11 - Rota

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El camino a casa resulta más corto de lo que esperaba. Ni tan siquiera he sacado el móvil, y podría haberlo hecho, para distraerme y no hacer más grande el vacío que siento en mi pecho. Podría haber llamado a papá para contarle todo, a Dalia para hablar sobre nuestra discusión, pero no hago ninguna de esas cosas... en realidad no tengo fuerzas ni para sujetar el teléfono siquiera.

Cuando vengo a darme cuenta me encuentro abriendo el portal de mi edificio. No recuerdo nada del trayecto, es como si mi mente se hubiese desconectado durante ese tiempo... pero yo sé que no. Sé que no he parado de pensar en lo ocurrido. Simplemente he caminado y ahora... ya estoy en casa. Es quizás lo único que me provoca algo de alivio.

El cuerpo me sigue palpitando en cada lugar que el profesor me ha tocado. Lo que más deseo en este momento es darme una ducha, quizás así esta horrible sensación (esta vergüenza dolorosa; este vacío)... quizás así desaparezca.

Escucho a mi madre y a mi hermana hablando dentro. Están en el salón, viendo la tele creo, pero si paso deprisa quizás no tengan tiempo para pararme. No quiero hablar con ninguna de las dos. Abro la puerta con mi llave, me descalzo muy despacio en cuanto entro y dejo la maleta a un lado del paragüero. Espero a que vuelvan a decir algo y aprovecho para cruzar por el salón como un fantasma. Mi madre me dice algo, o eso creo, no sé, no le presto atención ni me paro a mirarla. Seguro que simplemente me ha regañado por dejar la maleta en la entrada. Giro hacia el pasillo que da a las habitaciones, sin mirar a nadie ni a nada, y me cuelo en el baño.

Cierro la puerta a mi espalda y echo el pestillo. Me tomo unos segundos para recobrar el aliento. En realidad, no esperaba llegar hasta el baño sin que mamá me detuviese. Las manos me tiemblan, como cuando me... no, no y no ¡Tengo que dejar de pensar en lo que ha pasado! Voy a ducharme y ya está, así estaré como nueva.

Empiezo a desvestirme. Lo primero que me quito son las calcetas, porque me gusta sentir las baldosas del baño en las plantas de mis pies. Espero que eso me ayude a despejarme. Sigo con la camisa, pero cada botón que desabrocho se siente como si lo desabrochara él y paro de inmediato entre temblores. Solo logro quitarme dos. Creo que es suficiente porque mi cabeza cabe por el hueco. Cuando me la quito, me bajo la falda y me quedo mirando mis bragas... Aún puedo notar los dedos del profesor presionando a través de ellas, por debajo de donde alcanza mi vista.

Ese recuerdo hace que los temblores ya sean incontrolables. Me quito las bragas como si me quemasen y las lanzo al cubo de la basura sin pensármelo dos veces. Y lo mismo hago con el sujetador. Tan pronto como me lo arranco del cuerpo lo hago una pelota y lo tiro a la basura. Me gustaba ese conjunto, pero ya no quiero volver a ponérmelo. Me recordaría al profesor... y a lo que me ha hecho. Tiemblo de nuevo, pero ver ahí dentro de la basura mi ropa interior me hace sentir mejor, o eso creo.

Abro el grifo de la ducha y espero hasta que el agua se pone caliente para meterme dentro y empezar a lavarme. Mi mente se pierde de vez en cuando en lo ocurrido, así que cierro los ojos y me pongo a cantar la primera canción que se me viene a la cabeza. Cuanto esta acaba (o paro porque no recuerdo la letra), paso a otra y así hasta que termino de lavarme.

Al salir de la ducha evito mirar al espejo o a mi propio cuerpo y salgo del baño envuelta en una toalla. Mi hermana aparece por el final del pasillo, vestida con su bata rosa de ovejitas, pero yo doy un acelerón y me cuelo en mi habitación antes de que llegue a decirme nada. Al cerrar la puerta me apoyo contra ella y espero, porque ya estoy oyendo a Sara acercarse arrastrando sus zapatillas en mi dirección.

—¿Lena? —escucho tras la puerta. Es mi hermana, pero tiene la voz muy nasal. Sigue acatarrada—. ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —contesto sin muchas fuerzas.

Quiero vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora