concernía, la electricidad nunca volvería, y el tiempo para enfrentarse a una nueva vida, un nuevo mundo, ya estaba sobre él.

Se abrazó mientras que la vida sin calefacción comenzó a hacer mella en él.
El aislamiento debía durar por más tiempo, pensó, pero no se preocuparía por cosas que no podía controlar.

Reflexionó sobre "El Señor de las Moscas" , que había leído en la escuela el año pasado, y cómo consideró poco creíble que la gente común se convirtieran en salvaje. Pero ¿qué sería de él? ¿Qué iba a hacer para sobrevivir?

Tranquilo por la ausencia de la electricidad, no era el silencio se dio cuenta. Dada la carnicería que se había llevado a cabo desde que lo habían dejado salir de la escuela, la noche parecía positivamente serena. Había esperado oír gritos, cristales rompiéndose y terror rasgando en la noche, y no sabía qué curso de acción elegir.

«¿Me atrevo a salir a la calle?»

Mamá y papá le dijeron que él tenía mucha valentía, pero dudaba que fuera tan valiente como para pasear cuando el peligro era tan inminente. Tendría que deshacerse de los cuerpos de sus padres pronto.
No. Él les daría un entierro digno, pero debía aventurarse a ir afuera para hacerlo, y oró para que pudiera salir de su escondite pronto.

Sus párpados se cerraron y bostezó. Dormir sonaba como la propuesta más grandiosa en el mundo y, sin embargo, sus piernas temblaban. Se empujaba hacia atrás y hacia delante en la silla como si su cuerpo se negara a apagarse.
Incluso, si lograba conciliar el sueño aunque sea por unas pocas horas, estaría completamente agradecido, ya que el nuevo mundo le exigiría más de lo que lo había hecho el anterior.

La mañana llegaría. Ese aspecto del mundo no cambiaría.

La noche había llegado, tal como se suponía que era, y estaba agradecido por la oscuridad. Si podía contar con algo, lo aprovecharía y así se adentraría en el nuevo mundo.
Pero por ahora, debía esperar sin nada para mantener su mente ocupada. Había hablado y jugado a las cartas con mamá y papá durante los apagones, pero ese lujo lo había perdido.

Kihyun lo aceptó. Cuando llegara la mañana, iba a sopesar sus opciones. Si estaba seguro de una cosa, era que iba a sobrevivir.
 

𝘢𝘴 𝘵𝘩𝘦 𝘸𝘰𝘳𝘭𝘥 𝘤𝘢𝘷𝘦𝘴 𝘪𝘯; sʜᴏᴡᴋɪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora