Sami me pone los cuernos

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Ese día, Samanta me avisó de que iba a venir un amigo suyo. Yo me estaba preguntando si era para "hacer eso" o por otra razón, y creo que entendió mis dudas, porque acercó su boca a mi oído y susurró con sensualidad:

—Esta noche, cojo.

Quedé un poco impactado, pero no sorprendido. Yo ya me esperaba que, en algún momento, iba a aprovechar el permiso que le di. Sí, mi chica iba a revolcarse con otro y me lo estaba anunciando.

Me sentí muy débil. Las inseguridades, la impotencia a la que estaba sometido por mi condición sexual, el miedo a perderla... todo estaba hormigueando en mi conciencia. A la vez, la idea se me hacía muy caliente. Ella teniendo orgasmos, aunque fuese con otro, era jodidamente sexy. Sabía que yo no la podía poner así, pero ahora tendría la oportunidad de que ella termine en ese estado, explotando de placer en los brazos de otro. Sí, ojalá pudiera verla, aunque eso no lo acordamos y no creía que me lo aceptara. Lamentaba no ser yo mismo el que causara eso en ella por ser tan incapaz en el plano sexual: un impotente, un pasivo, una escoria. Al menos, de esta forma podía lograr que mi chica llegue al éxtasis.

El día se me hizo corto. Mientras veíamos una película, sentados en el sofá, de pronto sonó el timbre y ella fue a abrir. Comprendía para qué debía ser, por más que no supiera quién era la persona.

Ella saludó a un hombre blanco, alto, de pelo oscuro. Parecía serio. Sami me presentó como su hermano y, demasiado rápido, ellos empezaron a besarse en el sofá. Luego, se pusieron de pie, se alejaron un poco y siguieron besándose. Veía que la tomaba como si fuese de su propiedad. Las manos del hombre en las caderas de mi amada; luego, se posaron en sus nalgas. Le daba besitos en la oreja y en el cuello, para después hundir la lengua en su boca y moverla, haciendo ruido.

Yo todavía estaba ahí, ni siquiera me había ido, pero fui ignorado completamente.

Ellos se perdieron en juegos de caricias y manoseos. Llegaron a tocarse en sus zonas íntimas. Se supone que debían esperar a que me vaya para hacer eso, era el colmo de no saber ubicarse. Aunque, al fin y al cabo, era Samanta la que le daba ese lugar y a mí me daba igual verlo o no. De todos modos, ese tipo se iba a trincar a la mujer de mi vida. Sí, me daban celos, pero esencialmente celos de que yo no pudiera ser un macho como él, que yo no fuese capaz de hacerla saltar en la cama, retorciéndose excitada con mi miembro en su interior. No, yo no podía lo que cualquier hombre normal puede. Tenía que cederle a otro esa responsabilidad y quizás mirar. Era la única forma de que yo viera a mi mujer tener un orgasmo como debe ser.

Los oí moverse hacia el dormitorio. En el fondo, me molestaba quedarme afuera. Pero sabía que no podía hacer nada.

Decidí ir a preguntarles si necesitaban algo, antes de que empezaran a hacerlo. Era importante ir enseguida, porque muy pronto ese hombre del que yo no sabía nada iba a rellenarle el agujero con su propio pene y no los debía interrumpir. Quizás simplemente tenía el deseo de ver a Sami una vez más. Mi dolor, mi melancolía, mi miedo, mi angustia... ¿qué me llevaba a esta necesidad inexplicable de querer verla?

Abri la puerta.

Por suerte, no hizo ningún ruido. ¿Por qué? Porque fueron muy veloces. ¿De verdad? ¡No puede ser!

Samanta estaba abriendo las piernas y el hombre encima de ella, dando embestidas contra su pelvis, agarrándola para asegurar una firme penetración. Incluso si ella tratara de moverse o si se sacudiera su cuerpo de forma involuntaria, la fuerza de él la mantendría en su lugar. Ambos estaban distraídos, como un par de conejos frenéticos, y no notaron mi llegada. Me estaba por ir pero eché una última mirada. Se veía hermosa, dejándose hacer, mientras lo abrazaba. Su cara estaba roja de deseos y jadeaba. Ella podía verme, pero su mirada estaba fija en el rostro del hombre y tampoco me vio.

Me subió la sangre a la cabeza y me di cuenta de que estaba caliente. Llevé mi mano al bulto entre mis piernas y me acaricié unas pocas veces, pero decidí que era mejor cerrar la puerta e irme. No podía estar tocándome ahí, porque iban a darse cuenta tarde o temprano.

Cerré la puerta con mucho cuidado y me fui al baño.

Me pasé el tiempo recordando cada segundo de lo que acababa de ver, repasando en mi mente todo desde que él llegó, reflexionando sobre lo que estaría sintiendo y pensando Sami.

Mientras tanto, lentamente empecé a acariciarme. No quería apurarme para nada sino más bien saborear lo que estaba pasando.

Aquel extraño estaba ahora cogiéndose a mi chica. Ella sintiendo su pene duro y gozando, mientras su novio estaba en la misma casa. ¡Qué locura todo esto! ¡Qué locura y qué placer!

Me manoseé mi sexo como tantas veces, imaginando lo que pasaba en ese dormitorio. Y pronto llegué al final. Y fue grandioso.

BETA WHITE: Mi adicción a la BBCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora