Capítulo 38

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—Voy a por una toalla —susurro, ruborizada, en su boca y camino hasta el armario. Saco dos por si acaso una de ellas es pequeña y, cuando regreso, ya se ha quitado la ropa y está cubriéndose los genitales con las manos.

—¿En serio? ¿No podías haber esperado? —río esforzándome para no mirar su perfecto cuerpo.

—Todo lo que hay aquí ya lo has visto. Que no te acuerdes es otra cosa.

—Por esa regla de tres, tú también has visto el mío y no por ello me desnudo en medio del pasillo.

—Porque no quieres. Hazlo.

—No. No pienso hacerlo —carcajeo—. Ve a ducharte, anda. Tienes jabón y champú en la cesta que hay colgada en la pared.

—Ah, ¿pero no vienes a frotarme la espalda?

—No, no voy a frotarte la espalda —río de nuevo—. Tengo que lavar tu ropa, ¿recuerdas? —Hace una mueca divertida de protesta y se marcha moviendo sus nalgas exageradamente de un lado a otro.

—¡Estás loco! —le grito y, en cuanto cierra la puerta, aprovecho para meter la ropa en la lavadora. Mientras se activa el programa, busco un pantalón de chándal—. Este estaría bien... —Lo dejo sobre la cama y busco ahora una camiseta amplia—. Sí, esto también le valdrá —balbuceo pensando en si necesitaré algo más y, tras dejárselo colgado en el pomo de la puerta del baño, regreso a la habitación. Antes de llegar, la luz de su teléfono llama mi atención y cuando paso por su lado, veo que su padre le ha escrito un mensaje en francés. Solo medio segundo después, llega otro de Nicolle en perfecto español y, aunque mi intención no era leerlo, mi cerebro me obliga a hacerlo.

*Mi familia está bastante cabreada y es posible que se planteen retirar más capital. Deberías atender sus llamadas.

—Jodida manipuladora...

La puerta del baño se abre y me aparto a toda prisa para evitar que me vea husmeando. Blanquita se acerca a Valentin cortándole el paso y, tras olerle, se echa en el suelo con intención de reclamarle mimos.

—Huelo bien, ¿eh? —Se inclina para acariciarla y la toalla que lleva alrededor de su cintura, se abre.

—¡Valentin! —grito cubriéndome los ojos y estalla en carcajadas.

—No sabía que eras tan delicada —se burla.

—No soy delicada, es que no me esperaba una exhibición así.

—Pues si esto te asusta, no quiero imaginar la impresión que te hubieses llevado si llegas a conocer mis naranjas guasintonas.

—Dios mío... —Cubro mi rostro con las manos y escucho sus pasos venir hacia mí. Me abraza y noto que su piel todavía está húmeda.

—Vamos, no te pongas así. Es una broma —ríe a la vez que apoya sus labios en mi cabeza y ese gesto tan cercano despierta unas agradables sensaciones en mí—. Soy un hombre, ¿qué esperas? No estoy acostumbrado a andar en falda. —Señala la toalla y aunque me esfuerzo por seguir dramatizando para continuar recibiendo sus atenciones, comienzo a reír con él—. ¿Te han dicho alguna vez que tienes la sonrisa más bonita del mundo? —Acaricia mi rostro y lo hace con tanta ternura, que me quedo mirándole embobada—. Y me muero por volver a besarla. —Se inclina y, cuando su lengua se abre paso a través de mis labios, el calor de su boca me transporta a otro lugar. Un lugar donde los problemas que arrastramos no existen y podemos estar juntos sin más. Dejándome llevar, rodeo su cuello con mis brazos como si así pudiese retenerlo a mi lado y, tras un gruñido de protesta, se aparta.

—¡No! ¿Qué haces? —jadea asustándome, y cuando me mira, puedo ver sus pupilas dilatadas.

—Yo creí que... —No sé cómo reaccionar. ¿Me está rechazando?

Cupido, tenemos que hablarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora