EPÍLOGO

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La música de piano comenzó a sonar, las puertas se abrieron y todos se levantaron para verme. André llega a mi lado, como se lo había pedido, para acompañarme al altar, en donde Aspen me esperaba juntos a sus amigos, esta vez incluso estaban todos los del equipo de básquet de su antigua escuela. Podía ver a Jen como mi dama de honor al igual que a Vic casi llorando, intentaba aguantar, pero apenas lo conseguía. Crucé el pasillo y André me dejó junto a Aspen, me giré hacia él antes de que se fuera.

—Gracias, André —sonreí.

—No hay de qué, señorita —respondió, inclinando ligeramente la cabeza antes de ir a sentarse junto a Ilda y sus hijos en primera fila, junto a mi madre.

Le entregué el ramo a Jenny y me dispuse a escuchar al oficiante de boda, aunque decidimos acortar el discurso pues esto solo era para satisfacer a nuestros amigos y familiares, que para nosotros mismos.

—Y ahora, los anillos —menciona el hombre.

Nos dimos la vuelta para ver a Ares y Ragnar, ambos sosteniendo almohadillas con la boca y sobre estos, los anillos. Se acercaron a nosotros moviendo la cola con emoción, Aspen se encargó de agacharse para agarrar los anillos y acariciar a sus perros, ya con canitas. Me entrega uno de los anillos, y con una sonrisa, intercambiamos las alianzas. De nuevo el oficiante nos declara marido y mujer, y Aspen no pierde el tiempo en sujetarme hasta inclinarme sobre mi espalda y besar mis labios. Reí sobre los suyos mientras escuchaba los aplausos y vítores de los presentes. Esta sí fue una boda más grande.

Mamá se acerca con Reed en brazos y me lo entrega para las fotos, una de ellas salimos Aspen y yo besando sus mejillas, la mejor de todas a mi parecer, la pondré de fondo de pantalla en la computadora.

Finalmente hicimos la fiesta en donde noté la diferencia de ambiente, pues esta, a diferencia de la anterior, ha sido mucho más animada y divertida, pues estaban nuestros mejores amigos y familia con nosotros.

—Se me cumplió el sueño —dijo mi madre, sentándose a mi lado con una copa en la mano—. Siempre quise verte casada con la persona que tú quisieras estar, y aquí están. No puede haber otra madre más feliz y orgullosa de su hija que yo.

—Gracias, mamá... —la abracé con ternura por sus palabras—. Nunca creí que llegaría un día como este, realmente Aspen llegó sin permiso a mi vida y la cambió totalmente.

—Solo en eso agradezco a tu padre por presentarlos, pero nada más. Espero que ese inútil muera en prisión —bufa mientras bebía de su copa, provocando una leve risa en mí por su honestidad poco usual—. Pero dejemos de recordar a ese bueno para nada y disfruta de tu segunda boda.

—Lo haré, y tú ya deja de beber. Al paso que vas de seguro olvidarás la edad que tienes.

—¿Qué insinúas, niña? Yo aún soy joven, además... hay un guardia de seguridad que me ha llamado la atención desde que volví aquí. ¿Quién sabe? Quizás no falte mucho para conseguirte un padrastro.

—¡Mamá! —exclamé riendo incrédula.

Ella se ríe mientras se levanta y se aleja hacia el dichoso guardia. Rodé los ojos con diversión, pero entonces Aspen toma el lugar de mi madre y apoya su brazo sobre mis hombros.

—¿Qué pretende mi suegra con ese guardia? —pregunta apuntándola con la cabeza.

—Conseguirte un nuevo suegro.

—¿Y su edad no la frena?

—¿Ves que la esté frenando?

Ambos miramos hacia mi madre, notamos como había acariciado el brazo del guardia mientras ambos reían con notable coqueteo, ella con más ganas, aún sin perder la compostura. Apartamos la mirada y negamos con la cabeza, pero entonces escuchamos un pequeño llanto de bebé que nos interrumpió. Vic se acercó a nosotros, luciendo preocupada mientras tenía a Reed en brazos.

—Disculpen, pero mi sobrino no deja de llorar y no sé le qué ocurre.

—Es el llanto de la comida, y no he guardado sus biberones —suspiré—. No te preocupes, gracias por traérmelo, Vic. Lo llevaré arriba para encargarme.

—Te acompaño —dice Aspen, tomando a Reed en brazos antes que yo.

Ambos nos alejamos de la fiesta que en realidad todo sucedió en el patio de mi casa. Fuimos hasta mi habitación y busqué lo necesario que conseguimos en estos días de preparativos. Me recosté en la cama y Aspen dejó a Reed en mi regazo. Mientras yo le daba de comer, él se acostó a nuestro lado, para ver a Reed con esos ojitos tiernos que tiene cuando nos mira.

—Todavía es prestado, niño. No te acostumbres.

—Basta ya, no puede ser que hasta con tu hijo seas celoso.

—Por supuesto, tiene que saber desde un inicio como son las cosas aquí.

Reí negando con la cabeza por las ocurrencias de Aspen. Aun así no dejaba de acariciar suavemente a Reed hasta que este ya había tomado lo suficiente. Le pedí que me pasara su babero y así lo hizo, lo limpié con cuidado y lo dejé en el medio de la cama con las mantas posicionadas estratégicamente para que estuviera cómodo mientras nos daba la espalda.

—Bueno, es mi turno.

—Oye, espera —Aspen me tumba en la cama y se coloca sobre mí.

—No quiero esperar.

Volví a reír y él se acostó sobre mí pero atrapando mi otro seno con su boca, negué con la cabeza de nuevo y solo lo dejé, pues en verdad me aliviaba cuando él se encargaba de terminar lo que Reed no pudo.

Acaricié su cabello y el de Reed. Suspiré profundo cuando terminó y me acomodé la ropa para levantarme, pero le pedí que me ayudara con bajar el cierre del vestido, así lo hizo y yo aproveché para cambiarme a algo de ropa más cómoda, y con eso me refiero a la ropa de Aspen que tengo por aquí.

—¿Mhm? ¿Aún tienes esto? —al volver donde los dos chicos, Aspen tenía el peluche de lobo en sus manos.

—Por supuesto, me encanta. Aunque... estoy pensando en dejárselo a Reed.

—Una herencia familiar, nada mal —responde provocándome una corta carcajada mientras me acostaba a su lado, abrazándolo y besando sus labios—. Oye, he estado pensando... ¿qué te parece la idea de disfrazar a nuestro hijo? Tiene un gran parecido con Naruto, ¿no lo crees?

—No vas a teñir el cabello de mi hijo de rubio, Donnovan.

—Pero solo le faltaría eso, de todos modos los ojos ya los tiene.

—Que no, tíñetelo tú si tanto lo quieres —respondí.

—Un Aspen rubio... ¿Cómo me quedaría? —pregunta pensativo.

—Ay Dioses.

Él se ríe de mí pero me tumba por completo abrazándome por la cintura. Ambos nos acomodamos junto a Reed, colocándolo entre ambos y sonriéndonos el uno al otro. Poco a poco el sueño me venció, pero pude sentir cuando Aspen nos cubre con las mantas a los tres y besa mi cabeza suavemente.

Es tan tierno como padre y como esposo.

Fin

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