3 - Fiambrera

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Al día siguiente me levanto gracias (o por culpa) del despertador de Doraemon que tengo en mi mesita de noche. Ya lo he tirado al suelo algunas veces, así que tiene rota la nariz, está despintado y no suena como al principio. Mamá me lo quiere tirar a la basura porque no le gusta el ruido que hace, pero a mí sí. Me despierto siempre del tirón y llena de energía. Preparo lo que me falta de mi maleta y meto la nueva fiambrera que me ha regalado mi mamá. Esta no pienso perderla, no por quedarme sin croquetas, sino porque no quiero que mi mamá se vuelva a enfadar conmigo.

Sara ya no me acompaña al colegio. Antes sí lo hacía, pero este año ha entrado en el instituto y estamos en sitios diferentes. Mamá la lleva a ella en el coche y a mí me acompaña andando hasta la puerta una hora después. Dice que lo hace porque hay mucha gente mala por ahí y no quiere que me cojan. No sé por qué iba nadie a cogerme, pero no me importa venir al cole con mamá. Muchos niños lo hacen. Mamá también me dice que no acepte nada de nadie y que si alguien que no es un profesor se me acerca, me dé media vuelta y busque a la policía o me vaya con mis amigos...

El problema es que no tengo muchos amigos. A ver, charlo con alguna niña de mi clase y me llevo bien con los niños, pero no sé ¿Cómo sé que son mis amigos? A veces le pido la goma a María y me la da ¿Es mi amiga por eso? Sara dice que un amigo es a quien le puedes contar un secreto, pero yo no tengo ningún secreto, o eso creo. Bueno, a ver, una vez me hice pis en la cama, pero eso fue porque había tenido una pesadilla. No soy una meona como Jésica.

Después de un par de horas de clase llega el recreo y saco mi nueva fiambrera con mi comida. Mamá me ha hecho un "sangüish" con jamón, queso y manteca y también me ha metido un plátano. No es mi fruta favorita, pero al menos no son las lentejas que sobraron. Me como primero el plátano para que el pan me quite el sabor, porque no me gusta como se me queda la boca después de esa fruta.

Aún no le he dado ni tres bocados a mi desayuno cuando veo que alguien se me acerca. Antes de saber quién es, agarro mi fiambrera y la abrazo contra mí. He hecho bien, porque quien viene es el pesado de Jesús.

—Oye ¿Qué es eso? ¿Tienes algo nuevo para mí? —me dice.

La cabeza de Jesús es rara, está como aplastada por los lados, las orejas las tiene para delante y sus ojos están muy separados. Está pelado casi calvo, lo que hace que la forma fea de su cabeza se note más aún. Va acompañado por Juan y Roberto, dos de sus amigos, como siempre.

—No te la voy a dar —le digo y me levanto para marcharme cuanto antes.

—Ya te digo yo que sí, melena ¡Dame esa fiambrera!

Me alejo antes de que alargue la mano y corro todo lo que puedo. Sé que Jesús y sus dos amigos me están siguiendo así que corro más rápido. Me meto entre unas niñas que juegan a las manos y luego casi tiro a un niño con gafas que se estaba comiendo su desayuno. Sigo corriendo y atravieso el campo de futbol. Me llevo algún que otro insulto, pero me da igual mientras no...

Algo me golpea la cara y cuando me doy cuenta estoy en el suelo, sobre la arena del campo de futbol. Alguien me dice algo, pero no lo escucho, solo puedo notar la forma del balón picándome en el lado derecho de mi cara. Se me saltan las lágrimas, pero no lloro, porque ya soy mayor y tengo que ser responsable. Me levanto como puedo y vuelvo a salir corriendo.

—¿A dónde crees que vas, Melena? —me dice alguien al mismo tiempo que tira de mi brazo.

¿Y mi fiambrera? Al ver que no tengo nada en las manos me doy cuenta de que he soltado la fiambrera. Miro a todos lados y me la encuentro bastante cerca, pero uno de esos tontos amigos de Jesús la está cogiendo. Es Roberto, un niño moreno, de cabeza cuadrada y pelo rizado como el mío (pero corto, porque es un chico).

Quiero vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora