Capítulo 5. Descubrimientos conmovedores

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   Estar en el patio trasero era lo más tranquilo que Kara recordaba de su infancia, además de su habitación decorada con estrellas que brillaban en la oscuridad. Si ella lo pensaba demasiado, su infancia no había sido tan mala, solo solitaria, quizás es por eso que ella apreciaba su soledad, pero mientras cortaba troncos en su patio para mandarlos a la comunidad miraba a Lena leyendo un libro de fondo, no se podía quejar.
   —Quizás yo debería hacer eso. —susurró Lena, suavemente pasando una página de su libro de reseña lésbica sáfica que Kara compró cuando se mudó a la ciudad. Los gruñidos de Kara por tomar aire fueron en vano ya que todo el aire que había estado tomando salió con una sonrisa, la hacha terminó recargada en su pierna y limpió sus manos en el mezclilla de sus muslos.
   —Podría ser, pero yo no se nada de finanzas, contabilidad y leyes que no debería romper. —ajustó su suéter y procuró aún sentir sus dedos, en cambio de cómo Lena se sentaba con total comodidad sobre la silla exterior.
   —Podría enseñarte, siempre que quisieras aprender eso. —el humo salió de su boca pero su nariz jamás se congeló.
   —Estoy bien cortando troncos y editando publicidad. —alardeó.
   Y era cierto, eso era lo que siempre había hecho, tenía experiencia y le pagan muy bien por hacerlo. Y, le gustaba.
   Lena, por otro lado, estudió todo lo relacionado con las finanzas y cómo tomar una empresa por las riendas, era perfecta para el puesto al que se había apuntado en el pueblo desde el mes pasado. También era perfecta para ayudar a Kara con los troncos pesados que no podía cargar o romper, ella solo se acercaba y con una sonrisa dulce le daba un golpe seco al tronco, diciendo:
   —¿Prueba ahora? —para solo ver cómo Kara levantaba su hacha y el acero dividía como mantequilla al tronco húmedo.

   Hicieron un viaje a la ciudad, donde Kara prometió que sería rápido. Lena lo toleró, no era tan débil como para venirse abajo con los ruidos intensos y el acumulamiento de personas apestosas en espacios reducidos, todo lo hacían por un clóset nuevo para ella, Kara había insistido en que fueran de compras y escogiera ropa invernal y tomaran la de verano que estaría en descuento. Kara no se quejaba de ver a Lena con su ropa holgada o apretada, para nada, pero quizás pensó que el que Lena sintiera que tenías sus propias cosas sería bueno para ella.
   Con la cajuela llena regresaron al anochecer, Kara manejaba por la autopista cuando se obligó a pisar el freno, Lena rápidamente posó su mano sobre el pecho rodeado de capas térmicas de Kara, deteniendo la inercia de su cuerpo hacia el volante.
   —¿Que pasó? —preguntó Lena, exaltada de la extraña acción. Kara picó el botón de las intermitentes y solo quito su cinturón, abrió la puerta de su camioneta (que recientemente había adquirido) para bajar a la autopista y volver con algo dentro de su chaqueta. Lena solo se alejó con un rostro mortificado y ante el fuerte olor que desprendía... la cosa esa. —¿Qué es eso? ¿Qué es eso, Kara?
   Era como si se hubieran erizado los bellos de su espina, pronto descubrió que se trataba de un cachorro mojado y friolento en la chaqueta de su... su... de Kara. Tan pronto como llegaron a casa Kara la (porque descubrieron que era hembra) limpio con agua tibia y la secó con un secador que hizo que la cachorra se derrumbara y se calentara, Lena tan solo se sentó a la lejanía y observó en silencio.
   —¿Qué te aqueja, Lena? —preguntó, sintiendo la mirada distante en sus acciones. Continuó acariciando al pequeño animal que se recuperaba del frío.
   —Nada, nada, ¿por qué me aquejaría algo? —respondió rápidamente, acomodándose en el lugar donde estaba sentada. Kara apagó la secadora y se dio la vuelta una vez que vio como la cachorra no se movía como protesta, caminó tranquilamente hacia donde Lena se encontraba, los brazos fuertes la rodearon y Lena se tensó ante el evidente olor a perro mojado.
   —¡Oye! ¿Qué pasa? ¿No te gustan las mascotas?
   —En mi familia las adoptaban para luego soltarlas y perseguirlas para comerlas.
   —Eso es... ¿te la quieres comer?
   —¡No!
   En una plática más a fondo, Kara descubrió que Lena se sentía curiosa y nerviosa ante la pequeña presencia de la cachorra. Admitió que su olor le chocaba pero que podría ignorarlo para conocer al indefenso animal que parecía dormirse en sus cálidas manos.
   Lena la adoró. Ella le dedicaba tanto tiempo y cariño que incluso Kara se llegó a reír de su preferencia; la sacaba a pasear, la alimentaba a sus horas exactas, la mimaba, le rascaba detrás de las orejas y en su barriga, le conseguía lindos suéteres afelpados y calientes, pecheras, y una larga lista de etcéteras. Lena tan solo se defendió diciendo:
   —Solo hago lo que ella me pide. —para tomarla entre sus brazos y apretarla susurrando palabras indescifrables. Kara volvió a su computadora y su chocolate caliente, pero esa misma noche no pudo dejar de pensar en que si Lena en verdad podía comunicarse con ciertos animales... por su familiaridad. No quizo preguntar mientras sentía como Lena se apretaba más contra su costado y acariciaba vagamente el lomo de la perrita entre ellas. Al final, no pudo evitar sonreír.

La época navideña hizo sonreír a Lena, esta vez maravillada de las luces e intercambios cursis de ambas partes, agradecida de las excusas para abrazar y desear una feliz navidad y luego un mejor año nuevo. La cachorra había crecido y Lena se rehusaba a dejar de llorar ante lo grande y tonta que se veía su querida mascota. Leah, fue el nombre que amabas escogieron cuando los primeros orines y popos se hicieron presentes en el piso de madera, después de una charla ardua en que Leah se sentaba sobre su trasero, sacaba su lengua por un lado y desviaba uno de sus ojos, pareció entender las palabras de Lena. Jamás se volvió a defecar u orinar dentro de la casa (fue cuando Kara se comenzó a preguntar sobre las posibles habilidades de comunicación en Lena).
—¡Leah, ven a comer! —gritó Lena, llevando un pedazo de carne seca (uno que ella decía que sabía muy bien y Kara no podía soportar) a su boca y dejaba caer el platillo preparado para la mascota.
—La mimas demasiado. —ofrecía Kara, arrastrando el ratón de su computadora portátil, ajustando sus lentes.
—Solo le doy una comida balanceada con todos los nutrientes que ella necesita, ya sabes... para que crezca fuerte y sana.
—¿Eso significa darle mis galletas con forma de dinosaurio? —protestó, cliqueando una pestaña de su correo.
—¡No te las ibas a comer! Estaban abandonadas al final de la alacena.
—¡Estaban escondidas!
Esta bien, no estaban realmente discutiendo por eso, o tal vez si. De cualquier manera, Kara había olvidado que estaban ahí, fue insano cuando dos días después un gran pedido de dos cajas pesadas se plantó en la puerta de Kara. Las metió a la sala de estar y se sintió curiosa ante el contenido, sin embargo no lo abrió hasta que Lena llegó y preguntó:
   —¿Lo abriste?
   —No, ¿encargaste algo? —respondió Kara, acomodando los lentes que le cuidaban la vista de la luz en la computadora. —Son pesadas. —agregó.
   —¿Puedes abrirlas? Me iré a cambiar.
   Mientras Lena dejaba su ropa en el cesto de ropa sucia, se puso una blusa suave y holgada, un grito del piso de abajo la hizo sonreír y bajar.
   —¿Es en serio, Lena?
   —Son edición especial. —esta vez, puede ser que esa noche Lena fuera abrazada con más intensidad de lo normal, Kara sumergida en el calor de su cuello y pecho dejando que su mano cayera desvergonzadamente sobre sus costillas, mientras un paquete de galletas reposaba en la mesa de noche.

   Para Lena pronto sería tiempo de iniciar su ciclo o celo y lo sabía por las emociones tan fuertes que había estando sintiendo desde hace pocas semanas, cuando la luz se asomó por los huecos de las ventanas Lena fue despertada por una mano rascando el inicio de su nuca, ella estaba completamente adherida a la piel rubia y tan pronto como Kara se levantó para ir a partir algunos troncos cerca del lago (donde comúnmente se reunía para hacer ese trabajo junto a otros que apoyaban el mercado) se sintió adolorida y ansiosa, tan solo suspiró y se quedó envuelta en las mantas con cierto olor. Eso solo significaba una cosa.
   —¡Hey! ¿Qué pasa? ¿Te sientes mal? —preguntó Kara, arrojándose a la cama y serpenteando su mano por el costado de Lena una vez que durmió toda la mañana y no salió a dar su paseo matutino de todos los sábados. La piel se le erizó aunque Kara no lo noto.
   —¡Estoy bien! Iré al bosque. —contestó rápidamente para intentar lucir lo más "saludable" posible. Ella estaba tan sonrojada por su situación.
   —Demonios, estás avergonzada. ¿Qué te podría avergonzar más que cuando te comiste un zorro?

Albus AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora