Pensamientos que no hay que tener

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Sal

Necesito dejar de pensar.

Eso es imposible.

No me digas de lo que soy y no soy capaz.

Soy tu conciencia, nadie mejor que yo sabe de lo que eres y no eres capaz.

A veces me caes mal.

A todos, Salustina, a todos.

Resoplo por la nariz, haciendo que un mechón de pelo se espante. No es que necesitaba dejar de pensar en general, necesitaba dejar de pensar en un tema que a tenido mi ansiedad en grandes niveles.

Necesito dejar de pensar en Damiano.

Desde nuestra cita ayer que no hablamos, le envié un mensaje a eso de las ocho de la noche, preguntándole que qué tal había ido el asunto que lo hizo irse tan de prisa de nuestro encuentro, no me a respondido y ya es más de medio día.

Empiezo a creer que la salida fue peor de lo que pensé.

¿Y si en realidad no había ningún asunto? ¿Y si solo quería irse porque no fui lo que él esperaba? A pasado antes, la historia puede volver a repetirse. ¿Y qué tal si... si se decepcionó tanto que ya no quiere hablar conmigo y por eso está pasando de mí?

Empiezo a volver a sentirme mal, los pensamientos se siguen amontonando en mi cabeza, creando un montón de excusas que solo empeoran mi estado de ánimo.

¿Qué tal si esperaba algo diferente? ¿Una despampanante rubia de ojos azules? ¿Una pelirroja de ojos verdes? Yo... yo no soy eso, soy... Sal, soy yo.

«Tampoco te creas tan especial —no, ese recuerdo no— no eres más que una niña rara»

No, no, no, Salustina, no pienses en ese imbécil.

«Todos tenían razón me mira con desagrado— ni siquiera sé que ví en ti»

¿Y si Damiano también piensa que soy rara? Tal vez toleraba mis cosas por mensajes, pero es muy diferente la comunicación en persona, quizá solo fingía y aprovechó mi salida al baño para inventarse una excusa.

Quizá... quizá...

La puerta corrediza se abre.

—Oh, con que aquí estás —mi madre se acerca sonriendo, se sienta en la silla de playa contigua a la mía—, ¿Qué haces aquí, Saly?

«Saly», me gusta ese apodo, incluso más que el simple «Sal», mis padres me llaman así desde que soy una niña, especialmente papá, de ahí fue que mis amigos empezaron a llamarle así también, y aunque lo considero un apodo familiar, mis mejores amigos son como mis hermanos, sus familias las considero parte de la mía, así que no me molesta el hecho de que ellos me llamen por ese apodo.

—Nada —respondo a mamá—, solo quería tomar aire.

—Hum... —me mira desconfiada—. ¿Segura que es solo eso?

No me gusta generalizar con eso de «no hay nadie que te conozca mejor que tus padres» porque en muchos casos no es así. Tengo amigos, compañeros de la facultad que no tienen buenas relaciones con sus papás, así que no hay que meter a todos en el mismo saco. Sin embargo, yo sí que entro ahí, toda mi vida he sido de relacionarme más con chicos, tengo amigas chicas, claro, Amapola y Mónica son las más cercanas hasta ahora, pero de resto, soy la única mujer entre mucha testosterona, y mamá es a la que acudo cuando quiero una charla de chicas, hacer una pijamada o tener una tarde juntas. Es mi mamá, como mi hermana mayor y mi mejor amiga, todo en una sola persona.

Historia De Dos Corazones (Verdades O Mentiras #1.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora