Capítulo 7

172 19 4
                                    


La noche era brillante.

Una declaración contradictoria si cualquiera lo escuchara, se suponía que tenía que ser al revés, los días brillantes que daban paso a caminos aún más brillantes, el sol contaba con energía, las nubes tapando su cegadora luz para tener una mezcla perfecta de comodidad y calor. Los días no suponían más que problemas para Juan, eran los momentos donde las mentes despiertas mantenían corrientes de pensamientos insidiosas y vengativas.

El mundo estaba despierto, el bien y el mal no se diferenciaba y cualquiera podía pasar por los dos. A pesar de toda la luz que rodeaba los prados, las sombras eran diferencialmente más imponentes y poderosas.

El día era el lugar en donde las cosas más crueles sucedían, donde amigos se volvían enemigos y las traiciones eran cometidas.

La noche era suya para dominar, los pensamientos puros de la inconsciencia eran audibles y ruidosos, el mundo callaba y la naturaleza tomaba fuerza. No existía bullicio humano bajo la luz de la luna, no habían murmullos traicioneros ni miradas indiscretas. La luna a diferencia del sol no mantenía los secretos para sí, compartiéndolos con cualquiera que pudiera escuchar en su reinado del silencio acogedor.

La noche era su momento de tranquilidad donde podía sentirse en paz.

Juan sonrió ante el pensamiento, mirando a través de la ventana a su compañera más fiel. Los ronquidos suaves de zorman eran un constante recuerdo de su actual situación y de alguna manera también su forma en mantener la mente en la realidad.

De nuevo no podía dormir, no estaba seguro de cuál era la razón detrás del fenómeno que lo empezaba a atosigar en sus momentos de paz. Tal vez era su naturaleza quien le impedía cometer un acto tan mortal como era el de dormir, tal vez era la profundidad de su mente quien lo arrastraba a la consciencia, el poder de sus pensamientos quien lo ataba y la abrumadora cantidad de memorias quienes lo sometían.

Tal vez era una mezcla cruel de todas las anteriores.

Se levanto de su cama, sus pies no tocaron el piso y su cuerpo empezó a flotar suavemente. Las respiraciones de Zorman le parecían casi hechizantes gracias a su metódico ritmo que se repetía incesantemente una y otra vez sin tener un respiro de cambiar.

Quería salir a pensar.

Era algo que había estado haciendo mucho últimamente, su mente parecía tener control sobre todo lo demás y la gente que lo rodeaba no lo hacía mucho mejor. Tenía dudas flotando sobre su mente y detestaba la forma en la que se percibía, parecía como si toda la ira estuviera filtrándose, cada vez más pura y cada vez más blanca y de todos modos no podía encontrarse odiando de manera abierta. Se sentía débil.

Con una última mirada atravesó la pared de su santuario, la luna brillaba sobre él y de alguna forma sintió la presencia de los otros dioses observándolo desde arriba. Era una presencia pesada y acogedora.

Sus pies tocaron el suelo suavemente, el pasto debajo de sus pies crujiendo audiblemente. Respiró profundamente, sintiendo el aire en su rostro. Era sorprendentemente cálido con toques extraños de frescura. Una sonrisa tiro de sus labios y empezó a caminar.

No sabía qué hora era, la luna estaba en lo más alto y el silencio atronador era interrumpido de vez en cuando por sonidos ambientales de pequeños animales. Un suspiro salió de su garganta pesadamente, podía sentir la energía, recorriendo el aire y el suelo. Sabía que si se concentraba podría ver las corrientes mágicas que llenaban al planeta, las venas del mundo. El corazón del multiverso.

La magia se encontraba en todos lados, recorría el alma de cada cosa, cada ser viviente, cada objeto inanimado. Todos eran parte de una gran cosa y esa gran cosa era parte de todos. Un ciclo precioso que Juan llegó a apreciar tan solo después de su muerte.

~hombre con alas~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora