Capítulo 2. Para conocer a una mujer lobo

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   La loba siempre apoyaba el trasero sobre los troncos mientras observaba las actividades que Kara con tanta intención efectuaba de pie, una noche a mitad de año fue cuando saltó directamente frente a ella y le obstruyó el paso. Al principio, ese acto pareció una especie de protesta por la postura erguida de Kara, pero por fin el animal se paró sobre sus patas traseras y posó las delantera en los hombros de Kara. Los sesenta y cinco kilos de peso de Lena casi la hacen caer al suelo, pero aparte del impacto, le tomó por sorpresa ver tan de cerca aquella cabeza de treinta centímetros de ancho, con las fauces a abiertas y los colmillos de cinco centímetros de longitud semejantes a dagas. La loba solo le lambió la nariz, la empujó con suavidad y retrocedió. Fue cuando Kara comprendió que aquellos actos revelaban emociones profundas que a menudo salían a la superficie sin anunciarse.
   Además de la sensibilidad de la loba, sus características físicas le parecían hermosas y satisfactorias: el extraordinario cabello negro que contrastaba con la poca piel visible de sus hombros. De cualquier manera, aquella dos nuevas características congeniaban con su forma de andar, como si pedaleara una bicicleta que terminaba en una especie de golpe sin esfuerzo, similar al de un caballo pura sangre; los grandes ojos entre verdes y azules; la pesada cola, como la zorra, cuya posición y pelos eréctiles expresaban claramente el estado de ánimo y sus caprichos. Para Kara el mayor atributo de Lena era su frecuente rutina: posar sus patas delanteras en sus hombros y lamberle el rostro. Kara recuerda que pocos días antes de comenzar a acariciar a Lena, ella desarrolló un hábito molesto: tomaba sus brazos, manos o pies de Kara y los mordisqueaba; tal vez era una muestra de afecto, pero también podría estar tratando de impregnarla del olor de su saliva proclamándola, de esa manera, que ella era su propiedad. Cuando mudó de pelo, Kara aprovechó la oportunidad para rascarle la piel y eliminarle el pelo suelto o frotarle la cabeza y la panza. En esas circunstancias, Lena comprendió que los brazos y manos sin mordisquear le traerían mejores servicios porque su amiga se negaba a peinarla o rascarla cuando ella insistía en mordisquear las extremidades. Poco a poco Kara se dio cuenta de que ya no había aullidos a la Luna, más bien había gruñidos como una especie de saludo familiar y nada más. En ocasiones al anochecer, Lena llegaba arrastrándose al patio y se dejaba caer a los pies de Kara, jadeante y quejumbrosa; Kara alzaba la cabeza hasta la altura de sus rodillas para limpiar la sangre y saliva seca que se secaba en su pelaje.
   Kara esperaba que aquellas emociones suaves fueran las que se se mostraran una vez la humana Lena despertara. Untó una masa densa en la herida, la arropó, observó con respeto y silencio a la mujer en su sillón.
   Mientras pensaba todo eso, la loba se movió. Kara se tensó y sus ojos temblaron con expectativa, la saliva bajó por su garganta casi al tiempo en que los ojos adormilados de Lena se abrían. Eran verdes, por supuesto que lo eran. Tan pronto como Lena fue consiente, un pequeño respingo la hizo tirar hacia atrás y hacer que el sofá se doblara con ella, cayendo al mismo tiempo que una queja rebotaba por las paredes. La inercia de la preocupación hizo que Kara se levantara preocupada, como también inmediatamente hacerla sentarse una vez recordando la obvia desnudez de la mujer.
   —Está bien. —susurró, tratando de no ser tan ruidosa o expresiva con sus movimientos. —Solo soy Kara...
   La mujer lobo levantó su cabeza y miró intensamente los ojos de Kara, más bien analizaría el rostro de la mujer y lo aprobaría. Fue cuando se puso de pie mientras el aire de sus pulmones salía con un temblor y una mueca, Kara se dio cuenta que la sabana que la había estado cubriendo se enrollaba con una mancha de sangre notoria en su cuerpo, taparía la herida de los rayos del sol que lograban entrar a la casa de Kara. El escalofrío que le había escalado por todo el cuerpo la primera vez que la vio, volvió a burlarse de Kara.
   —Kara. ¿Ese es tu nombre? —preguntó la loba, con una voz borrosa y un acento irlandés en la punta de las palabras. Kara no pudo evitar juntar sus cejas ante el sonido, al final suspiró y ella relajó su rostro.
   —Tu me conoces. —respondió Kara, levantando una esquina de su sonrisa.
De cualquier forma, la respiración de Lena fue exhalada e inhalada por su boca, tomándolo por un segundo, reteniéndolo y soltándolo en otro segundo. Tragó saliva y miró su alrededor, su mirada se clavó sobre la puerta principal que conducía al patio trasero; Kara pareció notar la fijación, y tan pronto como los ojos verdes se posaron sobre los de ella, Lena dejó claro que si algo fuera a ir mal, escaparía sin mirar atrás.
—Quédate, estas herida. Compartamos algo de comida. —intentó Kara, viendo como Lena cambiaba el peso de sus piel y se tambaleaba lista para cualquier comentario, menos ese.
—Quiero que sepa Kara, que estoy bien. Puedo alimentarme y curarme por mi cuenta, así como también puedo ver que no se encuentra... conmocionada ante esta situación. —añadió, tensándose ante la mención de su conversión lupina.
—No somos tan diferentes.
—Lo supiste desde un principio, pude sentirlo. ¿Por qué no te asustó?
—Porque yo soy una...
Tres golpes rítmicos en la puerta interrumpieron la decidida voz de Kara, tan solo el segundo que se distrajo fue suficiente para darle la oportunidad a Lena de caer al suelo y salir silenciosamente en sus cuatro patas. Kara apretó sus dientes indecisa de si ir detrás de Lena o atender la puerta. La segunda opción fue la que tomó y terminó caminado de mala gana a la enterada principal, solo para suspirar con mal humor al ver niños corriendo a la lejanía.

Albus AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora