Capítulo 31

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A medida que se acerca la hora, los nervios me comen por dentro. Me pruebo varias prendas, mucho más amplias de las que suelo utilizar y al final me decido por una sudadera rosa que me ofrece Julia. Es tan ancha que no se ajusta a mi cintura y es la única que disimula mi barriga.

Blanquita, como si supiese lo que me ocurre, lloriquea desde el sofá para que vaya a acariciarla. Todavía no le hemos encontrado una familia y, aunque una pareja se interesó por ella, no me inspiraron confianza.

—¿Quién es la perrita más guapa y bonita de esta casa?

—¡Yo! —Escucho decir a Nerea desde su habitación y niego con la cabeza. Está loquísima.

—Blanquita, ven. —Baja de un salto y viene hacia mí—. Hoy no te harás pis, ¿verdad? —Comienzo a sospechar que una de las razones por las que la abandonaron, fue esa. No es capaz de sujetar su esfínter y se orina con las emociones. Sobre todo, cuando alguna de nosotras se marcha y al rato regresa. Se pone tan contenta de volver a vernos, que no es capaz de contenerse. Lo único bueno es que Ucho por fin la acepta y se han hecho buenos amigos.

Lame mi mano mientras acaricio su cabeza y cuando escucho el timbre, casi me pasa como a ella. Por suerte mi músculo anular es más fuerte y logro contenerme.

—¡Valeria! —Julia viene a avisarme—. ¡Corre! Siéntate. Es Valentín. ¡Ya está aquí!

—Oh, Dios mío... —Mi nerviosismo aumenta y comienzo a arrepentirme. Me acomodo en el centro del sillón y acerco un cojín a cada lado de mi cuerpo. No pareciéndome suficiente, los vuelvo a colocar en su lugar y abrazando un tercero, me inclino hacia delante—. Oh, Dios mío... —balbuceo al tiempo que me mezo. Al final este bebé nacerá hiperactivo.

Ucho y Blanquita no quieren perderse la visita y, dejándome sola, van a ver quién es.

—Hola. —Le escucho saludar a las chicas y, cuando pregunta por mí, me tenso.

—Está en el salón. Ven, es por aquí. —Nerea le guía mientras hablan—. ¿Cómo está Marcus?

—Cargado de trabajo y deseando verte. —Su voz se escucha tan apagada como en el audio.

—Ay, ¡qué mono! ¡Yo también a él! —exclama emocionada y a medida que se acercan, mi cuerpo tiembla.

—Es aquí. —Julia empuja la puerta del salón y cuando los ojos de Valentin se encuentran con los míos, mi respiración se detiene.

Su rostro alargado y aspecto descuidado hace saltar mis alarmas. ¿Qué le ocurre? Queda tan poco en él del chico que conocí hace unos meses que me cuesta reconocerle.

—Hola, Valeria. —Intenta sonreír, pero al no conseguirlo, simplemente espera.

—Hola, Valentin —Me esfuerzo por elevar la comisura de mis labios, pero me ocurre lo mismo.

—¿Puedo pasar? —Señala en interior y removiéndome en el sillón, asiento—. ¿Cómo... estás? —Arruga su frente en mi dirección y sé que nota algo, pero no acierto a saber qué es.

—Estoy bien, ¿y tú?

—Bueno, ahí voy —Mira hacia una de las sillas que hay al lado de la mesa y le invito a sentarse—. ¿De verdad... estás bien?

—Sí, sí. Estoy bien. Gracias —Trago saliva. La conversación no fluye y eso me incomoda—. ¿Cómo está tu padre? —Es lo único que acierto a decir, hay tanta tensión en el ambiente que no sé cómo romperla.

—Algo mejor, aunque... digamos que ahora no está pasando por su mejor momento. —Recuerdo la noticia que vimos esta mañana, sin embargo, evito preguntarle sobre ello—. Valeria... —carraspea—. Me gustaría disculparme por lo que ocurrió en Francia... Mi comportamiento no fue el más...

Cupido, tenemos que hablarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora