El día siguiente, me levanté de la cama con un dolor de cabeza como si estuviera pasando una buena resaca. Seguramente, por todos los químicos que me dio papá para revertir el ataque y la falta de oxígeno al cerebro y a los músculos por tanto tiempo. Al salir de la cama, fui al baño y en el espejo se reflejaban unas ojeras gigantes como lo de los zombis en el videoclip de Michael Jackson. Al menos, mis ojos estaban celestes y no son grises, significaba que el ataque terminó completamente, aunque para ser sinceros, los ojos grises completarían el look de zombi.Me lavé la cara para y fui corriendo a la cocina para prepararme el desayuno. Tenía muchísima hambre, suele pasar todo el tiempo, pero más aún después de un ataque, se consume mucha energía en el proceso. Abrí la heladera gris mercurio y saqué el cartón de jugo de naranja, estaba vacío. Busqué en el mueble que ayer me indicó mi padre y tampoco había nada, apenas se asomaba el sol y el día ya iba pintando muy mal, tomé el cartón de jugo de manzana.
– ¡Roy! – Gritó mi padre del otro lado de la habitación, y escuché sus pasos aproximándose, hasta que llegó a la puerta de la cocina. – ¿Qué tal amaneciste hijo?
– Bien pa, un poco de dolor de cabeza, pero bien.
– ¿Podés acompañarme un momento, hijo? quiero mostrarte algo.
– Seguro – Respondí con un tono de resignación y calculando en mi mente el tiempo que tengo para prepararme un sándwich del tamaño de un balón de futbol e ir al colegio.
Cruzamos la sala y llegamos a la puerta del laboratorio que ya estaba abierta. Bajamos por las escaleras, ingresamos al gran y amplio laboratorio subterráneo, de baldosas de porcelanato gris brillante y mesas de acero inoxidable. Grandes maquinarias de muchos botones y pantallas de los cuales de sólo algunos sabía su función. A diferencia del resto de la casa, es el único lugar impecablemente limpio y ordenado, papá es otra persona cuando se refiere a sus trabajos, es el más cuidadoso en cuanto al orden se refiere, cualidad indispensable para trabajar en un laboratorio. Caminamos hasta donde está la tina, en la mesa de a lado hay un microscopio, tubos de ensayo con sangre y un monitor de computadora.
– ¿Descubriste que el jugo de naranja es cancerígeno? – Digo como haciendo un chiste, para hacer amena la charla.
– No, no... pero algunos conservantes si lo son. – dando una sonrisa por evadir mi chiste. – Hijo, sé que tienes que dar clase, pero me pareció importante esto.
– ¿Sí? a ver, que es... - me acerco a la mesa, me intriga su misterio.
– Bueno, hay una noticia buena y otra que no es mala, pero no te va a gustar.
– ¿Sobre qué? – Aun más misterio.
– Es acerca de los efectos secundarios
– Oh... – no lo esperaba, papá nunca menciona los efectos secundarios, sabe que prefiero ignorar completamente su existencia.
– Si, sobre tus ataques específicamente, existe la manera de que no los tengas. – Se nota como papá lo dice todo cautelosamente, como mirando mi reacción, sabe que es un tema sensible que no me gusta tocar.
– Suena interesante. – Digo tomando el jugo de manzana y tratando de suavizar el ambiente – ¿Cómo?
– Bueno, allí está la parte que no te va a gustar – dice girando hacia el monitor – tienes mucha energía térmica acumulada en tu cuerpo, recuerda que lo había diseñado para soldados que gastan mucha energía, y recuerda que la energía...
– No se crea ni se destruye, sólo se transforma. – lo decimos los dos al mismo tiempo
– Así mismo -dice presionando el borde de la mesa de acero inoxidable con la palma de su mano- Deberías usar tus poderes
– Sabemos que esa no es una opción.
– Bueno... - hace unos clics en la computadora y me muestra dos imágenes, señala la primera– estos son-
– Glóbulos rojos – respondo al ver la imagen, la otra imagen no tengo idea de que es, parecen piedras de rubí – ¿y las otras imágenes que son?
– Esos son tus glóbulos rojos, durante tus ataques. – con una cara de preocupación
– Ou... no parecen glóbulos rojos.
– No, y no cumplen su misma función. No captan el oxígeno ni el dióxido de carbono como deben, por lo que tienes hipoxia en ese momento, y si se agrupan en gran cantidad pueden formar trombos, si llegan a los vasos de la cabeza...
– Me podrían matar – dije, pensando en voz alta.
– Efectivamente – susurra papá, sin apartar los ojos de la pantalla, con evidente preocupación.
– Con el antídoto me manejo bien papá, no te preocupes – trato de parecer lo más seguro posible – lo de ayer fue muy de improvisto, no volverá a ocurrir.
– Hijo – agachó la cabeza, como prediciendo la tormenta que sabía que iba a venir – tus ataques son cada vez más frecuentes.
– No importa, papá, no es necesario usar los efectos secundarios, verás cómo seré cuidadoso y puedo llevar más sueros y...
– Todavía no te conté todo – continúa – la cristalización de los glóbulos rojos no solo produce esas consecuencias. También hemólisis, los glóbulos rojos se rompen y te deja anémico, la médula ósea se cristaliza y no puede reemplazar los glóbulos rojos perdidos, entre otras cosas que ya sabíamos. Pero, con este nuevo descubrimiento hijo, es mucho más peligroso, cualquiera de tus próximos ataques, puede ser el último. Se puede evitar todo eso y podés tener una vida normal, la que siempre quisiste, la que siempre quise para ti.
Me sorprendió de sobremanera sus palabras "cosas que ya sabíamos".
– ¿Ya sabíamos? papá, ¿desde hace cuánto que investigas sobre mí? – se dio cuenta de su error al mencionarme que ya sabía eso, cambia de postura y de tono.
– Solo quiero que tengas una vida normal, hijo. Si no te molestara, te pondría al tanto siempre, pero...
– Si, y agradezco estar vivo, pero no me pidas usar mis efectos secundarios.
– Tampoco me gusta la idea, pero es la mejor opción para mantenerte sano y...
– Además, ¿cuánto tiempo inviertes en esto? ¿Es por eso que no dormís, ni te alimentas? ¿es esto lo que haces todo el día? Estabas acá ayer cuando sufrí mi ataque. ¿A qué hora vas a enseñar? Antes casi no estabas en casa y...
– Dejé algunas cátedras de lado.
– ¿Te despidieron? – el no dejaría ninguna cátedra de lado - ¿hace cuánto?
– Unos tres meses – respondió suspirando- pero se podría decir que fue un mutuo acuerdo.
– Sabes, papá, a veces me siento un extraño en nuestra propia casa.
Se me ocurrieron muchas cosas que podría decir, pero tan solo lo miré decepcionado, llegaría tarde al colegio y es una batalla que no quiero dar, odio discutir con él, tomé una cajita conteniendo las jeringas para reemplazar las que ayer usé y salí enojado del laboratorio, con mi mochila en la espalda y un hambre quemando el estómago, fui al colegio.
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Roy
Science FictionUn joven, descendiente de un científico alemán que vino al Paraguay para huir de lo debastador de la segunda guerra mundial, obtuvo poderes de hielo como efecto secundario después de ser salvado de una trajedia que tomó la vida de su madre. Trata de...