06-. Nubes

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—¿Has podido ver los enlaces que te mandé? —preguntó Carlos, cuando Raquel se llevaba la taza de café a los labios. Esta frunció el ceño. Se le había olvidado por completo.

—No he parado en toda la mañana, a ver —estiró su brazo y cogió su teléfono para buscar la conversación con su prometido. Había tres enlaces de inmobiliarias. La expresión de Raquel se congeló y con los ojos ligeramente entrecerrados, lo miró—. ¿Qué es esto?

Carlos humedeció sus labios y se sentó más cerca de la mesa.

—Casas —respondió sin más. Pero al ver cómo ella no decía ni hacía nada, volvió a hablar—. Son casas, cariño. Son muy buenas opciones.

Raquel siguió mirándolo sin pestañear apenas y con el ceño fruncido. No terminaba de comprender del todo. ¿Desde cuándo estaban buscando opciones? ¿Desde cuándo estaban buscando?
Habían hablado de la posibilidad de mudarse antes de la boda, contemplando si era factible o no. Pero en ningún momento habían llegado a más. Ni siquiera habían tratado el tema de la zona por dónde podrían establecerse, qué tipo de vivienda, qué estilo de vida querían para el futuro.
Sin embargo, no eran nada más que una vaga posibilidad. No quería cargar a sus espaldas con dos mudanzas en menos de seis meses. La vida iba demasiado rápido, muy de repente. Y no quería hacer pasar a Susanita por otro cambio, en tan poco tiempo.

—Carlos —tragó saliva y apretó la mandíbula. Inspiró buscando las palabras correctas—. Ya te dije que no estaba segura de que sea lo mejor, ahora mismo. No puedo volver a mudarme. La niña habrá cambiado de casa, dos veces, y de colegio en cuestión de un par de meses.

Carlos resopló y asintió.

—¿Y qué hacemos, Raquel? —susurró encogiéndose de hombros, era cierto que su tono nunca era reproche, sino mas bien, derrotista. Resignado—. A mí no me sirve verte un rato para comer y una que otra noche suelta. Quiero que vivamos juntos, que tengamos una rutina... No sé, quiero levantarme contigo todos los días. 

—Lo sé —admitió con pesar la rubia, chasqueó la lengua y bloqueó el teléfono para dejarlo de nuevo encima de la mesa. Lo entendía, claro que lo entendía. Pero su hija siempre iba a estar primero—. Tenemos que buscar otra manera, ya te he dicho que puedes mudarte con nosotras. Es lo único que se me ocurre, Carlos.

—Ya... Pero eso supondría cruzar media ciudad para venir a trabajar todos los días y lo mismo a la vuelta. Y ni hablar del aparcamiento por la zona, es un infierno, tampoco el espacio, se nos quedaría pequeño —le dio un sorbo a su café, mientras Raquel lo observaba atónita. Aparcamiento, desplazamiento y espacio eran las razones de Carlos. La estabilidad de su hija eran las suyas. Seguían pesando más.

—Me parece increíble que esas sean tus razones para negarte...

—Yo no me he negado, solo estoy considerando todos los contras —la interrumpió Carlos. Raquel alzó las cejas y bufó.

—¿Y le ves algún pro o cómo? —inquirió sin medir su tono. No podía creer lo que estaba escuchando.

—Raquel, no saques las cosas de contexto. Si echaras un vistazo a lo que te he mandado... Tiene un gran jardín, garaje, y una tiene piscina, a la última le podemos hacer una reforma. Estoy seguro que a Susanita le encantaría la piscina.

—Mira —echó un vistazo a su teléfono—, se me hace tarde para recoger a la niña. Lo dejamos para otro momento, mejor —se levantó, de un empujón con sus piernas a la silla y observó a Carlos. Llenó sus pulmones de aire y rodeó la mesa para agacharse y dejarle un beso en los labios—. Después te llamo.

Carlos simplemente asintió, mientras la veía marcharse. Salió del restaurante en busca de su coche y justo cuando ponía el motor en marcha, su móvil le avisó que tenía una llamada.

—Dime, mamá... —se abrochó el cinturón—. No, hoy no trabajo, recojo yo a la niña —los ojos de Raquel se clavaron en el espejo retrovisor antes de pisar el acelerador e incorporarse a la carretera. Sujetó el volante con las dos manos y se acomodó mejor en el asiento.

—¿Segura? —inquirió la voz al otro lado de la línea.

—Sí, tengo que ir a comprar un par de cosas y voy directa a casa —inspiró llenando el pecho de aire, buscando paciencia. Ahora también tenía que darle explicaciones de lo que hacía cada media hora—. Te dejo que voy en carretera, adiós, mamá —pulsó el botón rojo de la pantalla del coche para colgar y resopló. Se removió el pelo con su mano derecha y la dejó caer sobre su regazo.

Lo intentaba, por todos los medios y con todas sus ganas, lo intentaba. Pero había veces, que le costaba muchísimo lidiar con su madre. Aunque meses atrás había creído que podría hacerlo, porque pensaba que sería una buena abuela, había llegado a un punto en el que no lo soportaba. Cada mínima decisión que Raquel tomaba, ella la cuestionaba. Ya fuera lo que cenaban ese día, el color del bolso que llevaba e incluso lo que hacía las tardes que tenía libres. Como si necesitara una niñera, como si ella no fuera responsable de su vida y la de su hija.
Por eso, los días que no trabajaba, procuraba pasar todo el tiempo posible con Susana. La recogía del colegio y no hacía nada que no la involucrara. Ya fuera la compra, poner lavadoras o pasarse la tarde viendo la tele. Los lunes y martes eran sin duda sus días favoritos. El resto trabajaba hasta pasada la hora de la cena y era su madre la que se encargaba de la niña.
Por esa misma razón se sentía culpable de tener ese sentimiento de rechazo en su contra. La estaba ayudando mucho y Susanita se lo pasaba en grande con su abuela.

El tono de aviso de su teléfono captó su atención, y vio como el nombre de Susana iluminaba la pantalla. Apretó los dedos en torno al volante y suspiró. De repente todas las nubes que había tenido en su cabeza después de la conversación con Carlos, se disiparon de un plumazo. Salía el sol.
Se aguantó las ganas de leer aquel mensaje, hasta que aparcó en la larga recta que llevaba al colegio. Cogió su teléfono y abrió Whatsapp. Susana le enviaba una foto de su nuevo gato, lo que la hizo sonreír. Susanita se iba a poner muy contenta de poder verlo.


Se bajó del coche, lo cerró y se guardó las llaves en el bolsillo del pantalón mientras caminaba hacia la puerta

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Se bajó del coche, lo cerró y se guardó las llaves en el bolsillo del pantalón mientras caminaba hacia la puerta. Siempre prefería aparcar algo más lejos y dar un corto paseo a meterse en el laberinto que era el acceso al colegio a esa hora.

 Siempre prefería aparcar algo más lejos y dar un corto paseo a meterse en el laberinto que era el acceso al colegio a esa hora

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"¿Qué estás haciendo? ¿Qué diablos estás haciendo?"
Gritó su subconsciente. Pero, estaba demasiado ocupada controlando la sonrisa como para contestarle. Susana le respondía diciéndole que iba a preparar café. Y así, de golpe y plumazo iba a casa de Susana, con la niña a conocer a su nuevo gato. 


Continuará...

Soltar(te)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora