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Ya no se sentía bien ser un secreto. Ser el secreto de Danielle.

Haerin creía que con cada beso que se daban, sus sentimientos crecían de alguna forma, y la piel le ardía cuando debía contenerse para estar alejada de la mayor frente a otras personas, con sus amigas en especial, ese grupo de tanta confianza que tenía y juró jamás arrastrarles una mentira.

Pero la realidad es que la mentira, esa que crecía con fuerza, no era su mentira; era de Danielle. Por más burlas que recibiera (probablemente de Minji), ella estaba dispuesta (no, deseaba) actuar como actuaban en privado ella y Danielle. Acabar con la farsa.

Así que, cuando estás así de interesado en una persona, ¿cómo sería fácil? No lo era. Desde hace tiempo dejó de serlo.

—Danielle —la llamó, volteándose en la silla para mirar a la chica acostada en la cama.

Anoche, luego de otra noche entre gente, alcohol y música (eran fiesteras, sin duda), Marsh se había auto-invitado a la casa de la menor con la excusa de estar muy ebria para llegar a su casa. Llegaron, se besaron, se encerraron en la pieza y luego de unos besos más, cayeron rendidas, durmiendo acurrucadas como dos koalas.

Ahora eran las nueve y media de la mañana y Haerin se había levantado para avanzar con una tarea pendiente. Danielle despertó hace diez minutos y se dedicó a perderse en su móvil.

—¿Si? —preguntó, sin despegar la mirada de la pantalla.

—Tenemos que hablar.

Era ahora o nunca.

Haerin debía ser sincera con ella o se moriría ahogada en su propia miseria.

Ambas se miraron, una tensión instalándose y Kang fue hasta la cama, sentándose en el borde.

Por Dios, estaban literalmente actuando como una pareja, como si Haerin estuviera a punto de regañar a su novia por alguna estupidez que cometió. ¡¿Cómo podría estar tranquila así?!

—¿Qué sucede? —Dani se acomodó, apoyando la espalda en el respaldo.

—Yo... —suspiró, pasando sus manos por sus muslos, nerviosa. ¿Qué le diría? ¿Me gustas y sé que te gusto, deja de actuar como una imbécil e intentemos algo? Bien, eso sería ideal, pero no pasaría—. No sé cómo...

La otra tragó saliva, sospechando lo que quería conversar Haerin. Sus manos sudaron y movió los ojos por todo el lugar, incómoda.

—¿Qué se supone que...?

Danielle se alteró. No. Se negaba a oír esa pregunta que no tenía respuesta. ¿Qué se supone que eran? Daba igual.

La jaló del brazo, interrumpiéndola con brusquedad, dándole un fuerte beso, casi tosco, para que no terminara la frase.

—Cállate, ¿si? No arruines esto —rápido, sin cariño, sin sensibilidad, tiró de la remera de Haerin por sobre su cabeza para volver a besarla y de paso, sacarse sus propias prendas.

Haerin quiso llorar. Le gustaban los besos de Danielle, pero ese era tan amargo, feo, un verdadero cuchillo clavándose justo en su corazón.

En el sexo habitual sus risitas no faltaban, las sonrisas y palabras bonitas; a Haerin le gustaba mucho.

El sexo que tuvieron esa mañana fue agresivo, frío, solo una excusa para no hablar.

Por supuesto que Danielle tuvo su consentimiento al hacerlo, pero una vez ambas tuvieron el orgasmo, Haerin, apoyada en el hombro de Danielle mientras esta intentaba recuperar su respiración, sintió unas ganas tan, pero tan grandes de llorar que tuvo que cerrar los ojos y morderse los labios agresivamente hasta que aquel dolor de su piel sangrando fuese mayor que el dolor de su corazón.

heterocuriosa (al peo) | daerin auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora