Contrarreloj, pero de vida o muerte

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Una vez dentro de las aulas, tomé el asiento situado atrás y en medio del salón, como tengo un muy buen oído, no me perjudicaba estar casi al fondo. Las sillas color caliza que me recordaban al color de las paredes de la biblioteca de casa. Saqué mi cuaderno de 200 hojas tapa dura y bajé mi mochila color óxido ferroso al suelo. El óxido ferroso no describía solo el color de mi mochila, sino que también el estado de la misma, ya que la fórmula química del óxido ferroso es "FeO", y le va bien por lo desgastado y viejo cuero del que está hecho, aun así, insistí en conservarlo, es una maleta que mi abuelo trajo consigo desde Alemania.

Entró el profesor, el doctor Valdez. Era profesor de química desde hace siglos, a pesar de que no tenía la apariencia de varios años encima. Pálido y alto, si se paraba de puntitas tal vez alcanzaría el ventilador con su cabello rojo hematita. Los lentes rectangulares de marco metalizado completaban la apariencia de profesor. El doctor Valdez, quizá sea la única cosa de la química que no me guste, sabía mucho, pero, pareciera tener la misma actitud presumida y odiosa de los adultos frustrados que se creían mejores solo por el hecho de ser adultos. Tenía una manera elegante y peculiar de decirte lo inútil y burro que eres sin usar esas palabras. Pero, como todo amante de la ciencia, si emprendías una charla con él sobre los reactivos y soluciones, parecía que otra persona lo poseía y se transformara en el más agradable ser, hablando sobre los múltiples usos de la química en todos los campos de la ciencia.

— ¡Sacos hormonales! ¡Tomen asiento y presten atención! – apoyándose por su escritorio – Este es el último año que tienen de descanso. Después se viene la universidad y van a ser esclavos de los estudios. Y después de eso prepárense para ser esclavos de una sociedad injusta y clasista que no invierte en docencia ni ciencia.

— Siempre positivo el profe – susurró Carmen a mi lado, reí discretamente, no es un profe que deje pasar las burlas y lo que menos quiero es ganarme un castigo el primer día.

— ­­Por favor, traten de ponerse al día, no podemos adaptarnos al ritmo de cada uno y no tengo dos doctorados para ser maestro parvulario– Continuó el profesor, levantando su cuerpo del escritorio y dirigiéndose hacia la pizarra para dar la clase.

Tomar notas en esta clase era un desafío. Debías anotar cada palabra, pues el profesor quitaba de lo que dice para el examen, y debías hacerlo rápido, porque de no ser profesor de química, podría fácilmente ser el "Eminem paraguayo". Las palabras aparecían de mi bolígrafo automáticamente a medida que el profesor dictaba la lección y trataba de no reírme al imaginarme a mi profesor de química vestido como Eminem, cuando la ventana me deslumbró ¿Podría ser que...? No, a cualquiera le puede pasar, luego de mirarla unos cuantos segundos, volví a la realidad y me concentré en la hoja. Anoté unas palabras más, hasta que me concentré en el papel blanco calcio con las finas líneas azules que poseía. Observé detenidamente las líneas y éstas empezaron a moverse, formar líneas descontinuadas y con ondulaciones. Sentí algo raro, un hormigueo por todo el cuerpo, conocía esa sensación, empecé a ver borroso y sudar frío.

— Profesor, necesito permiso para ir al baño. – dije levantándome del asiento y sosteniéndome de la mesa.

— Lo siento señor González, hace apenas treinta minutos comenzamos la clase.

— Es... es muy importante, Profesor. – poniéndome nervioso y sin poder fijar la vista al profesor, percibía como todos me observaban.

— Los esfínteres están bajo el control voluntario, señor Wall. Puede aguantar un momento más hasta el cambio de turno, tome asiento – dijo con su odiosa actitud característica.

Tomé asiento, sabía que no podía esperar un segundo más, así que el sentarme fue solo para tomar mi mochila y mientras el profesor volteó para escribir algo en la pizarra, aproveché para salir corriendo de la clase. No tuvo más tiempo de detenerme, pero, escuché a través de la puerta – ¡Usted está castigado, señor González!

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