El disparo sonó como a dos cuadras de donde estaba parado. Me cubrí la cabeza por instinto, pero después de sentir que no había nada malo conmigo, el disparo no iba dirigido a mí, la curiosidad me ganó. Retrocedí una cuadra y media y me acerqué donde se escuchaba ruidos de dos personas discutiendo. Un hombre, sucio, vestido de camisa de futbol vieja, shorts y zapatillas, no logré ver su rostro pues estaba a espaldas. Frente a él, un anciano de estatura mediana, vestido con una camisa raída marrón arena, lentes como de los años 80 y detrás de ellos, los ojos llenos de terror.– Ya te di la bolsa, es todo lo que traigo. ¡No tengo más! – Exclama el anciano.
– ¡Acá no hay dinero! Eme'ë pues cheve la pira pire nde mba'e tuya! (¡Dame el dinero ya! ¡viejo!)
El delincuente agitó las manos y la luz del alumbrado público brilló sobre el arma en su mano derecha. Odio las armas de fuego, las odio con todo mi ser. Una de ellas arrebató a mi madre frente a mis ojos, otra casi me mata ¿Qué hago? Puedo llamar a la policía, pero es probable que sea muy tarde para cuando lleguen, podría tratar de detenerlo, pero solo yo sería inútil, necesitaría mis efectos secundarios, los cuales no servirían para nada si decide apretar el gatillo. No me haré del héroe, estoy asustado y no me avergüenza admitirlo, seguía pensando en que puedo hacer cuando escucho un golpe y un grito de dolor. El hombre está golpeando a puño cerrado al anciano. ¡Lo va a matar! Ese nivel de cobardía no lo puedo aceptar. Ya no hay tiempo de pensar y no me perdonaría si no hago nada al respecto, bajo mi mochila al suelo, quito la bata de laboratorio y me cubro la cara con ella, solo dejando al descubierto mis ojos. Sin pensar mucho más, me dirijo hacia el asaltante.
- ¡Hey! – Digo con la voz más grave que me podría llegar a salir.
– Maa pio ndé! Koa ndaha'ei nde asunto, Ekañy! (¿Quien sos vos? Este no es tu problema, Perdete). – Exclama el ladrón, voltea hacia mí, revela su nariz grande y elevada en la parte superior, con pequeñas cicatrices de cortes, se lo ve más corpulento que de espaldas. Quedé paralizado un momento, así que agregó – Añete ha'e ndeve, ekañy yrö rojukata ndeve avei (De verdad te digo, o sino te voy a matar a vos también).
Me apuntó con el arma, me vino a la mente mi madre, pero intenté concentrarme en el momento, levanté las manos y retrocedí lentamente. El hombre convencido que se deshizo de mí, volteó hacia su víctima y aproveché para correr hacia él. Lo tomé por sorpresa, me apuntó con el arma de vuelta, pero esta vez, congelé la pistola, espero que sea suficiente para que deje de funcionar pero no podía estar seguro. Intenté golpearlo, no lo conseguí, intenta disparar, pero no lo consigue tampoco, arroja el arma y cerró el puño. Preparo también el mío, mientras pienso en como esquivar su golpe ya es tarde, me prende un puñetazo en el rostro, casi pierdo el equilibrio y doy también un puñetazo pero con lo grande y corpulento que es, casi no lo siente. Da una sonrisa burlona, y vuele a golpearme, esta vez en el estómago, golpeó tan fuerte que me deja sin aire y me pliega en dos, fue completamente inesperado, el me rodea como un depredador a su presa. Trato de calmarme y con mis brazos aún sobre el estómago, cerré mi puño y preparé una gruesa capa de hielo, tomo fuerzas y en su distracción, le doy un puñetazo en el rostro, esta vez sí siente el golpe y sorprendido y furioso se incorpora nuevamente, a lo que respondo inmediatamente con otro golpe, esta vez del otro lado del rostro. Toca su rostro extrañado, probablemente por lo frío y duro del golpe, doy un golpe más y pierde el equilibrio, ya en el suelo, lo levanto de la camiseta y elevo su rostro a la altura del mío, un fino hilo de sangre se desprende de la fosa nasal derecha y la expresión de su rostro es completamente distinta a la que hace tan solo unos segundos resplandeciera de victoria y orgullo, me aseguro que la capucha de mi campera cubra mi rostro, o al menos mis ojos para evitar que me identifique si llegamos a cruzar de nuevo caminos. Le doy un golpe más y cae al suelo.
– La policía está en camino – Cosa que no es cierto, no lo haría para no exponerme.
Con mirada de odio, incredulidad y tratando de disimular el dolor pero visiblemente herido, se levanta completamente, seca con su mano la fina línea de sangre, se pone de pie y sin mediar palabra se aleja a pasos acelerados. Apresuradamente me dirijo al anciano, lo ayudo a levantarse.
– ¿Está bien señor? – Lo sostengo del brazo.
– Solamente gracias a vos. – Responde.
Me abate ver la inflamación de su rostro, y el apoyar de su mano por su ojo izquierdo, probablemente le duela mucho, todo por culpa de ese idiota. Levanto sus lentes de vidrios gruesos partidos por la mitad, dispuestos en el suelo. El abre sus manos y los recibe con delicadeza.
– Lamento lo de sus lentes señor, y todo lo que tuvo que pasar.
Apenas terminé la oración y siento que alguien me toma de la pierna. Por supuesto que me asusta, giro rápido y es una pequeña niña, de como 6 años, de piel blanca leche y ojos grandes y oscuros, del mismo color de su pelo, rizado y suelto.
– Joven, quiero que sepa que no solo me salvó sino que también a mi nietita, la escondí entre las bolsas de basura cuando noté que me seguían. No creo que hubiera soportado ver la pérdida de su abuelo, solo me tiene a mí, pues sus padres, ya no están con nosotros, ellos también, bueno, esa historia triste no vale la pena vivirla.
Su voz y expresiones de extrema educación me conmueven y los ojos de la pequeña niña que me miran como si pudiera ver a través de la bata.
– Lo lamento mucho señor, que haya tenido que pasar por todo esto.
– Cosas que pasan en la vida joven, pero mientras haya personas como tú, hay esperanzas en este mundo. Lamento lo de los lentes pues me hubiera gustado ver con claridad tu rostro. Si tuviera un poco de dinero te lo daría como agradecimiento.
– No señor, no se preocupe, me alegra que estén bien.
La pequeña hace un movimiento raro sobre su cuello, luego siento que me estira de la camisa, volteo hacia ella y tiene extendido una cadena de plata con una piedra negra y al borde inferior derecho una pequeña luna, como formando un eclipse. Me pongo en cuclillas hacia ella y tomo la cadena observándola detalladamente.
– Oh! Muy buena idea Jorgi, ¡Esa es mi nieta! Esa es una cadena con la piedra...
– Onix – Respondo.
– Así mismo, que bueno que la conoces, entonces sabrás que es la piedra protectora, la madre de Jorgi se lo obsequió. Es muy noble de su parte que te la quiera dar.
– Oh no, significa mucho para ella, no lo puedo aceptar, además no es nece...
– Oh por favor – me interrumpe – no puedes rechazar el regalo de una pequeña de 6 años ¿no? yo no le dije que lo hiciera, ella misma te lo ofreció. Además, me parece muy oportuna porque me protegiste del mal, consérvala para que te proteja a ti también.
Me quedo sin palabras, estoy sosteniendo la cadena intentando descifrar que decir y la niña se adelanta y me da un abrazo, lo que me da a entender, no son palabras las que necesito, y abrazo también a la niña. Me levanto y estrecho la mano al señor, me olvido completamente de que suelo evitarlo, para que no les resulte extraño la temperatura de mi cuerpo, más aún que recién forme la capa de hielo sobre los nudillos y cuando lo recuerdo ya es muy tarde pues el señor ya las estrecha y me sorprende de vuelta con sus palabras.
– Tienes manos muy frías, índica que tienes un corazón cálido. Gracias de vuelta joven, que tengas una buena vida.
Alza a la pequeña en sus brazos y emprenden su camino.
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Roy
Science FictionUn joven, descendiente de un científico alemán que vino al Paraguay para huir de lo debastador de la segunda guerra mundial, obtuvo poderes de hielo como efecto secundario después de ser salvado de una trajedia que tomó la vida de su madre. Trata de...