Capítulo III

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Bajo las escaleras con rapidez, sintiendo la presión del tiempo apretando mi pecho. Estoy llegando tarde a la escuela, otra vez. Mis pies apenas tocan el suelo mientras salto los últimos peldaños. No soy muy buena para madrugar; el insomnio me acecha, y quedarme dormida por las noches es un verdadero desafío.

La casa está en silencio, sin rastro de mamá. Ella trabaja temprano en un restaurante cerca del centro de la ciudad, cocinera apasionada, y eso es suficiente para mí. A pesar de que el dinero no abunda, lo que tenemos se siente suficiente.

Agarro algunos apuntes desordenados sobre la mesa, hojeando las páginas a la búsqueda de lo que necesito. Sin embargo, el sonido del timbre me saca de mis pensamientos, y la urgencia se apodera de mí. Camino rápidamente hacia la puerta, abriéndola con un tirón, pero me quedo paralizada al ver quién está allí. Cierro la puerta con un golpe seco, pero él reacciona rápido, poniendo el pie en el umbral, impidiendo que lo haga. Aún así, mantengo la puerta cerrada con toda mi fuerza.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunto, la molestia en mi voz es evidente. —Voy a llegar tarde a la escuela.

—¿No puedo venir a ver cómo está mi única hija? —responde, su tono falso me revuelve el estómago.

Una risa sarcástica se escapa de mis labios.

—Ese privilegio lo perdiste cuando agrediste a mi madre.

—No tiene por qué cambiar las cosas entre nosotros dos. Habla conmigo. Soy tu padre.

—No lo eres. Jamás lo fuiste.

Nicolás Stone es un drogadicto, así como lo escucharon. Siempre amó su adicción mucho más que a nosotras. Durante su vida, fue un padre presente pero ausente; su figura en la casa era casi etérea, y el único recuerdo tangible era el olor nauseabundo de pasta base mezclado con latas de cerveza.

—Vete. —vuelvo a repetir, la firmeza en mi voz es un intento de alejarlo. —No quiero llamar a la policía.

—Estoy en problemas, Val. —el uso de mi apodo en su boca me provoca náuseas.

—Eso no me interesa. ¿No te ha quedado claro con esta conversación?

—Me van a matar si no les entrego el dinero a tiempo... Los proveedores —continúa, pero lo interrumpo.

—Eso debiste pensarlo antes de meterte esa mierda en el cuerpo. Voy a llamar a la policía, así que te recomiendo que corras. No quieres estar nuevamente en la cárcel, ¿o sí? —digo, sacando mi celular del bolsillo. Él nota mi acción, y la lucha en la puerta se detiene. Su rostro se torna pálido y suspira aliviado cuando su pie se retira.

Reunir el valor para salir me toma un momento más. Nicolás no me da miedo; es la incertidumbre lo que me aterra. No sé qué podría hacer si se encuentra en su faceta más desquiciada.

El autobús había pasado hace media hora, así que me queda otra opción: caminar, más bien, correr. Llego a la escuela cuarenta y cinco minutos después de que suena el timbre. El señor Fisher va a matarme.

Hoy no tengo práctica de porristas, así que el color amarillo no sobresale en mi vestimenta. Al entrar al salón de clases, todas las miradas se dirigen a la puerta; es lo típico cuando alguien llega tarde. Pero la única mirada que realmente me importa, la de Fisher, está llena de desaprobación.

—Es la segunda vez en la semana, señorita Stone —advierte, cruzando los brazos y frunciendo el ceño.

—No se volverá a repetir —respondo, tratando de sonar más convincente de lo que me siento.

—Eso espero. Toma asiento.

Avanzo rápidamente hacia él, con el corazón acelerado, y me siento junto a Alicia.

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