Capitulo 8

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En la silenciosa habitación una cremallera descendió, la tela tocó el suelo y una respiración agotada se movió para coger la prenda. Su cuerpo redondo depositó la misma sobre una vieja silla, sentándose a los pies de la cama en ropa interior.

Detrás suyo el hombre se quitó los gemelos, depositándolos dentro de una caja plástica y se desabotonó la camisa.

—¿Vas a comentarme que pasó? —preguntó él, arrojando la blanca prenda hacia un cesto de ropa—. Por como entraste eso fue serio.

Se quitó los aretes de tiras de falsos diamantes, los anillos y una fina pulsera de plata. Se estiró para finalmente quitarse el brasier; la prenda le dejó una dolorosa marca bajo el busto.

—No, no insistas. Quizá tampoco mañana o pasado.

«O nunca. Aún no me decido.»

—Cielo, estoy preocupado. ¿Te hizo algo? ¿Te tocó de alguna manera? Tu no te pones así por nada.

Giró la cabeza, ceño fruncido y labios apretados.

—Ethan: basta. —Cortó tajante—. No quiero hablar de eso ahora. Estoy cansada, hinchada y con ganas de ir a mear.

Él la miró unos momentos, rodeó la cama y se acuclilló frente a ella. Tomó sus manos, las acarició con movimientos circulares y las besó. El corazón de la castaña se rompió en mil pedazos.

La sensación de los labios ajenos tocando los suyos retornó, sintiendo su alma sucia.

La castaña olió el delicioso perfume masculino presente en la piel de su marido. Entrelazó sus dedos con los suyos. Ambos pares de ojos se encontraron por unos segundos.

«Hice una sola cosa bien en mi vida: quedarme con él».

—No voy a insistir más. Pero si hay algo de lo que conversar, estoy siempre para ti y lo sabes.

Trago saliva. Él palmeó su estómago con ambas manos, saludando a sus futuros niños.

—Da igual, ya pasó. Solo nos falta empacar y nos iremos muy lejos.

—Contigo hasta el fin del universo, mi vida.

Lo besó. Se aferró momentáneamente a su rostro hasta quedar frente contra frente. Cerró los ojos, oyendo su suave respiración en el atronador silencio. Un ardor en el pecho le hizo temblar el labio inferior.

Cada uno volvió a su alistamiento. Vistió su pijama premamá, se adecentó para luego envolverse en la almohada para embarazadas.

Al tocar el lecho todo su se relajó. Y también estalló de dolor. Sus bebés despertaron y comenzaron a removerse, inquietos. Observó la hora en su holoreloj de pulsera: con razón.

Ethan masajeó las áreas problemáticas de su cuerpo; pidió a los gemelos, con la boca contra el inflado abdomen, que se quedaran quietos y la cubrió con la ropa de cama. Chelsea le agradeció mientras él se unió a su lado. Se dedicaron unos momentos hasta que él volteó y apagó su velador.

Cerró los ojos. Un nudo en la boca del estómago, sumado a la rabia y disgusto, la mantuvieron despierta un rato más. Se sintió sucia como si hubiese buscado ese encuentro clandestino. Como si hubiese sido ella la que pidió aquel beso. Como si su yo de dieciocho años hubiese tomado el control, actuando imprudente con un hombre imprudente.

En el camino de vuelta se mantuvo en silencio, mordiéndose las mejillas con fuerza al tiempo que su zurda se aferró a la diestra de su marido. Miró por la ventanilla a la ciudad buscando algo que le hiciese sacudir aquellos sentimientos.

Tomó su holoteléfono y deslizó sus dedos sobre los botones virtuales, firmes y seguros de su decisión. Bloqueó todo contacto con Dennis: desde servicios de mensajería instantánea hasta redes sociales. Después, depositó el fino dispositivo de vidrio en su bolso.

Lo único que le quedaría de él sin quitar serían los recuerdos, todo el resto completamente eliminado. Todo quedaría en su cabeza hasta el final de sus días. Dennis se transformó en una mancha de vino sobre un vestido blanco, una que jamás podría borrarse.

Suspiró al tiempo en que se acurrucó a la almohada. Forzó la llegada del sueño mediante técnicas de respiración, perdiéndose lentamente en su subconsciente.

Sombras del AyerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora