Sami me viola

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Ella se paró adelante de mí y me miró fijo a los ojos. Era imposible no mirarla también.

—¿Hasta cuándo vas a estar esquivándome? —me reclamó.

—¿Yo te esquivo? Si hablamos todos los días, desayunamos juntos, comemos...

Me interrumpió.

—No lo digo por eso. ¿Cuándo vamos a tener sexo otra vez?

Inmediatamente, sentí un nudo en la garganta. Me acorde de mi impotencia sexual, de que no se me paraba cuando quería hacerle el amor. Estaba incómodo y casi mudo.

—Yo...

Ella me bajó los pantalones y los calzoncillos con violencia, prácticamente me los arrancó de las piernas.

No me agarró mi pene sino que me apoyó la palma de su mano encima de todo mi sexo (incluyendo mis bolas) y empezó a acariciar en círculos.

Pero lo más incómodo vino después. Se agachó y pasó la cabeza hasta atrás para escupirme el culo, justo en el centro del hoyo. Esa sorpresa de la saliva caliente chocando contra mi ano me hizo gozar en sí misma y me sentí muy gay. Pero estaba claro que no se terminaba con eso.

—Mi amor, ¿qué me vas a hacer? Dejemos e... eeeesto —su dedo se había metido de repente y sin permiso, y hablé como un idiota.

—¡Vamos, bebé! Decime dónde está tu próstata. Te la voy a machacar, aunque sólo tenga mis dedos. Me vas a pedir que pare.

Se sentía incómodo y yo me moría de nervios. Primero, porque soy un inútil que no puedo darle su placer a mi pareja. Segundo, porque además era algo muy vergonzoso saber que mi cuerpo me traicionaba y que reaccionaba más como una cabaretera que como un hombre. Y ella lo sabía y me iba a hacer sacar todo eso para afuera. Entonces, iba a volverme su puta.

Cuanto más hurgaba con su dedo, más me embargas sensaciones extrañas, una alegría y placer mágicos. Se aceleraba mi corazón, mi cuerpo estaba caliente, y a la vez me daban ganas de caer perezosamente, de dejarle hacer todo a ella mientras yo nada más me acostaba, entregándole mi culo.

En ningún momento tuve un impulso de resistirme, no... Mi resistencia al inicio había sido mero teatro, o mejor dicho, tratar de fingir una dignidad que no tenía. La cabaretera dentro de mí ya se había asomado y ahora no se podía hacer nada. Estaba poseído por una puta. Yo era una puta.

Y, cuando su dedo se curvaba para llegar mejor a la próstata, yo acomodé el trasero para ayudarla a entrar. Inclusive, empujé fuerte para que se meta hasta el fondo de forma brusca y, al chocar contra la próstata, me causó una erección tan dura como la piedra.

Lo siguiente que hizo mi novia fue manotearme el pene y darle algunas frotadas masturbatorias típicas.

No aguanté mucho. El semen caliente comenzó a salir. Mi Chiquito se sacudía, escupiendo, hasta que terminó de vomitar su esperma y se fue achicando.

Sami se miró la mano (sucia por lo que había hecho) y la limpió en mi ropa (la parte de arriba).

Pareció como si se olvidara de pronto de todo lo que había pasado y volviese en el tiempo al momento anterior.

—Estas cortinas no me gustan. Quiero que compremos otras. Aunque, primero, me voy a bañar.

BETA WHITE: Mi adicción a la BBCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora