Mercy
Parece una eternidad desde que cayó la noche, y a pesar de que he visto que fue hace apenas muy poco que dieron las ocho, la impaciencia no se va de mí; siento que estamos llegando muy tarde, a pesar de que en realidad no hay ninguna prisa. Hoy no hay conciertos ni salidas especiales; solo llegaremos a cenar y dormir, y no tengo una verdadera urgencia de ello. Pero quiero llegar; quiero despegarme del asiento, y quiero ver Atlantic City sin el polarizado de la ventana de la van. Quiero respirar aire fresco y escuchar mi voz haciendo eco en el hotel.
Quiero vivirlo todo, pero la carretera parece infinita; el centro de la ciudad parece estar aún lejos.
Pego la cabeza al asiento, y luego la ladeo de tal forma que una parte de mi pelo se presiona contra la misma pared de la van; fijo la vista en la forma en la cual el naranja y el morado contrastan, solo por un momento, porque luego cierro los ojos en el intento de tomar una siesta; de que sea casi como teletransportarse: Estar aquí, y en un segundo, despertar allá, desorientada pero feliz.
Pero en vez de despertar fuera del hotel, lo que ocurre al segundo siguiente es que siento un peso apoyándose en el asiento a mi lado de forma brusca, haciendo que mi cuerpo rebote un poco. Aprieto los ojos por la molestia que llego a sentir, y cuando me relajo, solo suspiro y miro hacia la persona que se sentó a mi lado.
Mason está allí, tal como todos los últimos días; y tal como todos esos últimos días, parece inquieto y me mira de una forma más intensa, de una forma que fortalece todas mis sospechas, las cuales de todas formas nunca expreso, porque sé cómo me veré: Como alguien que está desesperada porque todo lo que pensó sea algo real. Y yo no soy esa persona; yo quiero todo lo contrario: Espero que todo sea una mentira, solo mi cabeza haciéndose pasar por mi intuición.
Y es que mi intuición nunca se equivoca, pero mi cabeza siempre lo hace.
Respiro lento para que mi corazón se calme, y me quedo atenta a la forma en la cual Mason me mira; parece que sus ojos adquieren más brillo con cada segundo que pasa. A veces mis ojos se fijan más en sus labios, esperando a que algo salga de ellos, sin tener yo el ánimo de hablar primero. Sin tener el ánimo de hablar, en general.
Él parece pensar mucho, y luego suspira. Lo siguiente que hace es saludarme:
—Hola, Mercy —dice, y su voz tiene un temblor leve que no entiendo y que no me agrada.
—Hola —hablo de vuelta, y mi voz se arrastra—. ¿Qué se te ofrece? —pregunto después, y espero que lo que siga no sea una charla extensa.
—Solo quiero saber si estás bien.
Por alguna razón, tiemblo. Quizá sea solamente el factor sorpresa, porque de todo lo que podría decir, no me esperaba eso; y yo sé que estoy bien, dentro de lo que cabe; que, a diferencia del chico al cual tengo enfrente, yo no he estado actuando raro; no hay razones para sospechar que no esté bien, o al menos eso es lo primero que pienso. Luego recuerdo mis dudas, este nerviosismo que Mason me hace sentir solamente porque no entiendo qué ocurre en su mente, recuerdo el estrés constante de cumplir con itinerarios, de las pruebas de sonido, de simples ensayos en medio de la noche, de no poder hacer nada; recuerdo lo malo de la sensación de no estar en el hogar. Me hace falta mi habitación, mi escritorio, mi cocina, y más importante: Me falta Lynn.
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Un beso y nuestra canción
RomanceMercy Castillo lleva una vida mejor de lo que jamás imaginó: Tiene casa propia, una relación estable y un contrato para que su banda, Finders Keepers, sea el acto de apertura en el tour de reunión de Cinema Kisses. Mason Lewis también está viviendo...