Capítulo 5

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Cuando las chicas regresan de trabajar, traen con ellas algo que me he esforzado por mantener alejado de mi mente todo el día y reacciono con enfado. A diferencia de lo que digan o piensen, es imposible, o al menos tengo la gran esperanza de que mi periodo va a llegar. No he sido capaz de trabajar en todo el día pensando en ello y he empleado la mayor parte del tiempo en buscar cientos de enlaces con información sobre las posibles causas de los retrasos. Estrés, disgustos, anemia, síndrome de ovario poliquístico, menopausia... Incluso eso último no lo descarto. Mi tía abuela perdió su periodo muy joven, o eso cuentan, y murió sin haber concebido. La herencia genética está ahí... Todo me parece posible excepto lo que insinúan mis amigas. Eso no puede pasarme a mí, es imposible. Ya fue demasiado que me desinhibiera como lo hice y cometiera un error tras otro, así que estadísticamente no puedo tener tan mala suerte. Me niego a pensarlo. No, no y no. No estoy embarazada.

—Que os devuelvan el dinero. No pienso hacerme la prueba.

—Valeria, por favor... no seas idiota. Así sales de dudas —Nerea lo intenta de nuevo.

—Así salís de dudas vosotras porque yo lo tengo muy claro. Qué no, he dicho y punto.

—Valeria, no alargues más esto. Si estás embarazada, con cada día que pase será más difícil tomar una decisión. O incluso más peligroso. Sobre todo, si decides abortar...

—¡Qué no! No voy a tener necesidad de tomar ninguna decisión porque no hará falta. ¡Dejadme en paz! —Están empezando a agobiarme.

Me giro para marcharme y un extraño mareo hace que casi pierda el equilibrio. Me estresan demasiado. Julia se mueve en ese momento y su perfume es tan fuerte que tengo que reprimir una nausea.

—¿Qué te has echado? ¡Hueles muy fuerte! —Aprovecho para cambiar el tema.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Huelo mal? —Levanta el brazo y se huele la axila.

—No... es tu perfume. Huele demasiado fuerte.

—Oh, oh... —Ambas se miran y resoplan a la vez.

—¿Qué pasa? —Cruzo mis brazos esperando una respuesta. A ver qué se les ha ocurrido ahora.

—A las embarazadas se les agudiza el olfato. —Nerea es la primera en hablar.

—A las embarazadas, pero te olvidas de algo importante. Yo. No. Lo. Estoy. —remarco.

—¡No lo sabes! —Comienzan de nuevo y, harta de la situación, les arranco la maldita prueba de la mano.

—Me tenéis hasta... ¡las narices! —Les grito—. Me la voy a hacer solo para que me dejéis en paz. ¡Sois insoportables!

—Vale. —Al ver que lo han conseguido, se esfuerzan por contener la emoción, pero a mí no me engañan y estoy deseando demostrarles que están equivocadas. Camino hasta la cocina para coger un vaso de plástico y al notar que me siguen, resoplo—. No pensáis dejarme en paz, ¿verdad?

—Por supuesto que no —contesta Nerea—. No pienso perderme esto por nada del mundo.

Para salir al pasillo casi tengo que apartarlas y al entrar al baño dejo la puerta abierta. Conociéndolas, son capaces de echarla abajo si la cierro. Abro la caja delante de ellas, preparo el test y mientras me bajo la ropa interior, me observan.

—¿Sabéis lo difícil que es hacer esto con espectadores?

—¡Qué quejicosa estás! Cuando salimos por ahí siempre vamos al baño juntas y no te importa. —Julia intenta salir al paso.

—Cuando salimos cada una va a lo suyo y no tengo cuatro ojos pendientes de mí —replico.

—Qué delicadita nos ha salido la niña... —Julia blanquea los ojos antes de darse la vuelta y, sujetando a Nerea por el brazo, le obliga a hacer lo mismo.

Cupido, tenemos que hablarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora