—¿Me concederías el honor de casarte conmigo? —soltó sin titubear lo más mínimo Carlos. Raquel pestañeó un par de veces y de forma inconsciente, sus ojos buscaron a Susana, que la miraba estupefacta desde su cabina. Se quitó los cascos, de un manotazo y sin pensarlo un segundo salió a correr. Tan rápido como le daban las piernas.—No, no, no, no —gritó moviendo la cabeza hacia ambos lados.
No podía permitir que Raquel dijera que sí. No podía quedarse de brazos cruzados mientras veía como la mujer de su vida, se casaba con otra persona. Al menos sin saber todo lo que sentía por ella.
¿Qué seguía enamorada? Era una verdad como un templo, aunque intentara ignorarla todos los días. Y Raquel tenía que saberlo, antes de darle el sí quiero a Carlos.
No podía estar enamorada de Carlos. Se negaba a creer eso.Cruzó los pasillos del teatro, que se le hacían eternos, y justo antes de poder cruzar la puerta del backstage, escuchó a la gente romper en aplausos y gritos. Detuvo sus pasos de golpe, quedándose clavada en el suelo.
Eso solo podía significar una cosa. Le había dicho que sí. Raquel iba a casarse, y no era con ella...—Qué fuerte, esto no pasa todos los días —comentó uno de los bailarines cuando el movimiento comenzó a trasladarse fuera del escenario. Los artistas iban abandonándolo poco a poco y los técnicos comenzaban a poner orden. Sin embargo, Susana no fue capaz de moverse. Mota, seguramente, estaría preguntándose dónde andaba y por qué no recogía. Pero ella solo podía pensar en todo lo que acababa de perder. La oportunidad de su vida. El hable ahora o calle para siempre.
Se hizo a un lado, pegando la espalda contra la pared, cuando las puertas se abrieron y pasaban delante de ella las bailarinas y actores. Jorge la vio, claro que la vio y también reparó en su expresión. Pero no dijo nada, no fue capaz de acercarse.
Fue una risa que le hizo querer ponerse en movimiento, dando un par de pasos torpes hacia un lado. Raquel y Carlos caminaban de la mano, hacia los camerinos, como los demás. Ella sonreía y él más aún. Parecía feliz. Parecía estar bien.Sus miradas se cruzaron, la milésima de segundo que tardaron los ojos de Susana en encharcarse. Avergonzada y dolida, apartó la vista, agachando la barbilla y dándose media vuelta para irse por donde había venido.
—Susana —susurró Raquel, dando un paso hacia delante, sin pensarlo. Entonces fue Jorge el que salió al rescate.
—Raquel, trae que te voy a buscar una bolsa para las flores —le dedicó una sonrisa, poniéndose en su camino. Los ojos de la rubia se clavaron en él y asintió.
—Gracias, Jorge —le dijo a media voz—. Voy a cambiarme —giró la cabeza para mirar a Carlos por encima de su hombro.
—Sí, yo te espero fuera... Están tus padres y la niña. Hasta luego, Jorge —se despidió del muchacho con un movimiento de mano.
—Adiós, Carlos.
Aquella escena, el susurro de Raquel y el sabor amargo la acompañaban desde entonces. No había día que no recordara que se casaba, que la había perdido y que, además, había hecho el ridículo.
Verla en el trabajo, había pasado a ser un suplicio. Apenas era capaz de saludarla sin fijarse en el anillo de su dedo anular. Era como una soga.
Además, no podía hablarlo con nadie, porque eso no era más que culpa suya. Ella había decidido dejarla, ¿no? No podía culparla por rehacer su vida. De hecho, no lo hacía. Nunca lo haría. Solo quería lo mejor para ella, quería que fuera feliz y que tuviera una vida plena. Si su elección era Carlos, tenía que respetarla.
Pero le dolía ver lo mucho que había retrocedido la Raquel que ella se encontró después de cinco años. Había vuelto a casa, con todo lo que eso conllevaba. Marisa debía estar que no cabía en sí de gozo.
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Soltar(te)
RomanceESTA ES LA SEGUNDA PARTE DE UNA BILOGÍA. SI NO HAS LEÍDO SOLTAR(SE) TE RECOMIENDO QUE NO SIGAS LEYENDO 🛑 Algunas veces no es cuestión de querer mucho, sino querer bien. Y eso fue lo que aprendió Susana, cuando el destino puso en su camino, de nuevo...