IV

185 37 10
                                    

Los hilos del corset estaban sujetos a las manos de la comadreja quien los tiraba con fuerza. En cada tirón tenía que contener la respiración, debía sumir el estómago y mantener la postura firme.

Ese día había salido el sol por el norte, pero no tardó en ocultarse tras una nube gris, por lo que el olor de la tierra mojada bajo el agua no le sorprendió.

—¿Puedo ir a la torre? —su pregunta fue sutil. —Quiero ver los árboles siendo rociados por la lluvia.

—Tienes una Tertulia con los Reyes.

—¿Volvió mi padre? —se giró de improvisto, lastimando los dedos de Mel dónde aun había listones e hilos.

—Ha vuelto el Rey.

Un calor le recorrió el cuerpo, instalándose sobre su pecho. Había temido por la vida de su Rey cuando partió de cacería.

Se mantuvo quieto hasta que la comadreja terminó. Llevaba un vestido esmeralda, de seda, tenía las mangas largas con encaje blanco en las puntas, con escote sobre su pecho y un metros infinitos de tela sobre su cintura cayendo hasta el suelo, cubriéndole los largos.

Llevaba una casaca negra con capucha y el cabello suelto, le llegaba ya hasta el hombro, y a veces la comadreja, como ese día, hacia pequeños nudos con el para dejar margaritas.

—Intenta impresionarlo con una buena reverencia. —la mujer sugiere, da dos toques son sus dedos, sacudiéndole el hombro.

—¿A mí padre?

—Sí.

—Él siempre se impresiona conmigo, es diferente a ella.

—Clariant... —duda unos instantes. —Tu madre fue criada para decir siempre la verdad, pero la Reina siempre busca una manera incómoda de decirla.

—Siempre que me hablas de ella como mi madre parece que te refieres a dos personas distintas.

—Porque lo son. —sus ojos cafés brillan. —Clariant y la Reina.

Crea un sonido sin separar los labios y desvía la mirada. Suponía entonces que era igual que él, fingiendo ser alguien que no era para el bien del Reino.

Avanzó hasta salir de sus aposentos, con la comadreja siguiéndole el paso. Debería contestarle y ser mucho más respetuoso con ella, a final de cuentas era su mayor, pero él era la Princesa Heredera y no tenía que ser decente frente a ella.

—Espera aquí. —lo sujeta del hombro. —Al parecer llegó alguien al salón.

Se queda al borde de las escaleras, observando como los pies de Mel de deslizan sobre el mármol como si fuera una serpiente en el desierto hasta que desaparece de su mirada.

No hay ventanas ni nada para distraerse, únicamente un camino infinito de paredes y pilares de mármol blanco, sin ningún destello de otro color. Las paredes tiene talladas sobre ellas la leyenda que su madre le ha contado desde que tiene memoria. Sus dedos terminan deslizándose entre las ranuras y cuando menos se da cuenta ya estaba sobre el último escalón.

—¿Quién eres tú?

Sintió un espasmo en todo su cuerpo y llevó sus manos hasta su pecho, cubriéndolo. Dolía. Sentía una corriente de calor en todo el cuerpo hasta volverse un frío inexplicable.

Jamás lo habían asustado, no así. La mayoría del tiempo estaba en el otro lado del castillo con la comadreja como compañera, sabía verla y escucharla tan bien que ya no se sorprendía.

—¿Las niñitas no hablan? —se gira.

Su mirada se encuentra con unos enormes ojos marrones adornados por unas pestañas largas y rizadas. Tenía la piel oscura, mucho más que cualquier guerrero que hubiera visto tras las grietas.

𝖀𝖓𝖆 𝕮𝖔𝖗𝖔𝖓𝖆 𝖉𝖊 𝕸𝖊𝖓𝖙𝖎𝖗𝖆𝖘 •Taynic Galikhar•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora