Capítulo V

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El silencio entre nosotros es insoportable. Cada segundo que pasa me hace desear salir de este maldito auto, pero Callum sigue conduciendo con una calma que me irrita más de lo que debería. El motor ruge suavemente mientras él se concentra en la carretera, ignorando por completo la tensión que llena el aire.

—¿Por qué te molestas? —pregunta de repente, con su voz tranquila, sin apartar la vista del frente.

—¿Perdón? —respondo, sin poder creer lo que acaba de preguntar.

—Por lo de Davís y los demás. Sabes cómo son. ¿Por qué te afectan tanto sus comentarios?

Su tono despreocupado me enerva. Respiro hondo para calmarme, pero la verdad es que estoy cansada, cansada de toda esta mierda. Me cruzo de brazos, mirando la ciudad pasar por la ventana.

—No es por ellos, Callum. Es por todo —respondo al final, conteniendo el veneno que siento subir por mi garganta—. ¿Alguna vez has sentido que todo lo que haces está bajo una lupa? Como si todos estuvieran esperando que falles solo para señalarte y reírse. Pues así me siento.

Él me mira de reojo, pero su expresión no cambia. Parece sorprendido, pero no lo suficiente como para que me importe.

—Bienvenida al club —suelta, con una risa seca y amarga—. Supongo que lo de vivir bajo una lupa es algo que ambos conocemos bien.

Lo miro de reojo, furiosa por la facilidad con la que dice eso. Como si tuviéramos algo en común. Como si fuéramos iguales. Callum nunca muestra lo que realmente piensa, siempre mantiene esa fachada arrogante y segura. Nunca había pensado que algo pudiera afectarlo.

—¿De qué hablas? Tú no te preocupas por lo que piensen los demás —le espeto, intentando que me dé una respuesta clara.

—¿Eso crees? —ríe de nuevo, aunque esta vez su tono suena más apagado—. Lo que piensen de mí es lo único que importa en mi mundo. Si no lo manejas bien, estás fuera. Y créeme, estar fuera es mucho peor que cualquier insulto.

Su respuesta me deja en silencio. Nunca había considerado lo que podría estar pasando detrás de esa arrogancia. Para mí, siempre había sido el chico que todo lo tiene bajo control, que no se molesta en lo más mínimo por lo que otros digan. Pero ahora me doy cuenta de que esa presión que yo siento, tal vez él la ha estado sintiendo siempre, solo que la oculta mejor.

—¿Y te gusta vivir así? —pregunto, aunque sé que su respuesta no me va a gustar.

Callum suelta un largo suspiro, uno que parece cargado de años de frustración reprimida.

—No se trata de si me gusta o no. Es lo que hay. No puedo cambiarlo, nací en esto —dice, como si fuera lo más obvio del mundo.

—Eso suena patético.

Él gira un poco la cabeza, sorprendido por mi franqueza, pero no responde de inmediato. Yo tampoco me retracto. No me da lástima, ni lo entiendo. Si decide vivir con esa presión, es su elección. Yo, por lo menos, no tengo otra opción.

El coche empieza a reducir la velocidad y reconozco las calles de mi barrio. La familiaridad de mi entorno me da una sensación de alivio, pero la irritación sigue anidada en mi pecho.

—¿Por qué me trajiste aquí, Callum? —le pregunto antes de salir del coche, con más dureza de lo que había planeado.

Él frena frente a mi casa, pero en vez de contestar de inmediato, se queda mirando al frente, como si estuviera buscando las palabras correctas. Al final, se gira hacia mí con una expresión que nunca había visto en él antes. Algo más... serio, más sincero.

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