~Una cita~

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- ¿De verdad miras tanto a mi tesoro como a tu hijo, que tu cuerpo respondió a eso? - Emilio tragó saliva como por cuarta vez, sentía su garganta muy seca.

Asintió despacio ante la pregunta del pelinegro. Estaban ahora sentados en el comedor de la casa de Jesús, Ares jugaba en el suelo con unos juguetes. Mientras que ellos estaban hablando de lo que les habían dicho en el hospital.

Ahora Emilio era la madre, no biológica, pero seguía siendo la madre de Ares, una parte de Emilio estaba contenta con eso, pero su parte racional le gritaba.

¡No había tenido ni una cita con Jesus y ya había llegado reclamando su lugar en su pequeña familia!

Si su vida fuera una película ¿Cómo se llamaría? ¿Madre por accidente? Sonaba justo como lo que le acababa de suceder.

- ¿Qué harías si te dijera que me voy a mudar a otro país y me llevo a Ares conmigo - el aire en sus pulmones se detuvo por completo.

Miró al alfa con algo de miedo, estaba serio y con los brazos cruzados sobre su pecho. No podía, Jesús no podía hacerle eso, era su peque, no podía quitárselo.

- ¡Te lo prohíbo! ¡No puedes llevarte a Ares lejos de mi! no supo en qué momento se había levantado de su puesto, golpeando la mesa con sus manos y mostraba sus pequeños colmillos a la defensiva.

- ¿Baba? - Ares dejó lo que estaba haciendo para mirar a los mayores, podía sentir el aire de molestía que tenía el castaño, daba algo de miedoverlo molesto, eso nunca sucedía. Jesús por su parte solo sonrió, confundiendo más al otro.

- Tanto lo quieres, ¿Eh? ¿Dónde estuviste antes? Si te hubiera encontrado, quizás mi bichito no hubiera sufrido tanto. - Emilio se sintió avergonzado, muy avergonzado, y una parte suya molesta, Jesus le había echo una prueba.

- Yo lo quiero, ni pienses en alejarlo de mi. - había formado un lazo con Ares, si los separaban ambos iban a sufrir bastante. Jesus solo le sonrió, una sonrisa tranquila y leve.

- No lo voy a hacer, Emi. Y tu ya no podrás escapar de mi tampoco, no te voy a dejar. - Emilio se sonrojó ante esa declaración, supo leer entre líneas. Una manita jaló su ropa y miró hacia abajo, Ares quería subirse a su regazo.

El omega alzó con cuidado al pequeño, lo sentó en sus piernas y él giró rápidamente a sus pechos tocando allí, ya era su hora de comer, y desde que empezó a lactar no había tocado su biberon.

Se alzó la camisa acomodando al pequeño para que pudiera comer tranquilo. Ares dió un ronroneo complacido mientras succionaba su pezón con ganas.

Emilio sintió como el aroma del alfa se volvía pesado, cargado con un poco de excitación, su boca se hizo agua al oler algo de esa manera.

Alzó el rostro para ver al mayor, sus bellos ojos intensos posándose sobre él, y no se despegaban de sus pechos.

Tragó saliva sintiendo su rostro arder, más que rojo que un tomate maduro. Sabía, en sus estudios sobre los cachorros, aprendía de todo ese tipo de cosas. No era un secreto que a los alfas les encantaba la leche materna que daban los omegas.

No solo su sabor, sino que también era bueno para ellos al ser tan nutritiva, y sus pechos habían crecido un poco más desde la vez en la que Ares tomó leche por primera vez, y no dejaban de producirla.

Quizás podría hacer algo de lo cual se iba arrepentir mucho después, o sino solo moriría de la vergüenza.

Alzó bien su camisa mostrando su otro pecho lleno, Jesus abrió los ojos ante eso, era una invitación para que él también pudiera probar. El rostro rojo del menor se lo podía confirmar, y no quería desaprovechar esa oportunidad, el aroma lo estaba volviendo loco.

¿Mamá?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora