II

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No podían escapar de aquello que iba a alterar todo un Reino.

El sol lo sabía porque ese día no salió, no se inclinó sobare los reyes de Aipabuwyth.

El príncipe... La princesa seguía siendo un niño sin dientes, ni largo cabello, sin atributos, ni maldad en su ser. Seguía siendo un bebé.

Clariant arrullaba al niño sobre sus brazos. Estaba envuelto en su ensoñación, ajeno al conflicto que estaba apunto de ocasionarse. Fuera, la ráfaga de viento azotaba.

Mantuvo su mirada fija en él, observando su rostro, mientras un temor bailó por su cuerpo.

Las miles de sonrisas
del llanto de un príncipe
las rosas en los campos
la hambruna en las esquinas

Caídas de coronas
manchas en mis manos
un alfa y un omega
ambos son bastardos

Los llantos de los niños
los lujos de un reino
inmerso entre la bruma
duerme un plebeyo

Soñando entre murmullos
despierto entre lamentos
un alfa mata al Rey
un reino en silencio

Un cielo escarlata
un suelo de sangre
paredes de mármol
secreto y plata

Maldito castillo
un temible vestigio
tres cuervos al cielo
y el fuerte destello

El cielo se oscurece
la luna se ilumina
dulces sueños a su Alteza
bendecida sea la cuna

La Corona con Rubíes
y un suelo con espinas
su destino está forjado
lleno de mentiras

—Todos están aquí. —Killian irrumpió en la habitación y su canción, Clariant guarda silencio, antes de reaccionar, sacudió la cabeza y no se permitió sentir nerviosismo.

Se dio el tiempo de tocar la suave tele que cubría al bebé. Se pone de pie, con el niño aun dormido entre sus brazos.

—Cargala. —entrega el bebé al Rey.

—Entre nosotros no es necesario llamarlo como si fuera una mujer.

—Lo es mi Rey.

El Rey debía darle a la Corona un Heredero digno, y sí era varón debía ser alfa. Killian venía de un linaje puro, se esperaba de sus hijos lo mismo... Y Nick, él no podía ser presentado como un omega hombre.

—Clariant... —el alfa le puso la mano sobre el hombro, sintió su tacto y la calidez de su piel. Se apartó.

No solo había perdido a su hijos, a su hermana y a la princesa, sino también a su marido.

—La comadreja lo ha vestido para la ocasión.

Nick llevaba un vestido de seda rosa, esponjoso. Llevaba artes sobre sus orejas y una pulsera de oro sobre su muñeca derecha. Tenía las mejillas rojas y los labios hincados casi del mismo color, al igual que la punta de sus orejas y nariz.

Clariant esperaba que esa belleza permanecería al crecer, porque podría ser lo que lo hiciera flotar en medio de ese mar de conflictos.

Su belleza podía garantizarle una larga vida y quizá un perdón a futuro.

Abandonaron los aposentos tan pronto como la comadreja llegó hasta ellos, parloteo algo que no llegó ni a llenar la habitación.

—Habla si tienes algo que decir.

𝖀𝖓𝖆 𝕮𝖔𝖗𝖔𝖓𝖆 𝖉𝖊 𝕸𝖊𝖓𝖙𝖎𝖗𝖆𝖘 •Taynic Galikhar•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora