Capítulo 3. Para conocer a una humana

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El trabajo de Kara iba bien, se las arreglaba fácilmente apoyando a la comunidad del pueblo con venta de troncos y otros productos como maple y cafés exportados que algunos ancianos se permitían pagar. Fuera de eso, el trabajo en casa también la esperaba con alguna edición de portada, póster promocional o videos publicitarios de microempresas que le pagan muy bien por su poco tiempo. No salía demasiado de su casa más que para rondar por el bosque y relajarse un poco, a pesar de poder ser una persona muy energética y social, prefería quedarse en su hogar y disfrutar los placeres hogareños que le traía su aislamiento. Después de todo, se había acostumbrado.
Cada dos o tres semanas se aventuraba a un supermercado no tan cercano y compraba todo lo necesario para abastecerse, desde toda la comida que su presupuesto se podía permitir, hasta el cloró que necesitaba para lavar su inodoro. Fue agotador para Kara cuando guardo todas sus comprar y no encontró el papel higiénico que juró haber comprado; acudió a la tienda de comestibles más cercana.
—Parece un mal día, Danvers. —adivinaría el señor castor en el segundo que Kara cruzaba la puerta.
—Es Kara. —corregiría con una mueca mientras se adentraba en el pasillo que sabía que tendría el papel higiénico. Tan rápido como lo tomó lo llevo al mostrador.
—Por supuesto. ¿Kara habrá visto la cabeza de Lena? —preguntó con una sonrisa.
—¿Por qué lo preguntas, Smith? —regresó, buscando el cambio en sus bolsillos. Finalmente, Kara solo extendió un billete de cinco dólares, sabiendo perfectamente que el hombre le cobraría dos con sesenta y uno.
—Oh, ¿no lo has escuchado? Un par de turistas reportaron el avistamiento de un lobo, parece que Lena les gruñó y trató de matarlos. —reveló, tomando el dinero y devolviendo su respectivo cambio. —Es mi momento para coronarme como el futuro salvador de Midvale, quizás me hagan un documental. —agregó, orgulloso de su brillante plan.
—¿Quién le dijo tal información? —Kara tomó el paquete de sus rollos higiénicos y avanzó a la salida, no sin antes quedar a la expectativa de una respuesta.
—Los Miller. Viven enfrente de la estación de policías, solo dijeron lo que escucharon.
—¿Así que la cazaras? —preguntó amablemente.
—Por supuesto, Danvers.
—Es Kara.
Era horrible, incluso criminal el hecho de no sentir empatía hacia un ser vivo, Kara pensó durante demasiado tiempo como es que no era considerado un acto psicópata; pero lo que más la horrorizó fue el volante pegado a un lado de su puerta principal. Como diseñadora ahora se sentaba sobre su sillón y observaba el desastre que era aquel póster de recompensa, era desalineado y vacío, para nada atractivo. Kara lo dejó sobre su mesa de centro y torció un mueca. El anuncio de la recompensa explicaba que debido a pérdidas de grandes ventas (animales que no caían en las trampas) una casa de lo más lujosa en el condado privado de Metrópolis se ofrecía por la cabeza ancha de la loba.
   Esa noche cenó sobre la mesa circular que estaba en su patio, con la esperanza de volver a escuchar el trote de las cuatro patas negras.
Dos semanas completas pasaron cuando volviendo del supermercado, cansada y hambrienta de alguna comida rápida, se había involucrado tanto en el pasillo de cereales que no se dio cuenta de que había anochecido, ni de tampoco la presencia silenciosa de la loba detrás del cristal, esta vez estaba parada de la forma más recta que ella solo podía, mirando hacia dentro por la puerta corrediza que separaba el patio y la cocina. Kara sonrió al ver a su amiga volver, cómo los ojos verdes no la perdían de vista mientras ella guardaba los artículos. La puerta fue abierta y Lena gustosa apoyó la cabeza dentro del lugar observando como Kara laboriosamente llevaba a cabo su "cena" que más bien olía como una sopa instantánea.
Pasaron cinco noches antes de que Lena volviera a posar sus patas sobre los hombros de Kara, se sentía como una gratitud extensa y vacilante, no estaba segura de por qué pero pronto lo descubriría. Una mañana, cuando bajaba las escaleras, se encontró con una brillante y oscura cabellera en su sillón.
—¿Lena? —preguntó Kara sorprendida, sintiendo que podía estirar aún más sus brazos y piernas.
—Le pido una disculpa Kara, si esto le parece... intrusivo, pero no he podido dejar de hacerme una pregunta. —Lena se sinceró.
—Dime que tienes en mente, Lena. —contestó Kara con un ceño fruncido, quedándose a la mitad de sus escaleras.
—¿Qué más querrías de mi?
—¿A que te refieres? —cuestionó Kara, cambiando el peso de su pie derecho al pie izquierdo, tratando de comprender las palabras. La piel se le erizó cuando la mano pálida peinó el cabello negro.
—Ya sabes, solo tomar la recompensa gorda... entregándome. ¿Ó es que esperas a que la recompensa suba aún más? —agregó no muy convencida de cual sería la respuesta. Ésta se giró y colocó su codo en el respaldo del sillón, enmarcando la mandíbula fuerte e intimidante, Kara bajó la mirada por un segundo.
—¿Eso es lo que piensas de mi? —con el labio entre los dientes y el susurro enojado pero tímido. Lena se quedó en silencio ante la vergüenza que por alguna razón le recorrió desde el pecho hasta las orejas, se terminó girando, dándole la espalda a Kara.
—Eso no responde a mi pregunta, Kara. —insistió.
—No, ni siquiera lo pensaría. —contestó rápidamente. —Somos amigas. Eso es suficiente, Lena.
Por más que fuera obvio para Kara, Lena aún lo consideraba en sus pensamientos, podría elegir creer y prepararse para huir en el futuro de alguna tradición, o simplemente: no volver a aparecer.
Una mano tibia se posó en el hombro de Lena, ella respingó ante el contacto, ante la suave ternura del toque que dejaba el pulgar con vaivén lentos, cada parte de Lena pudo sentir el hormigueo que rápidamente dejó el nuevo peso sobre su piel caliente. No flaqueó ante las palabras:
—Créeme cuando te digo que jamás tendría alguna razón para entregarte a los humanos.
—Hablas tan despectivamente de ellos como si tu no formaras parte de su círculo.
—¿Y si no lo fuera, Lena? —la mano de Kara recorrió algunos cuantos centímetros a la mejilla de Lena, donde la palma sería fácil de morder. Casi como si mostrara la pureza de sus intenciones. —¿Y si no fuera parte de ellos? ¿Eso demostraría la pureza de mis intenciones hacia ti? —agregó con un tono bajo y conspirativo, sintiendo como la piel pálida se restregaba sutilmente contra su palma.
—No. —respondió simple subiendo su propia mano, enredándola sobre la de bellos rubios. —Pero aún sigo sin comprender. —la mano de Lena atrapó con sus dedos la muñeca de Kara, no resistió aplicar un poco de presión agradable.
—Porque no soy como ellos, soy... diferente. Jamás te entregaría a ellos por una recompensa en un volante mal diseñado.
—¿Por qué no? —preguntó Lena, como si Kara hubiera rechazado la llave de su futuro y a todo lo que siempre hubiera soñado.
—Porque soy un mimetista.

Albus AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora