Orígenes

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Desperté en el cubículo de vidrio lleno de agua y con un tubo respirador en la garganta. Al cubículo de hielo lo llamábamos "tina" porque, anteriormente, en los inicios de estos ataques, papá utilizaba una tina de baño para regular mi temperatura corporal. Luego, construyó esta especie de mesa-pecera con un material transparente antibalas para que no filtrara ni sea fácil de romper. El agua permitía disipar la temperatura corporal al ambiente. En el borde posee una luz que según la temperatura cambiaba de color: el color blanco significaba homeostático, es decir, el normal de mi temperatura corporal y el celeste muy brillante significaba que estaba bajo uno de mis ataques y azul si mi temperatura bajó, por menos de los ceros grados Celsius, es decir, un nivel extremadamente frío, capaz de cristalizar mis propias células, o sea, convertirme en un cubito de hielo y matarme.

No sabía cuánto tiempo pasó, cuanto tiempo estuve dormido, pero ya no sentía dificultades al respirar ni otro malestar además de un profundo cansancio. Papá, estaba sentado en el sofá a lado de mí. El pobre tuvo que cargarme desde la sala hasta aquí, el laboratorio oculto detrás de la pared de la salita de estudio. Con sus años y mi peso muerto a cuestas, tuvo que bajar por toda la escalera. No lo podía ver porque no podía girar la cabeza por el tubo de la garganta, sin embargo, sentía su mano sosteniendo la mía. Miré el techo, pues era lo único que lograba mirar. Al estar allí, siempre recordaba lo mismo, como llegué a este punto.

Era muy niño, tan sólo tenía 5 años. Íbamos a un baile de la escuela en la ciudad de Pedro Juan Caballero, una ciudad fronteriza con Brasil que empezaba a ser muy peligrosa por las bandas criminales que acechaban por allí. Yo iba a bailar con los otros niños de mi edad, para el festival por el día de la madre. Debíamos vestir camisa blanca, sombrero pirí y tener pintados bigotes. Mi mamá, una hermosa mujer, de pelo castaño y ojos negros como la noche, se sentó conmigo en el asiento trasero de la camioneta (que cuando eso era nueva) para afinar los últimos ajustes a mi vestuario. Ya tenía puesta la faja de baile puesta y me estaba a punto de pintar los bigotes, cuando se rompió la ventana. Se escuchó un fuerte sonido que hasta hoy retumba en mi cabeza. Del susto, miré a mamá esperando una explicación, pero sus ojos estaban fijos en la nada y vi caer sangre sobre su blusa azul. Le dispararon en la cabeza en frente a mis ojos. Papá gritó: - ¡Josefina! – y trató de agarrarme, pero no lo logró. Los hombres armados le apuntaron con el arma y abrieron la puerta de mi lugar, yo estaba llorando con mi madre desangrándose en mis brazos y de allí me tomaron.

No recuerdo mucho después de eso, solo la habitación donde me encerraron, un departamento de paredes blancas, donde al apoyarme dejé la huella de mi mano con la sangre de mi madre, lo demás que sé es lo que me contó mi padre. Después de ser secuestrado por unos días, me encontraron a lado de un basurero, con un disparo en la cabeza. Fue prácticamente un milagro que mi corazón siguiera latiendo. Quedé en coma por tres meses, internado en el hospital, hasta que le dijeron a mi padre que ya no había vuelta atrás y que era su decisión si quería apagar el respirador. Mi padre decidió que no era el momento que me vaya y contra todas las indicaciones de los médicos, pidió continuar con el respirador en nuestra casa. Gastó todo el dinero en medicamentos y las maquinarias que necesitaba para continuar viviendo, pero no era el plan de mi padre que quede en esa cama para siempre.

Papá desempolvó los experimentos de mi abuelo, buscó como ayudarme con las células madres, experimentando con regeneración celular, transfusiones, nada funcionó. Solo había una forma de conseguir hacer funcionar mi cerebro y cuerpo de vuelta, con el último experimento nazi de mi abuelo. Eran unas hojas garabateadas en alemán, que mi abuelo trajo consigo en mi maletín de cuero. Lo había guardado como reliquia, jamás pensó que podría revivir esos macabros experimentos, pues, mi abuelo no solo le enseñó ciencia, también le enseño ética, el mejoramiento genético de personas cruzaba el límite, pero papá pensó que salvar la vida de su niño lo justificaba.

RoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora