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Cuatro y media de la mañana.

Danielle no despega su vista del cuerpo de Haerin, quien sigue al ritmo de la música, moviendo sus caderas con mucha seguridad gracias al licor en su sistema. Unos chicos se le acercan por detrás, pero sus ojos gatunos se mantienen cerrados, y de vez en cuando los abre solo un poco para hacer contacto visual con la australiana.

Juguetea con su cabello largo y perfecto, viéndose dolorosamente sexy.

Danielle rechina los dientes, tomando un vaso cualquiera de por ahí y tragando su contenido.

Se da la vuelta, no sin antes hacer un último contacto visual con la coreana, y se adentra a la casa.

Kang decide seguirla porque ya es tiempo de su tercer desliz. No sentía vergüenza de admitirlo, pasó toda la noche imaginando el momento que tendría con Danielle a solas, porque en serio esperaba que pasara.

La buscó en la cocina, en el baño y en el comedor, e iba a bufar de frustración, mas cuando volteó para salir nuevamente al patio, la vio de espaldas subiendo las escaleras. Se preguntó qué tan imprudente sería meterse a lugares externos en una casa ajena, pues mágicamente la gente respetó una de las pocas reglas que exigió Hanni a los borrachos de esa fiesta, que era: no subir al segundo piso.

Da igual, tampoco es que sea una completa extraña, se dijo a sí misma, dirigiéndose a las escaleras.

Fue con cuidado, silenciosa, ya que tampoco sabía cómo iba a reaccionar la mayor. Escuchó una puerta al final del pasillo cerrarse y supo de inmediato dónde debía ir.

Con la manija en la mano, respiró hondo antes de abrirla, encontrándose con una Danielle hojeando unos cuadernos sobre su escritorio.

—¿Pero qué diablos crees que estás haciendo? —la extranjera le gruñó airada en cuanto la sintió entrar.

De nuevo, Haerin en lugares de su plácido hogar en donde no debería estar.

—Que linda pieza tienes, Marsh —la ignoró, observando los muebles blancos que rodeaban la cama de la chica. Parecía de revista, una revista minimalista que sin duda le encantaría a su madre.

—¡Fuera, Haerin!

Odiaba el hecho de que una hermosa mujer estuviera en su cuarto y se sintiera algo nerviosa.

Haerin negó lento, egocéntrica, elevando la cabeza. La miraba con burla, casi en menos, como si pudiera reconocer lo asustada que se sentía Danielle por estar a solas. Y la mayor lo supo, sabía que Haerin le estaba ganando en esa oportunidad y le enfermó, su orgullo hirvió y la rabia le inundó su sistema.

—¡Fuera te dije! —la empujó desde los hombros, no queriendo verse débil o perdedora.

—¡Ay, pero no seas tan bruta! —reclamó, frunciendo en ceño. Se quedó firme en su lugar, cerca suyo, rehusándose a salir de ahí. Quizás debía cambiar la táctica, quizás esta vez el odio de por medio no era la respuesta—. Mira, quiero ser honesta, y por eso mismo... ¿podríamos...? —no supo porqué, pero bajó la cabeza avergonzada. Danielle la observó confusa, esperando que siguiera—. ¿Podrías dejar de pelear por un segundo? —la imagen de un gatito de mejillas coloradas la golpeó con brusquedad, dejándola algo mareada—. Me odias, te odio, pero —volvió al contacto visual, el cual hizo a Danielle pasar saliva—, ¿podrías esta vez darme un beso?

En cierto modo Haerin tenía miedo de ser rechazada, de que Danielle la mirara con asco y la sacara a patadas de su habitación, pues sus encuentros siempre pasaban segundos luego de haberse tratado como la mierda y tal vez aquella estrategia más suave la dejaría en vergüenza.

heterocuriosa (al peo) | daerin auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora