10 - Aula 3F

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Soy la primera en llegar al aula 3F, o eso o ya se han ido todos... No lo creo. Doy una vuelta por la clase, preguntándome si debería sentarme o quedarme de pie. En realidad nunca me han castigado, así que no tengo ni idea de qué hacer. Al final me siento en uno de los primeros pupitres.

Dalia entra por la puerta poco después. Ni siquiera me mira cuando pasa por delante y toma asiento en la otra punta de la primera fila, lo más lejos posible de mí. Luego entran el resto: Juan, Álvaro y el niño con cara de delincuente. En realidad esperaba que este último no apareciese, no sé por qué.

Juan se sienta cerca de Dalia y Álvaro junto al niño. Estoy casi en el centro, con un asiento vacío por lo menos entre yo y los demás. Eso me da vértigo y me estiro en la silla para acomodarme.

Juan trata de charlar con Dalia durante el tiempo que estamos allí, pero ella no le responde o si lo hace es con algún insulto. Me da hasta lástima. El pobre acaba desistiendo, por supuesto. Por otro lado, Álvaro ha estado silbando y reclinándose peligrosamente en la silla desde que llegó. Me está poniendo nerviosa.

—Te vas a caer —le digo. Romper el silencio me da escalofríos. Y hablar con él me altera, no sé si más que verlo reclinarse.

—No sabía que eras adivina.

—No lo soy, pero no serías el primero que se da un tortazo por hacer el tonto con la silla.

—Por esa misma regla debería de evitar subirme a un coche, no vaya a ser que tenga un accidente de tráfico.

—No le hagas caso, Al —interviene Dalia desde la otra punta—. Lana tiene miedo a vivir.

Le lanzo una mirada fulminante, pero ella ni siquiera se da cuenta, porque no mira hacia mí.

La puerta se abre y al girarme veo que Álvaro da un bote en la silla reclinada. Yo diría que ha estado a punto de darse un tortazo. Me mira en cuanto se recoloca, y yo sólo puedo sonreírle. Me hubiese reído a carcajadas si no estuviese cagada de miedo.

Castillos entra en la clase cargando con su maletín y su abrigo. Sigue yendo remangado y puedo ver sus brazos peludos. Deja sus cosas sobre la mesa del profesor y se gira hacia nosotros. Como en el recreo, nos mira uno por uno, pero estoy segura de que yo soy la que está más acojonada cuando nuestros ojos se encuentran.

—Bien, veo que estáis todos —dice de pronto—. He avisado a vuestros padres de que llegaréis más tarde por una actividad extraescolar de última hora. De vuestra sinceridad depende que esta noticia no cambie.

Nos miramos entre nosotros. Incluso Dalia me mira.

Aún hay una oportunidad.

—Dalia trajo el tabaco al instituto —dice el niño con cara de delincuente.

—¿Es eso cierto? —No sé si el profe nos lo pregunta a todos o sólo a Dalia, porque a la primera a la que mira es a ella.

—No, lo traje yo —interviene Juan, levantando la mano, como si estuviésemos en una clase normal.

—¿Qué dices, imbécil? —suelta Álvaro—. La caja era mía.

Dalia mira a los chicos. Parece tan sorprendida como yo.

El profe da una tremenda torta a la mesa que tiene al lado. Menudo bote damos todos.

—¿Os creéis que esto es un puto juego? —suelta—. Puedo castigaros a todos o sólo a uno. De vosotros depende.

—Joder, que te digo que fue Dalia quien trajo el tabaco, profe —dice el niño con cara de delincuente.

—Tío, Morata, cállate la puta boca —interrumpe Álvaro.

Quiero vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora