05-. Churros

82 10 7
                                    







—¿Segura que no quieres ir a otro sitio? Podemos ir al retiro a por un helado, Susana —sugirió Raquel, intentando cambiar los planes. Principios de octubre y todavía hacía calor. Un calor inusual, pero parecía que el verano se negaba a irse. Sin embargo, su hija no rechazaba la idea de merendar churros esa tarde de sábado.

—Pero, me lo prometiste, mamá... —levantó la mirada del dibujo que la había mantenido ocupada desde el almuerzo. La rubia chasqueó la lengua y suspiró. Ahí tenía razón. Pensó que podía disuadirla, o al menos ir a otro sitio—. Además, me gusta esa cafetería porque son los mejores churros de todo Madrid —refutó muy seria y convencida en lo que decía.
Esa había sido siempre su elección desde que comenzó a ser más consciente de ciertas cosas. Y era una niña de ideas claras y fijas.

—Tienes razón —terminó por admitir Raquel—. Una promesa, es una promesa —se encogió de hombros, cuando alzó la mirada de su dibujo para mirarla. Susanita sonreía de forma triunfante.

—Genial —susurró asintiendo al volver a centrarse en seguir coloreando—. ¿Viene Carlos? —preguntó curiosa, aunque sin mirar a su madre esta vez.

—No, solo nosotras —la pequeña, entonces solo asintió, con la mirada fija en su dibujo.

—Vale.

Tener que cruzar media ciudad para acabar en Malasaña, donde estaba la cafetería favorita de Susana, un sábado por la tarde, desde luego que no era su plan favorito. Pero se armó de paciencia al volante, mientras escuchaban música y charlaban de cualquier cosa.
Tuvo que meter el coche en un parking, porque dar vueltas por aquellas calles estrechas, un día como ese, era una pérdida de tiempo. La niña se bajó del coche y le ofreció la mano a su madre, que sonriendo la agarró con fuerza.

—¿Tú vas a querer churros? —preguntó al levantar la barbilla hacia un lado para poder mirarla. Raquel se tomó unos segundos para considerar la oferta.

—Hombre... Si me has hecho venir hasta aquí, digo yo que alguno me comeré, ¿no? ¿Es que los quieres todos para ti? —la miró con una ceja alzada, a lo que la niña respondió riéndose.

—Que no, mamá, que hay para las dos. Pedimos más y ya está —se encogió de hombros—. Podemos pedir más, ¿no? —frunció el ceño.

—Claro que podemos —asintió Raquel.

—Vale, pues pedimos más. Y te dejo mojar en mi chocolate, si quieres —le dedicó una sonrisa de oreja a oreja. Ella sabía que su madre no era muy fan del chocolate caliente, pero sí que le gustaba con los churros.

—Oh, vaya. Ohhhhh, vaya —exclamó con exageración Raquel—. Qué generoso por tu parte —la pequeña volvió a reír ante el teatro de su madre, mientras andaba con energía. Estaba contenta de pasar tiempo las dos solas pero, sobre todo, de que por fin después de la mudanza, iba a comer churros con chocolate en su sitio favorito.

Doblaron la esquina que daba a una pequeña plaza, donde se encontraba aquella cafetería. Estaba bastante concurrida, todos parecían querer disfrutar del sol de media tarde, pero dentro, la misma mesa de siempre, estaba libre.

—¡Nuestra mesa! —gritó Susanita al ver que no estaba ocupada. Se soltó de la mano de su madre y cruzó la puerta como un rayo, para sentarse en una de las sillas. Se giró para poder mirar hacia la entrada de la cafetería y mover la mano en el aire para que Raquel la viera. Como si eso costara mucho. Ella, riéndose, entró, saludando a uno de los camareros y fue a sentarse frente a Susanita—. Qué suerte hemos tenido, eh —sonrió la niña, cuando se sentó mejor para poder ver a su madre.
Sus ojos vagaron por toda la estancia, y reparó en alguien que estaba sentada en la barra.

Soltar(te)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora