Capítulo 7

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Mientras Nerea conduce, no paro de pensar en lo que vamos a hacer y cada vez me parece más ridículo. No entiendo cómo diablos me han convencido para esto. Intento un par de veces que recapaciten y den la vuelta, pero están tan obsesionadas con la idea que no hay nada que hacer.

Cuando llegamos al hotel, tienen que insistir para que salga del coche y a regañadientes lo hago. Caminamos por la acera y a medida que nos acercamos, mis manos comienzan a temblar. Nunca me había sentido tan nerviosa.

—Hola —Julia saluda al recepcionista.

—Hola, ¿en qué les puedo ayudar?

—Pues verá —continúa—, estamos buscando a un chico que se alojó aquí hace unas diez semanas, en la habitación... —Me mira—. ¿69? —Asiento para confirmárselo y oigo a Nerea reír por lo bajo. Siempre le ha hecho gracia ese número.

—¿Cuál es su nombre?

—Ahí viene el problema, que no lo sabemos.

—Necesito su nombre para poder ayudarles.

—A ver, el tipo no está aquí, pero volverá. Nos dijo que solía frecuentar este lugar.

—Sin su nombre no puedo hacer nada —insiste.

—Puede mirarlo en los archivos. —Julia no se da por vencida—. Ahí debe venir.

—El problema, señorita, es que nosotros no podemos facilitarle ningún dato de nuestros huéspedes. O bien nos da su nombre completo o no podemos hacer nada.

—Venía disfrazado de Cupido. —Nerea intenta darle alguna pista, pero como es normal, el gerente continúa repitiendo lo mismo.

—Nuestra política de privacidad nos prohíbe proveer dato alguno de nuestros clientes. Lamento no poder ayudarles.

—¡Joder! Es por un asunto urgente. —Julia lo intenta una vez más y cuando el gerente niega con la cabeza, se cabrea—. ¿En serio no piensa ayudarnos? —El hombre aprieta sus labios en una línea recta y vuelve a negar— ¿Pues sabe qué le digo? Métase los datos en el... Es usted un... un... —Al notar que la cosa se pone fea, le hago un gesto a Nerea y entre las dos tiramos de ella para sacarla de allí. La última vez que empezó así, el encargado de un supermercado estuvo a punto de echarnos y no estoy dispuesta a pasar por lo mismo otra vez.

—¿Quieres calmarte? —Le digo cabreada.

—No, no quiero calmarme —responde aireada y hace el intento de entrar de nuevo, pero logramos sujetarla a tiempo.

—Sabías igual que yo que era una mala idea —asevero.

—Pues ya me dirás tú que hacemos entonces, porque para ser la más afectada —señala mi barriga—, eres la que más trabas pones.

Sus palabras me duelen, pero tiene razón, están intentando ayudarme y lo único que he hecho hasta ahora ha sido quejarme.

—¡Chicas! ¡Chicas! —Nerea llama nuestra atención—. El gerente ha subido las escaleras. Ha dejado la recepción sola. Podemos entrar e intentar mirarlo nosotras.

—¿Qué? —Las dos me miran a la vez y esta vez evito decir nada, si están dispuestas a jugársela, allá ellas.

—Julia, mientras que yo me salto el mostrador, tú vigila que no venga nadie. —Esta asiente convencida y las miro pasmada. ¿De verdad están dispuestas a hacer eso?

—Dios mío —balbuceo al ver cómo entran convencidas y apoyo angustiada la mano sobre mi frente. No puedo creer lo que estoy viendo.

Nerea trata de subir una de sus piernas al mostrador, pero su falda es demasiado estrecha y tiene que levantársela. Prueba de nuevo, pero la barra está tan alta que se le escurre el pie. No dándose por vencida, lo intenta varias veces más y desde donde estoy, parece que estuviese intentando arrancar una moto. Julia al darse cuenta de que sin su ayuda no lo conseguirá, se acerca a ella y la empuja desde atrás. Su rostro se tiñe de rojo por el esfuerzo y, con una expresión aterradora, aprieta sus dientes tanto como sus ojos.
En el momento en que Nerea logra apoyar la barriga en la madera, se ayuda con los brazos para deslizarse sobre ella y su escotada camiseta provoca que sus pechos se peguen al barniz. Cuando, por la fricción, comienzan a hacer ruidos parecidos a los de unas zapatillas nuevas en una cancha, niego con la cabeza. Están como dos jodidas cabras.

Cupido, tenemos que hablarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora