La melancolía de Sami

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Samanta era muy buena conmigo. Me hacía "el tratamiento" diariamente.

Mi agujero se iba acostumbrando a sus dedos, a su forma de penetrarme y de tratarme. Ella era una mujer enérgica, apasionada. Podía ser dulce aunque también aterradora si se lo proponía. Yo, simplemente... terminé siendo su chica. Nunca se lo pedí. Ella me forzó, me doblegó. Quebró mi hombría y bailó alegremente sobre la frágil masculinidad que me quedaba. La veía venir y ansiaba tenerla adentro mío. Todo mi cuerpo se erizaba y la espalda se me arqueaba como un felino, anticipándome a una futura penetración. Ella me había convertido en esto. Yo era así... pero ella lo potenció, me sumergió en el fondo del océano de mis perversiones. Ya no puedo ni mirarme al espejo...

Después de hacerme sentir placer en montones de formas vergonzosas para un varón, Sami iba al dormitorio o a veces al baño y la oía frotarse sus genitales. Se masturbaba. Aunque Sami lo hiciera, me carcomía la conciencia el pensar si no le gustaría tener algo más adentro de ella. ¿Era suficiente con la mano amiga? ¿Qué sentía ella, después de todo?

Incluso, llegué a espiarla. Ella estaba en el baño con el calzón abajo, sentada. Y una mano se la llevaba al pubis y se acariciaba mansamente primero y luego como una leona. La respiración se volvió fuerte y la podía oír a la perfección. Aunque la puerta estuviese completamente cerrada, la hubiera escuchado. El "chic-chic'" al fregarse el sexo también era alto. Los espasmos en su cuerpo (un verdadero terremoto en sus miembros, de pies a cabeza) me indicó que había logrado el orgasmo. Y entonces tomó un trozo de papel higiénico, lo dobló varias veces y se lo pasó por su sexo para limpiarse.

Esa noche, reímos juntos. Hicimos chistes mientras mirábamos un programa tonto en la tele sobre artistas con poco talento. El buen humor me permitió relajarme y le hice la pregunta.

—Samanta, sé lo que hacés cuando estás sola en el baño. Y tengo la curiosidad de si alguna vez no sentís ganas de tener sexo real, un buen pene que empuje dentro tuyo como debe ser... ¿Te alcanza con tu mano?

Ella suspiró, como si toda su frustración no pudiera esconderla en este instante, y así lo vi muy claro.

—Es mejor no pensar en esas cosas. Somos felices. Yo soy feliz. Nos tenemos el uno al otro. La mano alcanza y sobra. Pero sí: no es igual. Creo que es bastante obvio.

Por su respuesta, pensé si no le había preguntado una idiotez o eso le pareció a ella. Sin embargo, me ilusionaba en el fondo que no fuese necesario el sexo, que la mano fuese lo máximo para mi chica. Y no, ella necesitaba un macho de verdad que la pueda servir en la cama, que haga palpitar su corazón de mujer y la llene de placer, que la inunde con su hombria y la desborde con su leche, y ella termine con sus piernas temblando

Claro, yo jamás podría hacer eso.

BETA WHITE: Mi adicción a la BBCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora