04-. Muro

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—¿Estás nerviosa? —preguntó Raquel, cuando le abrochaba el último botón del polo. Susana la miró, tomó aire y negó—. No pasa nada por estar nerviosa, yo estoy nerviosa —le dedicó una sonrisa, para intentar animarla.

El talante que había mantenido Susana en torno a todos los cambios, había sido admirable. Y poco propio de una niña de su edad. Raquel había intentado que se expresara libremente, y también le había explicado, hasta la saciedad, las razones para cambiarla de colegio. Pero, seguía diciendo que estaba bien. Estaba emocionada por conocer a sus nuevas compañeras y compañeros, profesores y quería saber cómo era el colegio. Y lo que más ilusión le hacía, contra todo pronóstico, el comedor.

—¿Hoy qué hay de comer? —inquirió de repente, al fruncir el ceño. Raquel la miró conteniendo una sonrisa.

—No lo sé —se levantó y caminó hacia la mesa del salón, donde estaban todos los papeles que habían recibido del colegio—. A ver... —tendió la hoja con el menú hacia Susana. Ella buscó el día de la semana.

—Espinacas y pescado. De postre hay fruta —se tomó algunos segundos para pensar—. ¿A mí me gustan las espinacas?

Raquel se echó a reír asintiendo.

—Sí, te gustan. Es lo que hago yo con garbanzos.

—Ah, vale, entonces sí me gustan. No está mal —comentó al volver a dejar la hoja sobre la mesa y asentir. Se colocó la falda, antes de ser ella misma la que se pusiera el jersey de punto.
Su madre no podía dejar de mirarla, entre nostálgica y maravillada. Ella misma había vestido ese uniforme, con la edad de Susana. Pero, sin embargo, su hija parecía tener el doble de años que ella.
Le parecía increíble el hecho de que fuera a empezar primaria, pero más aún que fuera en el colegio que la había visto crecer.

—Voy a lavarme los dientes. Echa un vistazo a ver si lo llevas todo —señaló a la mochila que había sobre el sofá. Se dio media vuelta y sorteando un par de cajas, fue directa hacia el baño.
Y la pequeña se aseguró que en su mochila estaba todo. Los cuadernos, su estuche, su botella de agua.

—¡Mamá! —gritó a pleno pulmón. Raquel no contestó, porque tenía el cepillo de dientes en la boca, pero asomó la cabeza por la puerta abierta del baño—. Mi desayuno —frunció el ceño, levantando una mano en el aire, como si no fuera obvio que se les había olvidado.
Raquel señaló hacia la cocina antes de escupir la pasta de dientes.

—En la cocina está todo en una bolsa —y antes que terminara la frase, la niña ya caminaba hacia allí. En una bolsa de tela con su nombre, encontró su desayuno. Un sandwich, un plátano y un quesito. Sonriendo, emocionada porque llegara el recreo, volvió al salón para meterlo en su mochila—. ¿Lista? —inquirió mientras volvía a reunirse con ella. Pasó los dedos por su pelo, haciéndose una trenza, igual que su hija.

—Sep —asintió convencida la pequeña. La que no estaba preparada era ella misma. Nada preparada. Después de todo un verano juntas, de todo lo que habían vivido nuevo, en tan poco tiempo, estar separada de ella durante tantas horas al día, le iba a costar.

Susana se echó la mochila a los hombros y a Raquel le dio un pellizco el corazón.

—¿Me dejas que te haga una foto? —preguntó cuando cogía su teléfono—. Se la podemos mandar a la abuela.

—¿Y a Susanita? Que la trenza ha quedado muy bonita —se tocó la trenza con las manos mientras sonreía. Raquel simplemente asintió, se agachó y le sacó unas cuantas fotos.

De ese día, donde las dos salían por primera vez juntas, para el nuevo colegio, había pasado casi un mes. Raquel le había tenido más miedo a los cambios, que la niña. Porque le demostró que era poco menos que un camaleón. Se había adaptado muy rápido y muy bien a su nuevo entorno. Contaba historias de sus nuevas amigas y amigos, todos los días. De las cosas que hacían, de lo que había aprendido. Una de sus cosas favorita era natación.

Soltar(te)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora